El diario de la condena.

El diario de la condena.

Michael Avalia

06/12/2024

El diario de la condena.

El aire en la biblioteca era denso, como si las paredes mismas estuvieran absorbiendo el tiempo, inmóviles, observando a cada visitante que osara cruzar su umbral. La luz del sol, filtrándose tenuemente a través de las ventanas altas, apenas iluminaba los pasillos llenos de estantes polvorientos. El olor a libros viejos y a madera envejecida flotaba en el aire, mezclado con la sensación de abandono. Alex caminaba con paso lento, como si una fuerza invisible lo empujara hacia un destino del que no podía escapar. El eco de sus propios pasos resonaba en sus oídos, amplificando la sensación de vacío que lo rodeaba. A cada paso, el silencio le parecía más opresivo, como si la biblioteca estuviera viva y lo estuviera observando.Había llegado sin saber muy bien por qué, impulsado por una necesidad inexplicable. La biblioteca, que había sido su refugio en su niñez, ya no le ofrecía consuelo. Ahora se sentía como un laberinto sin salida, cada rincón, cada estante, una sombra más de la que huir. Pero algo lo detenía. Algo en su interior le decía que debía seguir adelante, que había algo más allá de esos pasillos olvidados que necesitaba encontrar. Tal vez una respuesta. Tal vez algo que le permitiera entender por qué su vida había comenzado a desmoronarse.En un rincón apartado, casi olvidado, encontró el diario. Un cuaderno de tapas negras, envejecidas, con el borde del papel ligeramente desgastado. El título, en letras doradas y difusas por el paso del tiempo, decía: Mi vida. Sin pensarlo demasiado, Alex lo tomó entre sus manos. La primera sensación fue extraña, como si algo le rozara la piel desde dentro, como si el cuaderno tuviera un poder propio. La misma sensación que había tenido cuando, de niño, sus padres le hablaban de los destinos escritos, de los caminos predestinados.Al abrirlo, vio que las páginas estaban llenas de palabras escritas a mano con una caligrafía que le resultaba extrañamente familiar. La primera página contenía detalles triviales de su vida: la fecha de su cumpleaños, su dirección, los nombres de las personas que había conocido. Parecía un diario común, un relato de recuerdos. Sin embargo, algo no encajaba.La siguiente página contenía algo más extraño: Hoy, Alex irá a la biblioteca. Las palabras se clavaron en su mente como una aguja. Sintió cómo su piel se erizaba, pero la necesidad de leer más lo superó. Comenzó a pasar las páginas rápidamente, cada vez con mayor desesperación. La sensación de estar observando algo prohibido, algo que no debía ser visto, lo envolvía. Sin embargo, cuanto más leía, más claro se volvía: el diario estaba describiendo eventos que aún no habían ocurrido, con una precisión aterradora.Al principio, intentó racionalizarlo. Tal vez alguien lo había estado observando, tal vez se trataba de una simple coincidencia. Pero conforme avanzaba en la lectura, la sensación de incomodidad se intensificaba. Cada página describía un evento futuro. Un encuentro con un amigo, una conversación, el sonido de su reloj en la noche. Todo estaba escrito allí, con detalles tan minuciosos que parecía imposible que alguien pudiera predecirlo con tanta exactitud. Pero su mente no podía detenerse; la necesidad de saber, de descubrir más, lo impulsaba a seguir.Sin embargo, el horror llegó cuando leyó la siguiente línea: un accidente ocurrirá. La sangre será suya, aunque él no la derrame.Alex cerró el diario con violencia, su respiración errática. El miedo lo envolvía como un manto, pero una extraña curiosidad lo mantenía pegado al cuaderno. ¿Cómo podía saber ese autor todo lo que había hecho, hasta los momentos más banales de su vida? ¿Y si lo que le estaba pasando no era solo una casualidad? ¿Y si de alguna manera él mismo era el responsable de este destino predestinado? El eco de su propia respiración resonaba en su cabeza mientras el silencio de la biblioteca se volvía insoportable. Decidió mirar al espejo. Necesitaba comprender, encontrar alguna respuesta, aunque fuera dolorosa. La figura que apareció en el cristal parecía normal al principio, pero a medida que la observaba, algo en ella comenzaba a distorsionarse. La luz del sol que caía sobre él se reflejaba de manera extraña, creando sombras que danzaban a su alrededor. La