En un video de las noticias me apareció una señorita que, en algo como una asamblea, vestida de negro, de pie y rasgando una hoja, en un idioma desconocido, inició un canto muy breve como un reclamo, y luego cambiando de tonalidad, inició otro más gutural y rítmico, acompañado de un baile al que se unieron otros de la asamblea, de modo que se formó un coro de tintes primitivos, un baile grupal y ceremonioso, a toda vista, parte de un rito muy antiguo, era un Haka maorí. Al verlo y escucharlo, sentí una fascinación desconocida, como un encantamiento interno que me obligó a escucharlo y verlo una y otra vez, hasta que sentí humedad en los ojos, una emoción real, como un llamado ancestral desde raigambres que desconocía poseer. Pregunté a varios de mis amigos acerca de esto, y en sorpresa descubrí que todos habían sentido cosas muy similares, una fascinación que asimilé al aullido lupino que arrebata y aturde a nuestras mascotas caninas, cuando lo oyen a lo lejos. ¿Pero qué es este embeleso que sentimos al escuchar esto? ¿Cuál es el origen de este deslumbramiento? ¿Acaso será parte de un origen común, que hace tiempo olvidamos, pero que renace en estos rituales conservados por miles de generaciones? Pues desde aquí, desde las américas, poco o nada nos une con esas culturas oceánicas, lejanas en historia, en tiempo y en geografía, ¿o no? ¿Será acaso que todos somos parte de una misma tribu? ¿Qué el pertinaz baño cultural de occidente, no es suficiente para hacernos olvidar, esas memorias colectivas casi genéticas? Cuando presencio los bailes folclóricos de mi país, siento ese grueso vínculo, pero no me lo cuestiono, pues me es totalmente natural, y me hallaría bastante mal si no lo sintiera. Pero de culturas tan lejanas, de idiomas tan extraños, de tradiciones tan separadas, esa ilógica conexión, al mismo tiempo, también me es fascinante. Que los seres humanos seamos capaces de mantener, como en espíritu, nexos más allá de toda física, inconscientes cohesiones, e impalpables ascendencias, que ignoramos detentar, pero que reaparecen inmateriales e involuntarias, cuando detonan a estímulos igualmente misteriosos, haciéndonos reconocer, a hermanos, familias y linajes, talvez lejanos, sin duda lejanos, pero de seguro nuestros, pues la sangre en su sentir, nunca engaña, nunca.
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