Hace un tiempo ya que vive dentro de ella misma, o tal vez fuera, no logro identificar bien.
Mirándola fijo a los ojos, podés observar su ausencia. Su “no mirada” es lo que más causa dolor. Cuando te mira y no te ve, cuando te habla pero no te nombra.
Con toda esa angustia de transitar un duelo en vida, de buscarla y no encontrarla. El amor, como único escudo, te invita a adentrarte en su laberíntica mente en busca de una pizca de lo que ella era, de una pizca de lo que para vos sigue siendo.
La mayoría de los días su enfermedad defiende su territorio, aquel que invadió sin piedad aquel otoño frío. Te deja tan pequeña, llena de frustración y melancolía, que parece imposible imaginar intentarlo de nuevo. Sin embargo, todas esas misiones fallidas cobran sentido aquellos días soleados en que, al inmiscuirse en su mente, una puede eludir con gran agilidad al ser que custodia sus recuerdos para tener ese reconocimiento en forma de sonrisa, tan luminosa como fugaz.
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