La
palabra «espía» procede del alemán spähen,
que significa «ver a lo lejos». Canaris, amante de la cultura
mediterránea a la que consideraba muy superior a la nórdica, veía
y actuaba, desde lejos, en la tragedia que supuso la Guerra Civil
española, paso previo a los grandes acontecimientos que afectaron a
toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Persona caleidoscópica
donde las haya, su estrecha
colaboración con los militares sublevados resultó determinante para
el ascenso de Francisco Franco a la jefatura del bando nacional y
desde 1936 hasta la derrota germana en 1945, los servicios secretos
franquistas trabajaron sin escrúpulos con la Abwehr,
la Gestapo y la OVRA italiana y, tras el final de la SGM, muchos de
los responsables de la Gestapo encontraron refugio en España,
adiestrando y modernizando a los servicios de inteligencia de la
Dictadura.
(Este artículo de mi autoría se publicó en la revista Muy Historia, en un número especial dedicado al espionaje durante la Guerra Civil en España)
El
futuro almirante Wilhelm
Frank Canaris (1887-1945) tomó
contacto con el mundo hispano cuando era un joven oficial de la
Kaiserliche Marine, navegando
por las costas de México y Sudamérica
poco antes del inicio de la Gran Guerra, quedando prendado del idioma
español y la rica cultura hispanoamericana. Durante ese conflicto
también conoció España, país que acabó amando hasta el punto de
elegirlo como su segunda patria. A raíz de la sublevación contra la
Segunda República, el ya director de la Abwehr
(la Defensa), el
servicio de inteligencia de la Wehrmacht,
estrechó sus lazos con
los militares insurrectos y se ganó la confianza y amistad del
general Francisco Franco, adquiriendo un protagonismo que resultó
decisivo dentro del llamado bando nacional y sus relaciones con la
Alemania nazi.
El
1 de septiembre de 1935 Canaris se entrevistó en Múnich por primera
vez con su homólogo italiano, el coronel Mario Roatta, un militar de
su misma edad y jefe del Servizio
Informazioni Militari
(SIM) y
la OVRA (Organización para la Vigilancia y Represión del
Antifascismo).
Canaris y Roatta, descendiente de judíos españoles, sienten gran
interés por España y acuerdan compartir sus fuentes. Esta relación
de amistad les resultó muy fructífera durante la Guerra Civil
española, porque Canaris mantenía contacto con sus amigos de la
Península y durante el verano había conocido en Madrid, en el
despacho de José María Gil-Robles, al general Francisco Franco,
cinco años más joven que él, al tiempo que en Berlín se
relacionaba con el teniente coronel Juan Luis Beigbeder Atienza,
entonces agregado militar en la Embajada de España y uno de nuestros
pocos militares que hablaban correctamente el alemán.
En
febrero de 1936, tras las elecciones que dieron la victoria al Frente
Popular, Beigbeder le presentó al general José Sanjurjo Sacanell,
exiliado en Portugal pero de visita en Berlín, donde buscaba apoyos
para la insurrección contra la Segunda República que ya preparaban.
Canaris les prometió toda la ayuda posible a los conspiradores,
motivado por sus convicciones monárquicas y la supuesta deriva del
Gobierno republicano hacia los postulados comunistas emanados de
Moscú. Sin embargo, fracasado el golpe de Estado orquestado por los
insurrectos, Franco y Mola solicitaron la ayuda financiera y militar
de los dos líderes que encarnaban su modelo de Estado autoritario,
el Führer
Adolf
Hitler y el Duce
Benito Mussolini.
Por
delegación de sus respectivos gobiernos, Canaris
y Roatta fueron los que eligieron a Franco como el único
interlocutor válido de la Junta de Defensa Nacional (JDN) y sobre él
recayó toda su ayuda financiera y militar. Esto explica la
preeminencia de Franco sobre el resto de los generales conjurados y
su elección como Caudillo y jefe del Estado (mientras dure la
guerra) en la reunión de la JDN, del 28 de septiembre de 1936 en el
aeródromo de Salamanca. Al parecer, la extrema crueldad con la que
Mola y Queipo de Llano se comportaban, les produjo a Canaris y Roatta
su total rechazo, dejándolos de lado. Desde entonces, Canaris se
convirtió en amigo y confidente del Generalísimo, proporcionándole
una fuente extra de información que se mantuvo vigente durante toda
la Guerra Civil y la guerra mundial, compensando y sopesando tanto
las opiniones de su cuñado, el futuro ministro Serrano Suñer,
siempre a favor de las potencias del Eje, como las propias fuentes de
los aliados.
