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Después de prepararle un sándwich de huevo al gato y de servirle un café al perro, me vi en la penosa necesidad de inmiscuirme en actividades poco saludables para el crecimiento espiritual. No, no me refiero a las invocaciones satánicas o cualquier otro relacionado con tales ritos, aquellas cuestiones las considero meras pérdidas de tiempo. El diablo o como se llame, no creo que tenga interés en estas actividades humanas nuestras, siendo que somos despojos de lo que él mismo intentó hacer, es decir, somos como su mero excremento.
Como decía, después de alimentar a mis amados amigos, me inmiscuí en actividades poco saludables para el espíritu y tales actividades no tienen punto de comparación con el exceso de pensar, más bien tienen mucho que ver con la automutilación de las virtudes, una de ellas, el criterio de la prudencia, en el sentido estricto de observar cuestiones y no cerrar la boca en nombre de la fisgonería. Hablé mucho y hablé sin el buen uso de la prudencia. Quizá mis palabras pudieron herir las sensibilidades de aquellos que todavía creen en la bondad uterina bien nacida, pero yo, yo que he probado el acto de la maldad en viva carne, me reservo la pesadumbre del aprendizaje y dejo fuera la hipocresía de la bondad a medias tintas.
¿Qué vi? ¿Que dije?
Nada que pueda afectar el curso del mundo y su ceguera habitual, pero si lo suficiente para que la paz de ciertas personas se convirtiera en guerra. Después de vivir dos meses de cierto dolor emocional, de vestir el obituario y de calzar la comprensión, me di a la tarea de comprender mejor las acciones que evocan el enamoramiento y sus compromisos. Por tal razón, el engaño como acto piadoso de no causar dolor ya no fue bienvenido en mis adentros, ese acto de ver y callar porque a nadie importa lo que otros puedan opinar, digamos que lo salté por la ocasión.
Por dónde empezar. Esperad un segundo, voy a servirme una copa de vino, puesto que las historias sin vino no tienen chiste.
He vuelto… Esta historia no es reciente, pero la contaré como si hubiera sucedido hace muy poco… cosas de gente vieja como yo.
Hace un par de semanas alguien muy querido para mí se vio comprometido en el acto de darme consejos. Dichos consejos estaban enfocados en levantarme el animo, en darme motivación y en su momento califiqué tal acto como nauseabundo, puesto que no hay nada más asqueroso que tratar de levantar la moral de alguien caído en desgracia con consejos teóricos. De esos que nunca se aplicaron, que tan solo se repiten a viva voz por la falsa empatía. Escuché y callé, pero ahora me queda reír.
Este ser querido bien apreciado por mí, digamos que gozaba de cierto favor en cuanto al amor se trata. Sin embargo, yo nunca fui creyente de tanta dulzura, puesto que, si en una relación no se ve la mierda bajo el tapete, pues que no es relación, diría yo que es una falsedad o una obra de teatro bien armado, pero como en toda obra el telón tiene que caer y despojarse de los disfraces. No, yo no quería ver el final de la obra, puesto que esos finales son duros, cargados de llanto y desolación, pero sin embargo, yo cerré ese telón.
Aquella mañana, después de discutir ciertas verdades con el gato y de dejarme arrastar por el perro por todo el campo. Estaba un poco cansada, así que me decidí a fisgonear con viva atención a los vecinos -Hombre, para qué otra cosa más pueden existir los vecinos que no sea para el acto de observarlos y criticarlos- En medio de mis vivas críticas respecto a la horripilancia de esas cortinas floreadas y esa obsesión extraña con las macetas de nomos, pude observar una situación singular. No una situación, un personaje singular; una dama de cabellos claros, rizados, vistiendo un vestido floreado de verano, con cierta risa, entraba de la mano del vecino por el portón, segundos después se escuchó la crucifixión del anticristo en gemidos. A mi no me importan los rituales sexuales de los vecinos, dado que cada uno es libre de gozar de los placeres de la carne hasta hastiarse. La cuestión es que mi cerebro estaba empecinado en recordar algo que estaba atascado en algún rincón neuronal, sin embargo, ese día no recordé.
Ese día, ni el siguente día, ni la siguiente semana, ni el siguiente mes. Conveniencias de no recordar y mientras no recordaba aquella dama seguía siendo castigada en la casa del vecino, castigada o bendecida, vaya usted a saber. Pero aquel día, cuando este ser querido se aproximó a saludarme en compañía de su bella novia, ese día recordé y recordé con lujo de detalles. Entonces reí y reí mucho, de manera que este buen amigo creyó que me burlaba de sus vestimentas y se molestó un poco. Esa tarde reí, esa noche reí, a la mañana siguiente seguí riendo y reí por un mes más, haciendo siempre oídos sordos a la conciencia, puesto que, el que quiere ser tonto que lo sea. Yo también fui tonta, muy tonta y recién salía de mi largo período de estupidez. Hasta aquel penoso día en el que anunció las nupcias ya planificadas y cercanas, en ese momento alguna necesidad extraña me sofocó la garganta, pero hice oídos sordos y seguí riendo.
Ustedes como buenas gentes que son seguramente le hubieran dicho a la primera oportunidad, obvio, buscando el momento y lugar adecuados, pero yo, como dije antes estaba haciendo goce de la imprudencia y no hay mejor lugar para entregarse a los lujos de la imprudencia que una iglesia.
Si, así fue. Me di lujo de detalles cuando el cura manifestó el final del enlace matrimonial. Fue una maravilla, no fue fácil. Me gané dos bofetadas de la novia, unos breves insultos de mi buen amigo, un jalón de cabellos por parte de la madre de la novia y unos cuantos insultos de los allí presentes, pero no importa, la verdad siempre prevalecerá. Esperad unos segundos, debo salir a reírme… y obvio, servirme más vino.
Como decía, la verdad siempre prevalecerá -Ya parece letra de himno nacional- Pero prevalecerá. Ya me hubiera gustado que a mí que me lo hubieran dicho hace algún tiempo atrás. Volviendo al tema, si, ese día destruí un bonito noviazgo de años, la buena reputación de la novia, una mesa de plástico y una silla, perdidas irreparables para la sociedad. Ese día fui la personificación de la imprudencia, ese día fui feliz porque de vez en cuando hay que destruir y construir. Hoy en día mi buen amigo no me habla, pero está felizmente casado con alguien que no es ella. Ella se mudó con el vecino y tiene un hermoso hijo que nació seis meses después de aquel desastre -Oh, misterios de la vida- Y todos felices comiendo perdices, excepto yo, porque la felicidad es un cuento y yo no vivo de cuentos.
¡Larga vida al vino! ¡Al perro, al gato y al garabato!
¡Larga vida a mi amigo!
¡Larga vida al vecino!
¡Larga vida a mi ex! (mentira)
¡Larga vida a mi jefe! (mentira)
¡Larga vida a todos los que mienten!
Larga vida y con su permiso, voy a comprar más vino.
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