Soy un desgraciado, hecho y derecho, lo que en mi país es calificado como «salado».
Totalmente desafortunado, incluso cuando nací, dando más complicaciones a mi madre, que alegrías, obligándola a pagar una cesárea exageradamente cara teniendo en cuenta nuestra lacería.
Quizá por eso me odiaba, o quizá el odio venía desde antes, cuando yo era aún ella, en lo más profundo de sus entrañas, al saber venia en camino.
En el nudo de mi vida también fui un diestro en el arte de ser desafortunado.
En mi adolescencia las chicas no me querían, los muchachos menos, pues no era nada agraciado en rostro ni en mente. Tenía los labios secos y grises, la piel prieta, vuelta aún más por el sol, ojos hundidos, como sin fé en la humanidad -lo cual era cierto- también una nariz aparatosa y accidentada, con una deformidad tal que asimilaba la forma de un pico. Además de esto mi personalidad brusca y desinteresada hacia que se me excluyera aún más, no era un tipo divertido, gracioso, alegre, amable o locuaz, ni si quiera sacaba buenas notas, asi que los profesores colaboraban, aunque más discretamente, en mi exclusión.
La escuela pasó volando, fue como un castigo, un muy largo castigo que me hicieron creer que merecía, y al terminarse este…renació de las cenizas más pronto que tarde.
Luego de esa recóndita y extraña etapa de mi vida, me di cuenta que los estudios no estaban hechos para mí, así que no fui a la universidad, me conseguí un trabajo en un mercado aledaño a casa, también en las faldas del cerro.
A mí madre no le importo que no estudiase, eso creo, no me dijo nada, nunca me decía nada, pero cuando le comenté lo del mercado, sentí en su vaga mirada que le alegraba un poco el hecho de que llevaría por fin dinero a la casa, aunque no me lo expresara en palabras, ni hechos, ni en nada.
Allí trabajé, cuatro años de mi vida, dedicados a vender papa, papa Huayro, papa Canchan, papa Amarilla, papa Yungay, papa Serranita, papa Andina…
Aquellos años mi dinero se fue exclusivamente en tres cosas:
Mi casa, mi madre y ahorrar
No, casa y madre no es lo mismo, tal vez en el génesis sí, pero eso acabó muy pronto. Cada vez dependía más de mi bolsillo el mantener la casa, así, de manera discreta y parsimoniosa, madre dejó de hacerlo, primero era solo un mes del cual yo me haría cargo, pero luego otro, y otro, y así…
Luego empezaron sus caprichos, préstamos, que cumplía sin refunfuñar y sin pregunta, pues sabía yo que no me respondería más que con una mirada de extrañeza.
Nunca escuché un gracias, pero tampoco lo quería.
Luego de soportar esos años, ya a mis 21, decidí marcharme, pues todos tenemos un límite. Dejé el trabajo, no dije nada a mi madre ni tan siquiera dejé una nota de despedida, ni dinero.
No sentí culpa pues estaba ofuscado de otros sentimientos más positivos sobre mi nuevo comienzo, además, tenía un objetivo claro:
Un celular.
Algo tan básico como eso que no me había sido permitido todos estos años por estar pendiente de gastos que no me correspondían, que no me llenaban.
Con dinero en mano todo fue rápido, algo caro, pero me hizo sentir bien adquirir algo para mí, por simple gusto.
Me encontraba sonriente en el carro «la Roma», encaminado a un pequeño cuarto de cuatro paredes que había conseguido barato en La Victoria, a su vez, tenía el celular en la mano, emocionado, descubriendo funciones y utilidades que me dejaban atónito, haciéndome ver cómo un cavernícola.
Sumido en aquella realidad alterna no concebí dónde me encontraba, pero caí en cuenta cuando ví una mano atravesar agresivamente la ventana de mi asiento, para despojar de mis manos el objeto mas valioso de mi vida hasta el momento. Mi celular.
Estaba en el porvenir, eran las diez de la noche, aproximadamente, y mi habitación no quedaba por aquí, era por la Av. Grau, me habría pasado de paradero.
Lo ví correr, desesperadamente, parecía que sus piernas dejarían su torso.
¿Como había perdido tan rápido, algo que me había costado tantos años? ¿Como podía quedarme inmóvil, después de todo lo que había pasado para conseguirlo?
No era solo un celular, era mi esperanza, mi comienzo, mi libertad canalizada.
Sin pensarlo mucho y sin que el tipo diera más de siete pasos desde su punto de partida, me lancé por la ventana del carro, en medio de la pista, pues era lo suficientemente ágil para poder hacerlo. Entonces, cuando caí al suelo -no muy elegantemente- ví al hombre, mejor ahora, era escuálido, alto, tenía gorra roja y un polo de la Juventus, Miró hacia atrás y se detuvo un momento para luego correr aún más rápido
Naturalmente, lo perseguí.
Estamos prácticamente en el centro así que toda la gente miraba nuestra escena de persecución, nos observaban los murales gigantes de fallecidos, los niños en la canchita de futbol vociferaban sus bromas: «Pícala» «Callejonea» «Trepa techo»
Las señoras salían de los restaurantes a chismosear rápidamente.
Entonces el ladrón giró una cuadra, y yo giré la cuadra. Corrimos casi hasta el final de esta, luego giró otra vez, luego otra, y otra. Parecía una persecución infinita pero yo no me cansaba y al parecer él tampoco lo haría.
En un momento de conciencia traté de captar dónde estaba parado, y no lo sabía, no tenía la más remota idea, pero eso era el futuro, necesitaba primero recuperar lo que era mío.