EL
SIFNE Y LA ABWEHR
Dentro
del contexto revolucionario que propició la España republicana, muy
pocas personas de posición acomodada o profesionales de la clase
media, se sintieron a salvo de la represión que ejercían las
milicias en la retaguardia. Es conocido el pánico que en Barcelona
invadía al historiador Pere Bosch Gimpera al salir a la calle, o el
temor de Pompeu Fabra a la FAI. Sabido es también que, a raíz de su
labor humanitaria, tuvieron que exiliarse los consellers
Ventura Gassol y Josep Maria España. El miedo a la violencia y las
represalias sufridas en el entorno familiar y social propiciaron que
todas estas personas rechazaran la causa republicana y desearan la
victoria del ejército sublevado. Muchos optaron por huir a la
llamada zona nacional y otros, los menos decididos o afortunados,
tuvieron que sobrevivir encerrados en sus casas durante meses o años,
dentro de un contexto hostil y de delación. Pero, los más
belicosos, muy pronto se integraron en la llamada Quinta Columna, un
conjunto de grupúsculos dedicados al espionaje, el sabotaje y la
desestabilización dentro de la retaguardia republicana, actuando en
connivencia con la Iglesia, la Falange y las redes de espías que
trabajaban a favor de las potencias del Eje. Fue el general Mola
quien los llamó «quintacolumnistas», volviéndose muy popular el
término para designar a todos los desafectos a la República.
Por su parte, la Junta de Defensa Nacional organizó el
llamado Servicio de Información de la Frontera Noreste de España
(SIFNE), su primer servicio de inteligencia que quedó a cargo de
veinticinco agentes con centros de información en Génova y las
localidades francesas de Marsella, Toulouse, Perpiñán, Cerbére,
Port Vendres, Le Perthus, Bourg-Madame y Luchón, además del
Principado de Andorra, por ser estos enclaves los principales puntos
de comunicación con España por mar y tierra. La aportación
económica de los agentes fue muy generosa, ascendiendo sus gastos a
unos 16.800 francos mensuales, destinados a pagar informes y comprar
voluntades. A instancias del general Mola, la dirección de estos
servicios se estableció en una habitación del Gran Hotel de
Biarritz, bajo la jefatura del conde de los Andes, Francisco Moreno
Herrera, quien actuaba de acuerdo con el embajador de la JDN en
París, José Quiñones de León. El SIFNE, casi sin medios ni
formulación oficial de ninguna clase, trabajó con mucha eficacia a
favor de la causa rebelde y prácticamente desde su fundación,
colaboró con los agentes alemanes e italianos llegados a España en
paralelo al desembarco de la Legión Cóndor y el Corpo di Truppe
Volontarie italiano (CTV), extendiendo su influencia por casi toda
la frontera pirenaica.
Desde
Biarritz, el 2 de octubre de 1936, el conde de los Andes facilitaba
al general Mola el plan de actuación completo de la frontera
catalana y los puertos del Mediterráneo. En su informe, decía
haberlo organizado con el abogado José Bertrán y Musitu, uno de los
hombres de confianza del político Francesc Cambó, antiguo ministro
del rey Alfonso XIII.
En el caso de Cataluña, la Guerra Civil
obligó al catalanismo conservador a una dura elección entre los
militares sublevados y una Generalitat en manos de revolucionarios
anarquistas y comunistas. De ahí que Cambó y sus principales
colaboradores, como el periodista Josep Pla, el mencionado Bertrán y
Musitu, el político Joan Ventosa y Calvell, o el escritor Juan
Estelrich, apostaron por una decidida pero secreta colaboración con
el cuartel general de Salamanca y luego de Burgos. Lo hicieron a
través de las redes de espionaje del SIFNE que Mola había
auspiciado, al igual que la oficina de propaganda exterior de Cambó
radicada en París. Ambas organizaciones se convirtieron en el germen
de los servicios de inteligencia de los franquistas, y en ellas
resultó una pieza clave Josep Pla, quien rentabilizó los contactos
que había establecido en sus tiempos de corresponsal en Europa y en
el Madrid de la Segunda República, con monárquicos, republicanos,
falangistas, separatistas catalanes y corresponsales extranjeros.
