Algunas palabras para G

Algunas palabras para G

Elena Solis

08/12/2024

No comparto ese enunciado identitario

en el que algunos vinculan al amor

con una droga dura.

No conozco (desde mi propia experiencia) ninguna droga dura,

de esas que se administran

por vía venosa, muscular u oral.

Es a ti a quien yo conozco.

Y eres tú el objeto de mi desesperación.

Yo creo en la humanidad y en el amor y

sé que hay una esencial diferencia

entre que la desesperación la cause

una sustancia química

a que la causes tú.

Si la única diferencia eres tú

yo me inclino ante en esa diferencia.

Es abismal en sí misma,

y trae consigo una infinita cantidad de hechos, sensaciones y vivencias

que sólo son posibles entre una humana y otra.

Yo me desespero por ti.

Porque tú eres belleza.

Tú no eres una sustancia química

Tampoco una ideología

No eres ninguna formulación teórica.

Ni mucho menos una ciencia.

Cuando tú me tocas

yo comprendo el significado

de la palabra milagro.

Tú eres mucho más que la suma

la multiplicación

o la combinación de todas esas cosas.

Tú eres una mujer.

Te besé mientras dormías. Te susurré que ya era mi hora de salir para empezar la semana. Esa masa compacta de días y de horas que se usa en esta tierra para trabajar hasta el descanso, que siempre es demasiado breve.

Cuando salí caminé por las tranquilas calles de tu barrio.

Casas y jardines en torno a una pequeña plaza.

Tú eres el centro de una región bella y confortable. Tan bella, que ni siquiera lo sabes.

Después la barrera separadora de la avenida horrible

y la avenida horrible.

Me senté en la metálica parada del bus, sumergida entre bramidos de motores.

El Movit indicaba la llegada inminente: diez minutos, cinco minutos, cuatro, tres, dos, uno.

Ahora, Ahora, Ahora.

Pero el bus no vino.

El miedo a llegar tarde. ¿A dónde?

El otro miedo, el miedo a no sé qué.

Ahora estoy esperándote otra vez.

Hace más de cuarenta y ocho horas que no te veo.

Has dicho que vendrás. Pero, ¿quién sabe?

No sé si volveré a verte.

Por prevención, te he olvidado.

¿Cuál es el color de tu pelo?

¿En cuál mechón tienes más canas?

Tú ahora eres una extraña.

En estas cuarenta y ocho horas he olvidado tu piel, tu cuerpo y tu rostro.

He olvidado lo que siento por ti.

Y tú, seguramente, habrás olvidado lo que sientes por mí.

Cuando entres en este departamento yo me presentaré.

Aní Elena.

Aní Gali – tú dirás.

Naim meod – diremos juntas.

Si vienes, volverás a irte.

Seguiremos con nuestra vida

Intermitente.

Ahora, ahora, ahora

Y al final no pasa nada.

Qué extraño es conocer a alguien y empezar a quererla.

Vos tenés toda una vida previa y yo también.

Quisiera cambiar tu vida,

pero no tengo derecho,

no vale la pena,

sé que será en vano.

Para atrás, imposible.

Para adelante, ni hablar.

En verdad no lo deseo.

Y ya no sé qué deseo.

Ni siquiera quiero cambiar mi vida, eso está claro.

¡Qué extraño es llegar a un momento en que no se aspira a un cambio!

Tengo ansiedad, pero no sé de qué.

Si lo pienso, si lo pienso bien, estoy completamente segura de que no quiero cambiar absolutamente nada.

Vagamente aspiro a un estado de cosas

en el que un montón de mujeres de nuestra generación

vivamos en paz

escuchando música y leyendo.

Y que, en una de las ventanas de uno de los apartamentos

estés vos,

escuchando música y leyendo.

Afuera hay destrucción.

Pero algunas estamos escuchando música y leyendo.

Nuestras ventanas encendidas nuestras nucas.

Nuestros poetas, nuestros hijos grandes, muy grandes, nuestros cuadros queridos.

Y de vez en cuando saldremos,

caminaremos escondidas

sin saber de qué

y nos meteremos en el apartamento de la otra.

Después de tanta, pero tanta vida, eso es lo que hemos conseguido

y ni siquiera queremos quejarnos.

No pidas perdón.

Que no se te ocurra.

Yo te lo agradezco.

La obviedad es un abismo hacia el que nosotras nos deslizábamos, alegres y distraídas.

Ese agujero cómodo y feo, lleno de certezas.

No llores.

¿Por qué lloras?

Tú, acabas de rescatarnos.

Ahora, cada mañana, rigurosamente a las 6,

cuando mis manos estén a punto de correr las cortinas,

movidas por ese impulso irrefrenable de correrlas,

no sabré, (gracias a ti)

si habrá salido el sol.

