De pronto, la vida cambia. Eres otro. Lo que antes te gustaba, deja de interesarte.
Todo cambia. La vida es otra. Así me ocurrió…
¡Desperté!
Lo que un día seguro fue y en verdugo se volvió, hoy un recuerdo es. Un recuerdo que ya no pesa, que ya no lastima, que no obstaculiza. Un recuerdo que permanece para no tambalear.
Ahí me encontré, frente al espejo, con su reflejo persuasivo, tratando de conectar con un viejo conocido que parecía ser un ignoto. Era otro. La vida era otra.
Todo cambia. La vereda es la misma, pero su entorno se transformó. Desperté de un mal sueño.
Aquí estoy, reconstruido… ¡Sobreviví!
Creí haberme vuelto un desconocido, pero mi esencia siguió siendo la misma. No me reconocía. Seguía siendo el mismo sólo que ahora más fuerte, más sabio, más astuto.
Ya no tengo miedo a soltar; quien quiera irse, que se vaya. No estoy para perseguir a nadie, ni para forzar lo que no quiere ser. Mi amor ahora es para quien lo merezca.
Hace un tiempo escribí y hoy lo remembro, «Fue entonces, cuando recogí mis pedazos, que aprendí a ser fuerte y me levanté, como el fénix emerge de sus cenizas, con los brazos abierto para recibir todo lo nuevo que la vida tiene para mí. Por tanto, me abrí paso, así como el agua siempre lo hace, evolucionando a través del tiempo y el espacio para trascender con la nobleza y la solidez de un roble». Hoy, no solamente lo llevo ilustrado en la piel, sino que está tatuado en mi alma.
Tatuajes que, al verlos sobre mi piel desnuda reflejada en aquel espejo persuasivo, recapitulan aquel proceso que reivindicó mi valor. Desperté a tiempo, sobreviví y renací. Ahora estoy aquí, caminando por esta vereda cuya dirección cambió.
Todo cambia. La vida es otra. Sigo siendo yo, pero ahora todo es diferente.
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