Casi
desde el principio, la Abwehr
y
la Gestapo adiestraron a los agentes de estos servicios. Recordemos
que la primera computadora española la facilitaron los alemanes para
fichar a los desafectos del régimen franquista durante la posguerra,
y antes de que Canaris creara en 1939 sus famosas Kriegsorganisation
(Organizaciones de Guerra), repartidas por todos los países de
interés o conflicto para Alemania, la mayor de las cuales fue la
KO-Spanien,
al mando del capitán de fragata Gustav Wilhelm Leissner. Superando
en gran medida a los diplomáticos del Ministerio de Exteriores
alemán destinados en España, unos ciento setenta, la Abwehr
y
la Gestapo llegaron a controlar durante la guerra mundial a unos mil
quinientos agentes de primer nivel, repartidos por toda la Península.
Desde el principio, hombres como Leissner, Paul Winzer y Josef Hans
Lazard, fueron las figuras claves del espionaje germano que actuó en
la zona nacional. Con el tiempo, en esta red de la KO-Spanien
llegaron a trabajar hasta 430 personas en plantilla, desarrollando el
llamado Grosse Plan (plan de propaganda) a favor de Alemania, además
de contar con cientos de colaboradores y contratistas. El propio
Canaris visitó a menudo España para comprobar la eficacia de la
misma.
PRIMERA
CITA EN SALAMANCA
A
finales de octubre de 1936, Canaris emprendió viaje hacia Salamanca,
provisto de un pasaporte argentino en el que figuraba el nombre de
Juan Guillermo, sin ser detectado por los republicanos ni la prensa
internacional. El recién nombrado Generalísimo de los Ejércitos y
Jefe del Estado le recibió de inmediato en su despacho del Cuartel
General, ubicado en el Palacio Episcopal, abrazándole efusivamente.
Esta fue la primera cita de Canaris concertada con Franco, a la que
siguieron otras varias para supervisar la marcha de la guerra y limar
las disputas que de vez en cuando se ocasionaban entre españoles y
sus aliados italianos y alemanes. El Caudillo llegó a apreciar y
confiar tanto en el almirante que solicitaba su intermediación cada
vez que surgía algún conflicto de envergadura, convirtiéndose en
un auxiliar imprescindible de su persona, además de su principal
confidente.
De
manera oficial, Berlín y Roma reconocieron al Gobierno de Burgos el
18 de noviembre, pese al fracaso de la ofensiva sobre Madrid, y los
alemanes enviaron al general Wilhelm von Faupel como responsable de
las relaciones diplomáticas. El primer encuentro entre Franco y Von
Faupel, que tuvo lugar el 30 de noviembre, resultó desafortunado y
el Caudillo jamás confió en este militar prusiano y arrogante,
cuyos informes al ministro de la guerra, Werner von Blomberg, sobre
las capacidades de la tropas nacionales y la conducción de la guerra
por parte del Generalísimo siempre fueron pesimistas. Aseguró que
«Franco, por su formación y experiencia militar no es un general
que esté a la altura necesaria para conducir las operaciones bélicas
en su complejidad y amplitud actuales».
Esta
falta de sintonía y entendimiento entre ambos militares fue motivo
de muchas fricciones con los alemanes, y Canaris se vio obligado a
intervenir a menudo para reconducir la situación. El almirante
conocía bien los medios y resortes más adecuados para librar a
Franco de los problemas con los mandos alemanes que le eran
incómodos, y actuó como mediador entre Berlín y el Cuartel General
de Burgos siempre que resultó necesario. Así, libró a Franco de la
prusiana pedantería del general Faupel, cuyo puesto fue ocupado por
un diplomático de carrera y viejo amigo de Canaris, Eberhard von
Stohrer, quien fue secretario de la Embajada alemana en Madrid
durante la Gran Guerra y al que Canaris conoció cuando trabajaba
como espía en la legación. Lo mismo le sucedió a Hugo von Sperrle,
al mando de la Legión Cóndor hasta que comenzó a discutir las
decisiones del Caudillo. Bastó un informe de Canaris a Berlín para
que Von Richthofen le sustituyera en el cargo.
