Tengo un breve recuerdo de lo que pasó pero prefiero no contarlo; no es ni cerca a lo que ella les dijo. Nunca entendí la temática de su palabra, ella no quería hablar solo porque sí, pero tampoco había motivos para hacerlo. Incluso la risa y el sentido del humor debían ser programados con anterioridad para poder combinarse; después de todo, ambos estábamos cansados de arrugar la cara por nada. Pero no así al llorar, tal cosa era un deporte, sin fines de lucro y desestimando toda connotación y originalidad llorábamos por el pichón que no sale del nido y por el que vuela lejos también, por las ventanas abiertas y por las rejas grises de tres metros que pone la gente en sus casas.
Cada clavo que se pisaba era un despertar, un sol naciente; ay, si te contara sus tareas me odiarías. Que podría decir, siempre se vio así de pulcra, blanca ella como ninguna y casta, me odiarías si te dijera lo que soñaba, y sus colores preferidos, ¡ay!, que desgracia. Si hasta yo me odio por soñarla, que te espera a ti y tu alma cansada.
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