Cuando camine por la calle Rogozyn,

esa 8 de Octubre un poco más ecléctica,

los edificios serán dragones

echando fuego a mi paso.

Cada rostro me parecerá un monstruo.

Pero no me vencerán.

¿Por qué lloras?

Tú me has devuelto la oportunidad

de ser invencible.

Tú me lo has dado todo.

Ahora,

otra vez,

yo soy Elena Solis.

Te extraño cuando la vida es difícil,

y porque la vida es difícil te extraño.

La vida es, en realidad, fácil.

¿Qué puede haber más fácil que ir a trabajar

ser una empleada

en una empresa constituida pura y exclusivamente por mujeres

en un país desarrollado y rico?

Salir a las cinco de la tarde

sentarse a leer en el porche,

abrir la cortina de enrollar

oprimiendo un botón blanco

oir la sirena y correr al refugio

y salir diez minutos más tarde

para evaluar los daños, a simple vista imperceptibles.

¿Qué puede haber más fácil?

Entonces, no te extraño porque la vida sea difícil,

sino porque es demasiado fácil.

Quizás, no haya ninguna relación entre la complexión de la vida

y el amor.

Te extraño porque te extraño.

Tú no me cuidas de nada.

Cualquier misil balístico supersónico puede caer sobre nosotras

tanto sobre mí como sobre ti.

Tú no puedes protegerme,

sin embargo tú eres mi hogar.

La otra vez vi una película tonta.

Se trataba de una familia feliz

cuya vida feliz era interrumpida

por un agente externo malévolo.

Una película seria.

¡Sin embargo, era tan graciosa!

El padre y la madre

de aquella familia feliz

iban sorteando dificultades,

a cuál más desafiante e inverosímil,

para mantener a la familia viva y unida.

En una carcajada,

sola en mi casa,

me reconocí a mi misma,

después de mucho tiempo.

Mirando aquella película estúpida

En aquella carcajada genial.

Me reí del padre y la madre

de los niños

de la casa

de los vecinos, el barrio y la ciudad

las carreteras y caminos

del gobierno del país de la película

del país en que nací

de todos los gobiernos del mundo.

de la tierra y de Dios.

Pero de éste, no pude reírme.

La película terminó maravillosamente,

en una postal final

en la que la familia estaba reunida tan bella como al principio,

pero cargada de la inigualable experiencia de aquella tragedia

ya plenamente superada.

Leí todos los créditos

registrados en pequeñas letras blancas.

La pantalla quedó en negro.

Vi mi propio rostro serio reflejado en ella.

Entonces volví a extrañarte.

Yo no te miré a los ojos

ni apunté con mis pupilas a tus labios

para indicarte que quería besarte.

Tampoco te pedí permiso

y tú jamás me lo concediste.

Yo no te besé.

Tú terminaste de cenar,

tenías aceite en los labios

y yo te lo quité

sin servilletas,

porque en mi casa,

jamás hay servilletas.

Yo no te invité a cenar.

Caminábamos por el parque,

tu perro correteaba entre nuestras piernas.

Se hizo la noche.

Tuvimos hambre.

Todos los cafés estaban cerrados.

Fuimos a casa,

Ha Histadrut 9, Kfar Saba.

Tiré aceite de oliva en una sartén,

luego cebolla, papas,

piqué algunas verduras más

para una ensalada.

Comimos.

Comimos porque tuvimos hambre.

Después de limpiarte los labios

me alejé de ti

deambulé por mi casa

en busca de un espacio

una pequeña porción de territorio

donde respirar aire puro.

Tú también deambulaste dentro de mi casa

y elegiste la misma porción de territorio

ese porche cubierto de cañas que le he sustraído

a mis vecinos benévolos.

Yo también estaba allí.

Nos encontramos porque queríamos respirar.

Si cada mañana te enviara un mensaje

te preguntara cómo has amanecido

cómo te sientes hoy?

te duele alguna parte del cuerpo?

Y el alma? Ahí sí duele?

Si cada tarde te enviara un poema

tú te hartarías de esa extraña acosadora.

Si, cada sábado por la noche,

al besarte antes de irme,

te preguntara:

Por qué nos decimos adiós?

Y, por qué, luego,

como zombis masoquistas,

nos sumergimos en ese tramo de tiempo

al que, usando un eufemismo,

llamamos semana

absurda, compacta, estéril

vacía de placeres.

Como la música sin silencio

la caricia sin pausa

la magia sin ilusión,

si preguntara

por qué

sería como permanecer.

Si me quedara

tú lo sabes,

sería el abismo.

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