Precisamente,
en esa primera cita de Salamanca, el objeto de la misma fue convencer
al Generalísimo de la necesidad del envío de una fuerza aérea
alemana que garantizase la superioridad del bando nacional en el
espacio aéreo, entonces comprometida por la llegada de aparatos y
aviadores rusos facilitados al Gobierno republicano por Stalin.
Canaris
dio a conocer a Franco los informes que tenía respecto a la ayuda
que Moscú y el Komintern estaban enviando a los republicanos, que
era inquietante. Hasta ese momento, se podía estimar en unos
doscientos hombres el número de voluntarios que diariamente cruzaban
la frontera francesa dispuestos a combatir en las Brigadas
Internacionales ─unos cuarenta mil efectivos en total─, al mismo
tiempo que no cesaban los envíos de armas y municiones, camiones,
aviones, cañones, blindados y toneladas de víveres y equipos
sanitarios, todos procedentes de Francia y la URSS. El almirante citó
como ejemplo los buques soviéticos que ya habían cruzado el
estrecho de los Dardanelos y navegaban por el Mediterráneo rumbo a
los puertos del levante español en poder de la República: Kurak,
Karl Lepín, Transbalt, Shather, Varlaam Avasanov, Aldecca y
Georg Dimitrov.
La
inteligencia alemana registró que el 26 de septiembre había zarpado
del puerto de Crimea, a orillas del Mar Negro, el primer mercante
soviético cargado con gran cantidad de munición, ametralladoras y
fusiles en sus bodegas con rumbo a España. Unos días después, era
la prensa republicana la que informaba con grandes titulares de la
llegada del buque al arsenal militar de Cartagena (4 de octubre), en
donde procedió a desembarcar su mortífera carga rodeado de vítores.
Once días después atracaba en el mismo arsenal el navío Konsomol,
que transportaba medio centenar de camiones, ocho carros de combate
T-26,
con dos mil toneladas de munición y una docena de aviones de caza
Polikarpov I-15 e
I-16, que
venían desmontados
y
custodiados por los primeros pilotos y asesores militares rusos.
Ante
la contundencia de sus informes, el Caudillo aceptó el ofrecimiento
o imposición de Canaris respecto a la creación de esa fuerza aérea
que estaría en exclusiva bajo el mando de un general alemán; aunque
este último debía dar cuentas a Franco de todo lo concerniente al
cuerpo
expedicionario. Pero, más que todo el material bélico que podían
recibir los republicanos, al general rebelde le incomodó mucho la
llegada de los brigadistas que, tal y como declaró a Canaris: «Esos
mercenarios internacionales ─los suyos eran moros─ intentan
imponer a España una ideología extranjera y someterla al dominio de
Moscú».
Lo
cierto fue que en el plano estrictamente militar, la participación
del Eje Roma-Berlín a favor del bando sublevado representó una
oportunidad real para poner en práctica las nuevas tácticas
militares de la famosa Blitzkrieg
que pensaban desplegar frente a sus enemigos, y probar la solvencia
de sus tropas y las nuevas armas que sus industrias producían. De
ahí la propia escalada de Berlín en su implicación en la Guerra
Civil, pasando
del suministro de aviones, armas y equipos a los insurrectos, al
envío a la Península de una fuerza expedicionaria para combatir de
su lado. A este respecto, las instrucciones que recibió el almirante
Canaris del nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von
Ribbentrop, eran muy claras: «Teniendo en cuenta la posibilidad de
que aumente la ayuda a los rojos, el Gobierno alemán no considera
que la táctica de combate de la España blanca, tanto en tierra como
en el aire, esté bien orientada de cara el éxito».
Tampoco
el espionaje ni los servicios de información militares de la Junta
de Defensa estaban a la altura de lo que se requería en una guerra,
y Canaris supo sacar partido de ello volviéndose un informante
seguro y fiable, además de cosechar una enorme experiencia en la
guerra de España que le serviría para potenciar su propia
organización, convirtiendo a la Abwehr
en
una de las mejores
redes de inteligencia que operaron en la SGM, y la más competente en
el espionaje a la URSS.
