Flores, cirios y olor a café

Una puerta abierta a la que el viento sacaba la melodía de sus bisagras sin aceitar. Sentia escalofríos oyendo ese sonido, pensando que por esa puerta entraría la muerte.

Una brisa que mecía una palmera con dejos de melancolía. 

Una noche triste y horrorosa viví ayer, hace horas; parece siglos.

Todo era lamentos.  

Se lamentaba el hombre presintiendo su muerte, tan cercana.  

Se lamentaba la lánguida palmera de estar allí, en ese penoso momento. Cuando naturalmente debería estar en una playa, bañándose con rayos de luna, agitando suavemente sus hojas, seduciendo a los enamorados.

Se lamentaba la puerta del poco cuidado que le dispensaban.

Me lamentaba yo por estar en aquella casa siendo testigo presencial de los hechos que transcurrieron en esa noche.

Ya en la madrugada con olor a café recién colado, desde la habitación contigua se oían los rezos. 

Cantó el gallo y alguien a mi lado susurró: llegó la muerte en forma de canto. Y de inmediato se persignó. Efectivamente el canto coincidió con llantos perturbadores.

Salí corriendo, sintiendo que algo extraño me sucedía y lo supe, a pesar de mi edad, que eso era la angustiante realidad de comprender que la vida de un ser querido se apagó. Que ya no quedaba luz que alumbrara esa franja negra que bordea el abismo de la no existencia, de la nada.

Entré a la habitación donde yacía esa persona querida. Le ví su rostro pálido y me conmovió el rictus en su boca, como muestra de su enorme y último dolor de vida. Una vida que fué tan monótona, triste y amarga con una agonía tan dolorosa.

La madre siempre había anhelado que este hijo, su predilecto, le diera un nieto. No hubo ese consuelo para ella de seguir prodigando ese amor extendido a un retoño del hijo que más amó 

Lo que sí dejó fué un lindo jardín; del cual cortaron las flores que dentro de dos jarrones se colocaron uno a cada lado del ataúd.

Las rosas, los claveles y las dalias humedecidas de rocío soltaban gotas que lentamente caían al piso, simulando lágrimas de amores fallidos. También los cirios parecían llorar, a medida que se consumían por el fuego.

Horror se pintaba en los ojos pardos de un niño y asombro en los ojos negros de una niña.

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