los escritos del oidor

Las Huellas de William Guillén Padilla: Fantasías, Amistades y Culpa.

                                               Por Laura Naidelit Cojal Burga y Diana Elizabeth Bazán Gallardo.

William Guillén Padilla, nacido en Hualgayoc, Cajamarca, en 1963, es escritor peruano reconocido por su notable contribución a la minificción. Según Quiroz (2008), “Guillén tiene un espíritu que narra tras liberar sus conflictos, los cuales vuelan de manera atrevida por el precipicio del asombro y la alegría». Guillén ha logrado captar la esencia de la cotidianidad en sus textos, mostrándola como un espejo donde se reflejan los sueños, conflictos y emociones universales. Su obra maestra «Los escritos del oidor», nos muestra un conjunto de 228 microrrelatos que revelan las complejidades del mundo actual, explorando las verdades más profundas de sus personajes y el contexto social que los rodea. En esta reseña, nos centraremos en tres fragmentos clave de la obra: Realidad Virtual, Gratitud y Tragedia, textos que nos invitan a reflexionar sobre los dilemas morales y emocionales de la vida cotidiana.

                  Quién dijo que yo no podía. Cierto, me lleva cien kilos y medio metro de ventaja, sin contar las montañas que tiene por zapatos. Fornido y gruñón, Dudín Desa Guerra, siempre lastimándome; pero yo allí, de su cuello bien prendido, en el centro de la Plaza de Armas, a plena luz del día. Rota su mandíbula, sus ojos saltando con cada golpe que le propino en las costillas —soy más bajo y eso no importa—; su nariz una catarata de sangre y más golpes en sus flotantes y… cuando le venía dando duro y parejo y estaba a punto de quebrarle el brazo, mi inoportuna madre irrumpió en el dormitorio, arrojando agua sobre mi cama. Eran las siete de la mañana, hora de ir al trabajo: mi jefe Dudín no soportaría una tardanza más y yo bien lo sabía. Como ve, un sueño así, amigo controlador de tardanzas, es una pena no haberlo podido completar.

                                                                                                 (Guillen Padilla, 2010, pág. 117).

Este fragmento nos ofrece una ventana al mundo interior de un personaje que canaliza sus frustraciones y miedos a través de un sueño tan vívido. Dudín, descrito como jefe del protagonista, representa una figura de poder opresiva en su vida diaria. La violencia simbólica del sueño —romperle la mandíbula, golpearle las costillas; es una manifestación de la acumulación de resentimientos hacia un sistema asociado a las exigencias y las dinámicas laborales que lo sofoca. Sin embargo, no es capaz de completar su «victoria» ni en el sueño ni en la realidad. A nuestro juicio, el tema nos hace sobre cómo las fantasías, ya sea en sueños o en la imaginación, a menudo son lugares donde procesamos y enfrentamos nuestras frustraciones. Por lo tanto, también nos recuerda que, por más intensas que sean esas fantasías, al final estamos obligados a regresar a la realidad, con todas sus limitaciones y desafíos. En este sentido, la clave está en reconocer que, aunque no se pueda eliminar las exigencias externas, sí podemos gestionar la forma en que nos afectan. Esto requiere un esfuerzo consciente por establecer límites saludables, priorizar tiempo para nosotros mismos y encontrar formas de canalizar nuestras frustraciones. Puede ser a través de actividades creativas, ejercicio, espacios de reflexión o incluso pequeñas acciones para reclamar nuestra agencia en lo cotidiano.

                 Aquel día bebimos hasta el cansancio. Víctor, dormido en la única banca de mi casa, era un mueble más. Todos ya se habían retirado, cada quien como pudo, y yo contemplaba ese cuerpo de treinta kilos y cincuenta años que roncaba como Biscocho. Casi a las seis de la mañana, cuando el sol es una trenza de fuego en el horizonte, Víctor por fin se incorporó y a tientas se marchó hablando solo, con los miles de demonios que seguramente lo mortificaban. Aquella borrachera, por fin había terminado. Un alivio en mi cuarto: Víctor, borracho entre los borrachos, con su partida me permitiría descansar algunas horas. A los pocos minutos que pude al fin cerrar los ojos, unos golpes en la puerta que parecían anunciar el fin del mundo me incorporaron. ¿Alguien habría muerto? ¿Sería el cobrador de los arriendos? ¿Mi hermana habría dado a luz? ¿No podrían esperar un poco para darme buenas o malas noticias? Molesto y con ganas de ahorcar al primero que viera en mi puerta, salí a ver quién era el que propinaba tantos golpes a mi apolillada puerta. Era Víctor. Había olvidado —me lo repitió un millón de veces— agradecerme 214 | William Guillén Padilla la gentileza de haberle acogido en mi casa cuando los tragos le habían hecho dormir más de la cuenta. Dio mil gracias más. Dos mil. Tres mil venias y partió, más sano que un vegetariano. Yo quedé con los ojos de búho y la cama tendida, recordando que aquel buen amigo era un diplomático jubilado, como yo, socio honorario del bar cuyo nombre le puso él, y cuyos ambientes cuido ad honorem: La Embajada de Tragolandia, el único lugar digno de cuidar, porque, además de bar, sirve también de caseta del cementerio y picantería marginal.