EL
SINIESTRO PAUL WINZER
En la primavera de 1937
llegó a la Península procedente de Berlín el diplomático y joven
oficial de policía Paul Winzer, de veintinueve años y miembro de la
Gestapo y la Schutzstaffel SS. Como responsable de ambas
organizaciones en España y hombre de la máxima confianza del jefe
de la Gestapo, Heinrich Müller, y del director de la Central de
Seguridad del Reich (RSHA), Reinhard
Heydrich, era el encargado de interrogar
a los combatientes de las Brigadas
Internacionales, sobre todo alemanes, que caían prisioneros,
y también tenía encomendada la vigilancia de los aviadores de la
Legión Cóndor. Winzer,
conocido por el alias de Walter Mosig, era un fiel servidor de
Heinrich Himmler y tenía la secreta misión de organizar los
primeros campos de concentración para los presos y soldados
republicanos en poder de las tropas franquistas.
Pero Winzer no solo colaboró con el general Franco en el diseño y
la dirección de los campos españoles, siguiendo el modelo de los
centros de exterminio nazis, sino que también instruyó a la policía
franquista en tareas de investigación, represión y tortura. Sus
procedimientos eran pacientes y metódicos, y en los interrogatorios
a los detenidos prefería el uso de las corrientes eléctricas, las
ataduras y privaciones del sueño al derramamiento de sangre. Sus
«lecciones» fueron seguidas al pie de la letra y sirvieron para
represaliar a miles de republicanos y refugiados en el Campo
de Concentración de
Miranda de Ebro (Burgos), uno de los más crueles e inhumanos
del franquismo.
El enviado de Himmler en
España contó con un colaborador y confidente muy estrecho, el
representante de la colonia alemana en Madrid, Ekkehard Tertsch,
padre de un conocido periodista español. No obstante, Winzer es uno
de los personajes más oscuros de aquellos años y se sabe bien poco
de su labor como espía, cuyo rastro se pierde al final de la guerra
mundial. Todo son especulaciones sobre si falleció en 1945 en un
accidente aéreo, o bien lo capturaron los aliados o los soviéticos,
que desde luego le tenían ganas. Algunos autores sostienen incluso
que logró escapar desde España hacia algún país sudamericano
siguiendo el camino de otros jerarcas del partido nazi.
Winzer hizo carrera
diplomática antes de convertirse en oficial de la Gestapo y Himmler
lo eligió como jefe de la policía secreta alemana en la España
franquista, otorgándole poderes absolutos. Según informes
oficiales, la misión que le encomendó el Alto Mando (OKW) era clara
y taxativa: investigar a los líderes comunistas y anarquistas
españoles. El alemán ya conocía España y el 18 de julio de 1936,
mientras los militares rebeldes daban su golpe de Estado, se hallaba
en Barcelona encargado de vigilar a un grupo de izquierdistas
alemanes que participaban en las Olimpiadas
Populares. Más adelante, organizó el embrión de lo que fue
la Brigada Político Social franquista, puesta en marcha por decreto
del Gobierno de Burgos el 24 de junio de 1938.
Terminada la Guerra Civil
el ministro de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, le asignó como
colaborador a José Finat, uno de los dirigentes de la Falange cuya
organización el cuñado de Franco presidía. Winzer y Finat también
cooperaron con Alfonso Escrivá de Romaní, el conde de Mayalde, que
era el director general de Seguridad y en 1940 Finat viajó a Berlín
para conocer in situ el funcionamiento y los métodos de la
Gestado y las SS. Pero desaparecido
Paul Winzer, lo cierto es que en la primavera de 1945 fue sustituido
por Ernest Hammes, hasta entonces ayudante suyo y responsable de la
Gestapo en Cataluña.
LA KO-SPANIEN
Terminada la Guerra
Civil, en el verano de 1939 el almirante Canaris decidió organizar
una serie de puestos avanzados de la Abwehr en los países que
consideraba serían neutrales ante el inmediato estallido de la
guerra en Europa: Suecia, Suiza, Turquía, Portugal y España. Estas
bases recibieron el nombre de Kriegsorganisationen (KO), es
decir, organización de guerra, y la KO-Spanien llegó a
convertirse en la más grande de todas las redes de la Abwehr
en el extranjero. Tenía un presupuesto mensual de cien millones de
pesetas y más de doscientas personas en plantilla, con cerca de dos
mil agentes y colaboradores, además de numerosas estaciones de radio
y seguimiento desplegadas por todo el territorio español. Ello fue
posible gracias a la colaboración de los gobiernos franquistas y en
especial del Alto Estado Mayor. Prestando este apoyo, la Dictadura
lograba tres objetivos: devolver en parte la ayuda recibida de
Alemania durante la Guerra Civil, obtener información relevante para
la defensa del país y aprender las técnicas de la estructura de
inteligencia alemana.
