La Última Mirada En La Calle 12

La Última Mirada En La Calle 12

Peter Keane

06/04/2018

Sentía algo de temor esa mañana, era como si algo vil estuviese tocando a mi puerta y yo acercándome poco a poco bien tembloroso hacia allí. Mi rostro congelado y medio mojado por la densa niebla que me abrazaba con todo su esplendor en las calles, se hacía notar a lo lejos. Mi vista estaba algo confusa, debido además a mi somnolencia que estaba acostumbrado a tener todas las noches, y sí, me hubiese encantado estar en cama calentito y descansando un poco más, sin embargo debía cumplir con mi deber de estudiante como cualquier otro adolescente.

Caminando agitado, sentía que mi latido llegaba hasta las nubes, además estaba algo decaído mentalmente por lo sucedido de anoche, y ahí estaba: La luz verde para el cruce peatonal. Me dije a mí mismo: “¡Aquí vamos! ¡A darlo todo en mi examen final de semestre!”. Bien motivado crucé la avenida y seguí de camino al colegio, aunque en el fondo mi mente estaba bastante atormentada y algo confundida.

Medio mareado viré en aquella calle vacía y sin ruido de motores, dónde alcanzo a vislumbrar una mirada que lentamente va acercándose a mis ojos. No lograba dilucidar su cuerpo, con dicha niebla sólo podía ver su intensa mirada que se dirigía hacia mí. En ese preciso momento sentí que me estaba emitiendo algún mensaje, por lo que llegué a pensar que me pediría un tipo de favor. Fijas nuestras miradas, perdidas una en la otra, cada una a un lado de la acera, continuábamos nuestro viaje. Conforme íbamos acercándonos, sus ojos comenzaron a distanciarse cada vez más de los míos, como si existiese algún sentimiento de rencor o remordimiento hacia mí. Una vez frente a frente, sólo la calle de por medio, nos detuvimos al menos tres segundos para mirar fijamente al otro, y aún cuando habíamos entrado en lo profundo de nuestros corazones mediante nuestros ojos, seguimos nuestro camino a donde sea que fuera a llevarnos, en sentido contrario.

Ya sólo estaba a tres cuadras del colegio, cuando observo la hora y me doy cuenta de que iba algo retrasado. Me apresuré aún más, pero mi cabeza ahora sólo le daba vueltas al tema de la mirada que acababa de ver hace un rato.

Estaba medio exhausto, tiritaba de frío aún cuando estaba totalmente abrigado. Mi piel sudaba, me sentía un poco extraño, y ahí estaba el portón de entrada cerrado, por lo que tuve que dirigirme a la dirección del establecimiento para lograr entrar a clases. Abriendo la puerta me llevé una sorpresa cuando en el sillón de espera veo a mucha gente sentada algo triste, con sus cabezas apoyadas en sus manos,más cuando descubro que a la señorita que controlaba los atrasos la habían cambiado. La nueva señorita parecía algo ruda y pesada, pues llegué a esa conclusión por lo enojada que estaba su mirada. Vino dirigiéndose a mi rápidamente muy irritada, tomó mi brazo bruscamente y me llevó por los pasillos, por lo que reaccioné gritándole: “¿A dónde me lleva?”, “¿Qué hace?, “¡Suélteme!”.

Ya por fin me había soltado el brazo y me dijo como regañándome:

  • – ¡Usted no debe salir de ésta habitación! ¡Debe hacer reposo en cama hasta mañana y tener sus medicamentos inyectados!

Ella misma me acostó en la camilla, me tapó y me inyectó nuevamente lo necesario para mi salud.

Miré hacia la ventana de la habitación muy desconcertado, ya no se podían ver rastros de niebla, sino que pude ver que estaba totalmente oscuro allá afuera. Decidí consultar la hora y aquella señora recostada en la camilla de al lado me responde: “Son las 23:51”.

No lo podía creer, ya no sabía que era real. Me preguntaba por qué estaba allí, pues no recordaba nada, absolutamente nada.

Sólo miraba a un punto fijo y lo único que hacía era pensar sin mover ni un dedo. Mi mente estaba ida, estaba demasiado confundido. Mi canción favorita se hacía escuchar a lo lejos, cada vez la oía más cerca. Claro, era el tono de llamada de mi celular, no lograba encontrarlo, busqué en el primer cajón del mueble de al lado de mi camilla y ahí estaba con una llamada entrante de Vicente, mi primo de 25 años.

  • – ¿Aló? ¿Vicente?
  • – Sí, soy yo, ¿Cómo estás?, ¿Estás mejor?
  • – Si estoy bien, no me duele nada a excepción de estas cosas que me inyectaron. No recuerdo nada, ¿Cómo sabes que estoy en el hospital?
  • – Víctor, menos mal te encontré en esa calle tirado en la acera. Imagínate llaman a tus padres o a tus hermanas o algún otro familiar. Todo lo que hemos estado ocultando este tiempo se hubiera ido por la borda. Tienes que tener más precaución. Si no, ¿No has pensando al menos en contarle todo a tu hermana?