imagen reflejada en el cristal parecía un reflejo vacío, como si nada hubiera cambiado en él en años. Pero algo no estaba bien. El vidrio comenzó a distorsionarse, y una figura apareció en la superficie: una figura femenina, pálida, con los ojos vacíos que lo miraban fijamente.Su corazón latía con fuerza, y un frío inexplicable lo recorrió. La figura en el espejo no era solo una visión: era una parte de él. La mujer era ella. O al menos lo era en parte. Algo en esa imagen le parecía familiar. Algo que le resultaba aterradoramente cercano. Las facciones de la mujer reflejada empezaron a cambiar, a distorsionarse, como si estuviera adoptando la forma de Alex mismo, pero de una versión que él nunca había conocido, una versión de su alma oscurecida por la culpa y la desesperación. «Soy yo», murmuró, pero en su voz no había certeza, solo una creciente desesperación. La culpa lo invadía. ¿Qué había hecho? ¿Qué estaba por hacer? ¿Era un hombre atrapado en su propio destino, o estaba condenado por sus propias acciones? Recordó el accidente que nunca había olvidado, el que había ocurrido años atrás. Aquella noche, cuando su hermana menor, en un impulso infantil, había tropezado y caído de las escaleras. Alex había estado allí, había visto todo, pero nunca se había detenido a evitarlo. Después de eso, nada fue igual. La culpabilidad se había incrustado en él como una sombra implacable. Su familia había cambiado, y su vida se había desplomado lentamente hacia el vacío. Ahora, la figura en el espejo parecía señalarlo, acusarlo por lo que había hecho, por lo que había dejado de hacer.La figura sonrió, una sonrisa torcida que desbordaba malicia. Los ojos vacíos de la mujer lo observaban fijamente. La distorsión de su rostro le heló la sangre. En ese instante, Alex comprendió que no estaba solo. La culpa, el miedo, el arrepentimiento… todo se materializaba frente a él. El espejo ya no era solo un reflejo; era un portal a lo que él había negado durante tanto tiempo. «No puedo escapar…», susurró. La voz era suya, pero el tono era extraño, como si viniera de algún lugar oscuro dentro de él mismo. Las sombras en la habitación se alargaban de forma grotesca, como si fueran tentáculos intentando alcanzarlo.Su respiración se volvía más irregular. Sentía que sus piernas flaqueaban; el suelo parecía ceder bajo su peso. De repente, una sacudida de dolor lo atravesó, como si su propio cuerpo estuviera reaccionando a una verdad que no quería aceptar. La culpa lo desgarraba. Se apartó del espejo con violencia, pero la imagen no desapareció; estaba dentro de él, como una presencia palpable que lo perseguía. El diario, que había quedado abierto en la mesa, parecía ahora una maldición.El cuaderno aguardaba, como un juez implacable. El accidente está por suceder. Y tú, Alex, serás el responsable.El peso de la revelación lo aplastó. La sangre que caería sería la suya; la culpa lo consumiría. La imagen en el espejo le mostró su rostro envejecido, marcado por la tragedia, y por un momento creyó que el reflejo podría hablarle. Pero lo único que pudo oír fue el eco de su propia voz: No puedo escapar…El aire se volvió espeso. Cada rincón de la biblioteca parecía estar cernido por una presencia intangible, pero omnipresente. Las sombras comenzaban a moverse, las estanterías a inclinarse hacia él, como si lo estuvieran acechando. El reloj, en algún lugar cercano, emitió su tic-tac con una lentitud insoportable. Todo se había detenido a su alrededor, pero el reloj seguía. La sensación de que el tiempo ya no tenía importancia lo envolvía. No importa lo que haga, pensó. El destino ya está sellado.Entonces, el espejo se rompió. Las piezas cayeron al suelo y con ellas la sensación de que el destino de Alex ya estaba sellado. La biblioteca, el diario, el espejo: todos esos elementos se entrelazaban de manera irreversible. La sensación de estar atrapado en un ciclo cerrado de desesperación y horror lo rodeaba. No había escapatoria. El accidente había sucedido. Y tal vez, de alguna forma, él ya era su propia víctima.Pero antes de que pudiera procesar lo que acababa de ocurrir, una última página del diario apareció entre las sombras. En ella, con letras grandes, estaba escrita una frase aterradora: «La culpa será tuya, y no podrás huir.»

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