De hecho, el
norte de España se convirtió durante la guerra mundial en un marco
geográfico de referencia, donde las estructuras de espionaje de las
distintas potencias implicadas en el conflicto bélico desarrollaron
sus actividades. Los servicios secretos alemanes y británicos
compartieron un escenario en el que los franquistas tuvieron un
protagonismo nada desdeñable. Toda la cornisa Cantábrica jugó un
papel estratégico relevante dada la proximidad de las fronteras
francesa y portuguesa, la existencia de numerosos puertos marítimos
y la presencia de varios consulados extranjeros. Así lo entendieron
tanto la Abwehr alemana como el Special
Operations Executive (SOE)
británico.
Para facilitar su actividad clandestina, en agosto de 1939 Franco le
concedió al mencionado Gustav
Wilhelm Leissner, quien había llegado a España dos años antes
acompañando a la Legión Cóndor, un pasaporte diplomático y el
cargo de agregado naval honorario de la Embajada alemana en Madrid.
Con esta cobertura diplomática Leissner pudo desarrollar sus
actividades al frente de la KO-Spanien, colaborando
estrechamente con el principal consorcio industrial germano en
España, la Sociedad Financiera Industrial (SOFINDUS), que orquestaba
el empresario nazi Johannes
Bernhardt. Esta estrategia la venía
utilizando Canaris desde que se hizo cargo de la Abwehr,
acordando con el entonces ministro de Exteriores, Konstantin von
Neurath, que las embajadas y legaciones del III Reich en todo
el mundo funcionasen como bases regionales para el espionaje local,
dando cobertura e inmunidad diplomática a todos sus agentes.
La estructura de la
KO-Spanien fue la siguiente: Un cuartel general en Madrid y
tres áreas de inspección, correspondientes a las zonas geográficas
Norte, Sur y Este. En esta última, la sede principal fue Barcelona,
con sucursales dependientes en Mallorca, Valencia, Alicante y
Cartagena. En la inspección del Sur, la sede era Sevilla, con
ramificaciones en Huelva, Cádiz, Málaga y Almería. En el Norte la
sede principal era Bilbao y las subordinadas Vigo, La Coruña, Gijón,
Santander y San Sebastián. Un
elemento indispensable fue la subsección Ab-I-WT,
encargada de las comunicaciones de la KO-Spanien,
recibiendo y enviando mensajes cifrados de radio. Instalada en varios
edificios de la Embajada alemana en Madrid, sita en el antiguo
palacio de los duques de Santa Elena (calle Fortuny, 8), la potente
estación central de radio de la capital española recibía el nombre
en clave de Sabine, con estaciones secundarias en Bilbao, San
Sebastián, Barcelona, Cartagena, Algeciras y Huelva; al tiempo que
en el Marruecos español, Tánger, Tetuán, Ceuta y Melilla. La
estación equivalente a la española en Lisboa se llamaba Liselotte.
También
el enorme esfuerzo bélico alemán en aguas del Atlántico y el
Mediterráneo se vio impulsado por la decidida colaboración de
España, bajo el paraguas de una organización específica que había
creado el Alto Mando de la Kriegsmarine
(OKM) y la Abwehr
de Canaris:
el Ettapendienst
(Servicio de apoyo a la navegación de ultramar). Se trataba de una
amplia red de suministros encargada de garantizar el
aprovisionamiento y repostaje de los submarinos y buques de guerra
alemanes en
los escenarios de sus operaciones, mediante el empleo de naves
nodrizas o bases secretas de reabastecimiento que florecieron en las
costas peninsulares y del archipiélago canario. En este sentido
España, con sus miles de kilómetros de litoral, recónditas calas,
sus puertos bien situados y los archipiélagos de Canarias y
Baleares, se ofrecía como un enclave ideal para realizar
discretamente este tipo de operaciones. Incluso la flota mercante
española se utilizó para transportar materias primas y suministros
a las fuerzas alemanas en el norte de África y la Armada, aunque muy
mermada, escoltó a los convoyes germanos por el Mediterráneo.
