Mileniales, clavados mirando al cielo como estatuas de sal, buscando en vano un fulgor, un destello que oriente.
Generación Z, azotada por la marea de datos, donde cada pixel es una herida, cada mensaje un fragmento de alma desollada.
Quietos no podemos quedar; este mundo nos niega el pensar, nos exige movernos, funcionar, porque pensar es un lujo prohibido y la duda un crimen contra la eficiencia.
Generación Alpha, heredera de un grito sofocado: llevamos en la piel la cicatriz de un mandato cruel.
“Debes vencer o desaparecer” nos marcaron con hierro, dejándonos la huella imborrable de expectativas imposibles.
De la infancia al precipicio de la adultez, nos han moldeado como arcilla en manos de un dios ciego, desechando nuestros sueños con la misma facilidad con que se olvida un nombre.
Te esfuerzas, te desgarras, pero el fruto no cae.
La culpa, ese peso sin nombre, te carcome por dentro, porque de mil sueños, solo uno encuentra su destino.
Entre la esperanza y la melancolía, somos equilibristas sobre el abismo de la historia, bailando en un hilo más fino que el suspiro.
Todo tambalea: la política, la tierra, el futuro.
Nos dicen “juntos podemos”, pero jamás nos incluyen en ese nosotros.
Es más fácil ser presidente del país, que obtener el título del estudio que realizaste.
El silencio es la tumba de los que aún respiran.
Aunque tiemble la voz y el miedo nos ahogue, somos las grietas por donde se filtra la verdad en el muro de la opresión.
Cuando la casa se desploma, sus cimientos revelan la podredumbre: un sistema construido sobre la injusticia, donde los políticos juegan a ser dioses mientras el país arde.
Guerra aquí, guerra allá. Los pobres se devoran entre sí, mientras los ricos esconden sus tesoros en bancos sin nombre, trazando geografías del despojo, territorios donde la avaricia reina y la justicia llega tarde.
Pero no hay jaula que encierre el espíritu libre. Lo que no logramos solos, lo logramos juntos, y nuestra fuerza no empuña armas, porque nuestra espada es el pensamiento, y nuestro grito no es de destrucción, sino de resurrección.
¡Basta! No es un eco aislado; es un rugido colectivo.
No es un final, es un principio.
OPINIONES Y COMENTARIOS