Todas las calles parecían iguales hasta que llegamos a una una un poco más lóbrega que las demás, taciturna y un poco más estrecha también, tenía un edificio no muy alto pero muy ancho. Como un rectángulo con balcones y ventanas, y debajo muchas entradas con escaleras internas a lo largo de la cuadra. Ropa colgada, ventanas rotas y aires de desconfianza.
Recé internamente para que no se atreviera a entrar a alguna de esas entradas desconocidas y subiera el edificio
Pero como si me leyese la mente, lo hizo. Entró, y lo hice también, subió las escaleras y claro, las subí tambien. Unas escaleras descuidadas, con suciedad y polvo en las esquinas, las paredes eran mitad rojo y la mitad blanco, partido horizontalmente, mientras subía se veia puertas de hogares pero con doble o hasta triple reja. Mientras seguía subiendo seguía pensando en si valía la pena, pero aquellos pensamientos se veian opacados al escuchar sus pasos, subiendo tan cerca de mí, con una ventaja de apenas un piso, transpirando y cansado.
En un punto , dejó de subir y se aproximó hacia el interior del edificio por los pasillo largos y medio oscuros, yo lo seguí, aunque desorientado. Lo vi doblar derecha y doblé a la derecha
Seguimos corriendo, entonces al empezar yo el pasillo, él ya lo había terminado, lo vi doblar hacia la izquierda y doble a la izquierda.
A mitad de ese pasillo había un estatua de una virgen María, me distraje, pero solo un segundo , cuando redirigir mi mirada no supe si había girado izquierda o derecha. Rápidamente opté por la izquierda, pero no lo vi
Le había dado tiempo seguramente entrar a alguna de las puertas, solamente habían tres en ese pasillo y tres en el del lado derecho, así que pensé.
Pensé y pensé sin llegar a una conclusión, hasta que una de las puertas se abrió
Era un señor medio viejo, pero no tanto. seguramente su deteriorado aspecto lo hacía ver mucho más viejo y parecía que estaba en pleno apogeo de alguna droga, soportando sus efectos, pues estaba sudando y con la mirada perdida. Abrió la puerta y me vió fijamente, de abajo a arriba ,y yo lo vi todavía más fijamente. Estábamos como a tres metros de distancia, entonces discretamente entró de nuevo a su cuarto, yo me quedé inmóvil y cuando él volvió a salir tenía en la mano un arma, dijo: «Pasa altoque, huevón, pasa nomás» entonces me quedé inmóvil, nuevamente.
Me hizo el gesto de que me acercara hacia él, con la mano en la que tenía la pistola, ví como le temblaba, a continuación fue que lo hice. Me aproximé hasta su puerta, lo vi de cerca, estaba demasiado sudado,alterado, le sudaba la mano y ni siquiera estaba agarrando bien el arma, me agarró del cuello de mi camiseta y me jaló hacia adentro.
El cuartucho aquel no debía medir más de tres por tres metros cuadrados, había solo una cama, me lanzó sobre ella y cerró la puerta con tres seguros diferentes, entonces me apuntó.
-¡¿Quién te envía?! ¡No pagaré nada! ¡Ya pagué todo! -tomó aire- ¡Lo que ustedes quieren es capricho!
Sin que pudiera decir una palabra me atizó con la culata de su arma. Caí nuevamente en la cama, esta vez con sangre goteando de mi cabeza
«¡No manches la cama! Carajo»
Gritó el hombre alterado mientras me agarraba del cuello, para tirarme al suelo donde me empezó a patear y patear y patear
-!Yo no debo nada! !Yo no debo nada¡ – repetía el hombre
A veces susurrando, para sí mismo, y otras veces lo gritaba, pero no dejaba de patear.
Tardó en casarse pero lo hizo, entonces sentado, bebió de una botella pequeña de ron y me preguntó
– ¿Está viniendo alguien más?
Yo desconcertado y con apenas fuerza le dije
-No sé de qué me habla, lo juro
Entonces rio, se levantó y me proporcionó una patada más
-¿Te gusta vacilar no? -dijo riendo malévolamente
Entonces me quitó la ropa, poco a poco, con una mirada poco humana, mientras me golpeaba y zarandeaba. me quito también lentamente mis fuerzas, mi honor, y castidad.
De todas formas la vida me había enseñado a omitir los malos momentos, incluso mientras estos se estaban dando.
En un pequeño regreso a la realidad, pude ver el arma, la cual había tirado en algún momento bajo la cama, y pude notar que no tenía un cargador.
Esto me empujó a, con las pocas fuerzas que me quedaban, levantarme intempestivamente, tan rápido y tan inesperado que logré tumbar aquel hombre y aprovechando lo diminuto de la habitación empecé a golpearlo, y golpearlo, y golpearlo.
Al menos lo suficiente para tener aquellos segundos valiosos que necesitaba para quitar todos los seguros de aquella puerta.
Una por una desesperadamente, mientras el hombre se levantaba cada vez más rápido, pero más lo fui yo, logré abrir la puerta, la cerré con fuerza y corrí por el pasillo, únicamente con pantalones.
Hasta el final del pasillo donde me quedé anquilosado, esperando a ver si salía, pero no lo hizo, ni siquiera escuché un grito, solo no hizo nada.
Giré en varios pasillos, pero me perdía cada vez más y más en ellos, ni siquiera pensaba en mi celular, entonces encontré la salida.
Pues vi al final de uno de los pasillos un balcón que daba la calle, y antes de llegar a este estaban las escaleras que me llevarían a la salida.
Me aproximé al balcón vi la calle desde las alturas, mísera y triste, me encontraba en el último piso.
Vi a unos niños robándole la billetera un viejo borracho, un vagabundo hablando solo en su pequeña casa improvisada de cartón y un perro apareándose con otro.
Subí y me paré en el bordecillo del balcón, pensé un poco, muy poco, acerca de los desgraciado que soy.
Tomé una decisión y salté.
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