LA ABWEHR DE CANARIS
Cinco
meses después de su nombramiento, el 1 de mayo de 1935, Canaris fue
ascendido a contraalmirante y a partir de ahí sus relaciones con el
Führer
comenzaron a resultar frecuentes. El marino sabía que la Abwehr
no contaba con más opciones que correr junto al partido nazi, si
pretendía crecer hasta convertirse en una organización capaz de
actuar por sí misma en el futuro, tal y como él pretendía. Por
fortuna, Hitler se acostumbró a consultarle en todos los asuntos
importantes y, poco a poco, los oficiales del servicio se fueron
apercibiendo de que en lugar de ser una mera prolongación del SD, su
director no era ningún brutal mandamás, como los de la Gestapo o
las SS,
sino
un hombre inteligente que sabía escuchar a los demás y conocía
bien a las personas. Alguien que con su dilatada experiencia en la
diplomacia y las finanzas clandestinas encarnaba a la perfección
toda la sabiduría geopolítica y el talento necesarios para las
labores de inteligencia que, muy pronto, se pondrían a prueba con la
Guerra Civil española.
Casi desde el comienzo de nuestra contienda civil,
Italia y Alemania vieron la oportunidad de hostigar a su enemiga
Francia desde el flanco sur de los Pirineos apoyando la causa de los
sublevados. De todas formas, la distinción en el modo de operar
entre italianos y alemanes consistió en una actitud más ideológica
y propagandística en favor del fascismo, en el caso de los primeros,
y más práctica por parte de los germanos. Estos siempre tuvieron
claro que un triunfo de los militares rebeldes les supondría grandes
ventajas geoestratégicas en el tablero europeo, y hasta elaboraron
planes concretos para sustituir a los británicos en el control del
Estrecho y expulsarlos por la fuerza del Peñón de Gibraltar. En
clave de lucha ideológica, debemos subrayar que las potencias del
Eje convirtieron el conflicto hispano en el campo de batalla donde se
dirimieron los postulados más extremistas entre fascismo y
comunismo, y no solo de manera retórica sino con las armas en la
mano. A este respecto, Hitler utilizó la larga Guerra Civil española
y los conflictos diplomáticos generados como un elemento de
distracción para las grandes potencias, evitando que estas fijaran
su mirada en el proceso de rearme que había iniciado Alemania,
precisamente, desde 1936.
CAPTURA DE DIRIGENTES REPUBLICANOS
La
Abwehr
y la Gestapo facilitaron, tras la ocupación alemana de Francia, la
captura y extradición de destacados dirigentes republicanos como el
exministro de Industria Juan Peiró, el expresidente de la
Generalitat Lluís Companys, el líder socialista Julián
Zugazagoitia, o el periodista Francisco Cruz Salido, todos ellos
extraditados y fusilados después de ser detenidos en la Francia de
Vichy con la ayuda de la policía del mariscal Philippe Pétain.
También apresaron a la exministra de Sanidad Federica Montseny, que
solo se libró de ser extraditada gracias a que estaba embarazada.
Uno de los momentos clave
y de mayor sintonía entre los agentes españoles y alemanes se
produjo a raíz de la visita oficial del 19 de octubre de 1940 de
Himmler a España. Hacía menos de un mes que Alemania había firmado
el Pacto Tripartito (27 de septiembre) con Italia y Japón. Uno de
sus objetivos era impedir que los Estados Unidos decidieran
intervenir en la guerra, que se encontraba en un impasse
después de haber fracasado la batalla de Inglaterra. Cuando el 4 de
octubre Hitler se entrevistó con Mussolini en el paso del Brennero
(los Alpes), el Führer
le garantizó al Duce
que ni Moscú ni Washington habían reaccionado con hostilidad al
anuncio de su pacto. El canciller alemán quería una alianza
continental y de bloqueo marítimo contra Inglaterra, para la que
también necesitaba el apoyo de Franco y esta misión de convencerlo
figuraba en la agenda de Himmler.
OPINIONES Y COMENTARIOS