En ese momento se me detuvo el mundo, me sentí solo, completamente solo en la vida. Mis lágrimas no dieron tregua y salieron sin permiso de mis ojos. Por primera vez era alguien sentimentalmente vulnerable en un lugar público, jamás se me pasó por la mente estar llorando o intentar no llorar en lugares con personas desconocidas.

  • – Víctor, ¿Sigues ahí?
  • – Sí, es que… no pue… no sé qué hacer, Vicente.

Con mi nudo en la garganta le contesté. Había retomado mis recuerdos, pues volví a mi vida compleja.

  • – Mira, yo seguiré ayudándote hasta donde pueda. Cuenta conmigo, te puedes seguir quedando en mi departamento, no hay problema.

Estaba viviendo relativamente en el departamento de Vicente, pues en casa ya no era muy bienvenido, excepto por mamá. Aunque ese cariño eterno que nos teníamos no borraba su desilusión de mí.

  • – Gracias, Vicho. En verdad agradezco todo lo que me has ayudado.
  • – De nada… Supe hace poco que tu padre estaba borracho haciendo escándalos en la casa como todas las noches del día viernes.
  • – ¿La verdad? no me importa mucho… ¿Le avisaste a mi mamá que ya estoy en tu depa?
  • – Sí, tranquilo. Quedó relajada. Tienes que visitarla y charlar con ella.
  • – Sí, lo sé… Ya Vicho, intentaré dormir y relajar mi mente un poco.
  • Gracias por tu apoyo, Buenas noches.
  • – Está bien, Buenas noches.

Esa noche no podía pegar mis ojos, pensaba y pensaba. Llegué a la conclusión de que padecía de locura, no sabía hacia dónde dirigirme en un futuro. Para no pensar más, agarré mi celular, revisé mis redes sociales y veía las fotos de mis amigos alrededor de distintos lugares bellos de la ciudad, con sus sonrisas en el rostro. Deseaba a mil estar allí con ellos, cometiendo locuras, pero bien el fondo sabía que por esa misma razón estaba allí: completamente solo y enfermo.

No dormí prácticamente nada.

A eso de las 7:30, la enfermera ingresa a la habitación para la mantención de los suministros que necesitaba cada paciente de la sala, con nuestros desayunos.

Una vez desayunado, mi Doctor ingresa y me pregunta:

  • – Tu hermano no ha llegado aún, ¿Quieres que te relate la evolución de tu sistema inmunológico sin la presencia de él?

Había despertado algo mareado, por lo que le respondí por inercia:

  • – Doctor, sería mejor que me lo dijera más tarde con o sin mi hermano, ahora no estoy muy bien

Al doctor le inventé que Vicente era mi hermano, para que no rechazara mi atención, debido a que era un menor de edad y necesitaba autorizaciones de alguien adulto para mis tratamientos

  • – Está bien. Quiero que sepas que hemos hecho lo imposible para evitar el Síndrome. Ahora haré el papeleo de tu alta, por lo que entonces será hasta la tarde, nos vemos… Ah, se me olvidaba. Hay alguien que quiere verte, ¿Dejo que entre?

Me extrañó. Si no era Vicente, ¿Quién podría ser? No podía imaginarlo, después de todo él era el único que sabía acerca de todo esto.

  • – Sí, que entre

Pasaron como 2 minutos y no entraba nadie, por lo que acomodé mi cabeza en la almohada para seguir durmiendo. Ya con mis ojos cerrados escucho la puerta abrirse, no quise abrirlos en ese momento, por lo que cuando siento que una persona está parada al frente de mi camilla abrí mis ojos lentamente. Logré reconocer esa mirada, era aquella que vi antes de llegar aquí.

  • – ¿Me escuchas?… Estoy aquí. Olvidémonos de todo, exclusivamente por una razón: tu salud… No nos pongamos a recordar lo malo entre ambos… ¿Si me entiendes, verdad?

Le hice una seña con mis ojos. Al pestañearle, mi rostro se volvió un mar de lágrimas.

  • – Está bien… Quiero ayudarte y que sepas que estaré sosteniéndote la mano más fuerte que nunca, a pesar de todos nuestros rencores en un pasado.

Me lo dijo con sus ojos acuosos, tomando mi mano con sus manos suaves. Frotándolas me miraba con cara de sufrimiento.

Mi respuesta fue el silencio más largo que he dado en toda mi vida. Pegó media vuelta, y allí iba, caminando hacia la puerta de salida, ¿Yo? Mordiéndome la boca para no soltar alguna palabra que luego me podría arrepentir de haber dicho.

Después de todo, después de aquella indiferencia que nos hicimos en la calle vacía, esa mirada volvió a darme apoyo cuando más yo lo necesitaba, volví a sentirme alguien dotado de amor, volví a ilusionarme. Me preguntaba cómo fue que lo supo todo, pues lo ignoraba.

Pero esa mirada no sabía que yo ya estaba demasiado adelante y ella demasiado atrás. Pues yo ya estaba casi al final de mi destino y ella recién comenzaba el camino al suyo.

Y sí, no quise oír del Doctor lo que ya sabía que iba pasar conmigo y mi enfermedad.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS