Hace unos días, me escribiste «cómo estás?», y aunque es una pregunta sencilla, cotidiana, común, que casi siempre se la dice por costumbre sin que interese la respuesta, a mí me sacudió, estaba caminando justo delante de una iglesia, con el sol ardiendo y cayendo en mis hombros cuando la leí, me paré en seco, y me quebré, ya no sentía el sol quemándome, quería llamarte desesperadamente y decirte que cómo te atreves a preguntarme cómo estoy, después de no haberte interesado por meses, después de que varios días moría por ti, por tenerte, y no estabas, después de que te añoré hasta sentir que me dolía el pecho, y varias ocasiones tomé una copa de vino brindando contigo esperando a que me sintieras. Después de que intenté desesperadamente reemplazarte con alguien más para que me escuche, para que me aconseje, para desahogarme, por qué también, si no lo has pensado, eras mi mejor amigo.
Esa pregunta me hizo volver a sentirte, me hizo volver pensarte, y nuevamente mis sentidos se alertaron buscando en mi mundo algún rezago de ti, una canción, tu aroma, tus gestos, tu voz. Tu manera de desestabilizarme no tiene precedente, nunca nada ni nadie me ha movido el piso tanto y con tanta intensidad.
Otra copa en mi mano 🍷, a tu salud!
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