En el río quieto de mis días,
las aguas ya no fluyen, solo se quedan,
como si el tiempo mismo se hubiera olvidado
de las corrientes que me arrastraban.
Mis pasos son ecos vacíos
sobre caminos que ya no reconocen mi huella,
cada puerta cerrada,
cada ventana opaca,
y el sol, que parece lejano,
no calienta mis pensamientos,
solo los congela.
Busco el aliento en el viento,
pero el aire está denso y no me invita a seguir.
El futuro, ese horizonte lejano,
se desdibuja cuando intentó alcanzarlo,
y mis manos, vacías de respuestas,
se cierran sobre la nada.
No sé si es miedo o cansancio
lo que me frena al borde de la acción,
pero aquí, en este limbo de incertidumbres,
la espera se vuelve mi sombra,
y el avanzar se convierte en un susurro
que nunca alcanza el eco de mis sueños.
¿Cómo romper este uróboro que no me deja respirar más allá de sus límites?
¿Cómo encender la chispa cuando no sé dónde buscar la llama?
¿Podré romper ese espejo que solo me muestra una imagen incierta?
¿Dónde está la puerta que me lleve más allá de esta niebla espesa?
Y aún, en este silencio denso,
sé que hay algo dentro,
una fuerza callada,
esperando despertar
cuando decida darle paso al viento.
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