El burdel es mi iglesia y mi ídolo el placer, el alcohol mi vino. Aquí la gente es tan devota, que entrega más que el diezmo y el acto de arrepentimiento, el pan de cada día. Aquí la mujer es la sacerdotisa, la que hace cumplir a rajatabla la ley, la única autorizada a dar el cuerpo de Cristo. La comunión con el pecado es sagrada, aquí se adora la belleza, lo banal y lo efímero. El hábito te consume cual vela que arde, el precio que hay que pagar por la iluminación. Aquí el cuerpo no es el único que se desnuda, sino el alma. Es el purgatorio donde tu hambre no se aminora sino aumenta, cada vez das más por menos, donde tu ser adelgaza hasta casi desaparecer. Donde el amor que se prodiga es vicio.
De vez en cuando un ángel cae, lucha por escapar, son fáciles de reconocer, su aura es intensa y tienen las alas rotas. Atraen la atención inmediatamente, los condenados se les acercan a tropeles, su presencia es agua refrescante, bien saben que si alguien puede escapar son esos serafines. A veces lo logran llevándose un alma, redimiéndola. Pero muy a menudo solo acaban siendo asfixiados, despojados de toda su luminiscencia, hasta ser reducidos a uno más de nosotros.
Esto bullía en mi cabeza, mientras conocí a Deborah, su aura de ángel era cegadora.
El tiempo ha pasado y yo sigo en este templo, ahora bien sé que es una cárcel, por más que busco al ángel, este desapareció, se fugó. Llevándose un alma, no fue la mía, aún no estaba preparado, no quería dejar este lugar, hastiado y asqueado comprendo que soy un prisionero, anhelo la libertad. Ella no curó sus alas, se despojó de ellas, no dejó que su corazón se consumiera con la miseria de la culpabilidad, lo protegió de la amargura, ocultó lo más que pudo su luz, hasta ser tenue, como la de una luciérnaga. Me enseñó que en la oscuridad es más fácil hallar el camino, cualquier punto luminoso es fácil de notar, dejó encendida una luz en mi corazón, el principio del perdón, el camino hacia la redención.
Ahora sé que mi castigo está por terminar, el perdón llegó del quien también me condenó: yo. Ligero, ya siento la oscuridad como hielo que se va derritiendo, una chispa de su luz, fue suficiente para avivar la mía, pero la noche es más pesada antes de amanecer, la oscuridad se acrecienta, no va a dejar que me vaya fácilmente, es la puerta final.
Me desperté de un largo sueño, de una pesadilla. Aún siento las ganas de seguir durmiendo, pero abrí los ojos y no los quiero cerrar ya más.
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