Aquella tarde

Aquella tarde de sábado yo no tenía ningún plan. Eso me daba mucha vergüenza, incluso frente a ti. Nadie me había llamado para hacer algo, ir al parque, al cine, juntarnos para lo que sea. Yo siempre estaba sola, no tenía amigas ni amigos, y tú nunca me lo recriminaste, ni siquiera me lo hiciste ver. Permanecías en silencio. Mi soledad era para ti merecedora del más absoluto respeto. Tú eras devota de mi soledad. 

Quedamos tú y yo en al sillón, mirando aquella entrevista en el televisor. Me pareció conmovedora. Nunca había oído a nadie decir cosas como las que se dijeron en esa entrevista, y por eso, siempre la recordé e intenté recuperar aquellas bellas e increíbles palabras. Pero me era imposible, ni siquiera en su música. Es imposible recordar algo que nunca antes se había escuchado y, peor aún, algo de lo que nunca después vuelve a escucharse algo parecido. 

Se hizo la hora de ir al teatro. ¿Por qué fuimos? Supongo que tú habías comprado dos entradas y papá no quiso ir, se enfermó, o tuvo ganas de estar solo. Tuvimos que dejar la entrevista por la mitad.

La obra era insoportable. 

El teatro sería genial, si, alguna vez en algún lugar del mundo, se hubiese estrenado alguna buena obra de teatro. Me dijiste al oído, «qué mala es esta obra, nos hubiésemos quedado viendo la entrevista, que estábamos tan bien». Lo dijiste como si tú y yo fuéramos un verdadero equipo y yo no quise decirte que tú no eras una buena madre, pues sabía que tú podrías responderme que yo no era una buena hija. Soportamos hasta el final. La gente aplaudió con entusiasmo, muchas personas se pusieron de pie, dando muestras de exaltada aprobación. Quizás eran parientes de los actores, los iluminadores y los sonidistas y silenciaban con aplausos la mediocridad de la obra, como yo silenciaba tu mediocridad y tú silenciabas la mía. 

Hoy, estando tan lejos en la tierra y en el tiempo, hoy que tú ya no estás entre nosotras, he vuelto a ver la entrevista y he podido escucharla en su totalidad. La aplicación me llevó hacia ésta, como si tu muerte, de algún modo, fuera una cifra incrustada en la fórmula del algoritmo. Por suerte la obra de teatro no está en la fórmula. 

– ¿Por qué, Don Atahualpa, usted está tan desarraigado de su tierra?

– ¡Qué voy a estar desarraigado!

– ¿Por qué vive usted en París?

– Porque todo me queda cerca, hasta la soledad. 

Es un recuerdo que yo tengo de tu maternidad así como tú tendrás recuerdos, nada brillantes, sobre tu hija.

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