                                                                                                 (Guillen Padilla,2010, pág. 213)

Este fragmento nos muestra cómo, incluso en situaciones de cansancio, desorden y exceso, las personas pueden conservar gestos llenos de humanidad. Víctor, un hombre débil y consumido por el alcohol, regresa para agradecer al narrador. Aunque parece un acto simple, demuestra que todavía hay espacio para la gratitud y la conexión entre las personas, incluso en momentos difíciles. El bar «La Embajada de Tragolandia» no es más que un lugar para beber; representa un refugio para quienes busacan consuelo y compañía. Aunque es un espacio modesto, simboliza la importancia de los vínculos humanos en medio de la precariedad. En nuestra opinión, el autor combina humor y profundidad para mostrar que hasta los momentos más simples pueden tener un gran significado. La escena de Víctor golpeando la puerta para agradecer es divertida, pero al mismo tiempo nos recuerda que los pequeños actos, como dar las gracias, son importantes. El narrador, a pesar de su cansancio y frustración, reconoce el gesto de su amigo. Esto nos muestra que, aunque la vida pueda ser difícil, siempre hay espacio para la amistad, el respeto y la humanidad. Este relato nos lleva a pensar: ¿cuánto valoramos las cosas simples como la gratitud? A veces, en la rutina o en los momentos difíciles, olvidamos que un gracias puede ser un gesto poderoso que refuerza nuestras relaciones. También nos invita a reflexionar sobre cómo podemos encontrar significado incluso en los lugares más inesperados. «La Embajada de Tragolandia», aunque parece un lugar insignificante, se convierte en un espacio donde las personas se apoyan y encuentran algo de sentido en sus vidas.

                Aquí murió mi padre; fue al caer mil metros adentro con todo y Pazán. Mi hermano Santos, el mayor, lo seguía por detrás guardando su distancia, como rabiza. Pazán era caballo nuestro; es decir, mío y de mi madre nomás; no de él, que en paz descanse. Donde ves el fondo del río —río que parece una soga de plata cuando es luna llena como hoy—, quedó su cuerpo más destrozado que pantalón de mendigo. Pazán, a quien tanto amábamos, murió con él. Quién habría podido sobrevivir a

tremenda caída… Aquí murió mi padre. Nadie en el pueblo quiere acordarse de él; solo de Pazán, el primer caballo de paso de la región que nuestro padre robó a mi madre, después de matarla a golpes y gritar llorando que no fue él. Mi hermano mayor, que andaba siempre con mi padre, al no poder hacer nada por evitar el accidente, murió un día después. De pena, decían las tías que sabían de esas cosas. Yo creo que de rabia. No soportó la pérdida de Pazán. Adrede veo el lugar donde resbaló Pazán y adivino lo que pensó mi padre al caer: mejor muerto que vivir con la vergüenza de no tener un caballo de paso propio y una familia. El precipicio mató a mi padre; la altura que tiene, digo. Pero seguramente también yo, por colocar un alacrán en la oreja de Pazán, quien de puro susto no dejó de correr y correr hasta caer abajo, abajo, donde nada se ve.

                                                                                              (Guillen Padilla,2010, pág.120).

El fragmento narra la trágica muerte del padre de William Guillén, quien cae con su caballo al precipicio. El texto, cargado de simbolismo, se centra en el sentimiento de culpa del narrador, quien se responsabiliza de la caída al poner un alacrán en la oreja del animal. Esta culpa refleja su frustración con un padre abusivo y una violencia familiar heredada, atrapándolo en un ciclo de sufrimiento. La frustración del narrador se manifiesta en su sentimiento de estar atrapado entre su amor y su resentimiento hacia su padre. Guillén hace un excelente trabajo al mostrar la complejidad de la violencia intrafamiliar. A través de sus palabras, logra transmitir cómo las cargas emocionales afectan las relaciones familiares. Las tensiones y los conflictos en este contexto tienen un impacto duradero en las personas, afectando cómo interactúan y se relacionan con los demás. Asimismo, el fragmento explora la posibilidad de sanación o perdón; mostrar estas opciones ofrece una vía de escape del ciclo destructivo. En reflexión, aunque la culpa y el dolor son inevitables, lo que permite superar las dificultades es la capacidad de comprender y reflexionar sobre nuestras acciones, en lugar de quedarnos atrapados en los ciclos destructivos que nos impiden avanzar.
En resumen, la obra de William Guillén Padilla es un viaje emocional que nos invita a explorar las profundidades de la experiencia humana. Nos muestra que cada historia, por dolorosa o cómica que sea, lleva consigo lecciones valiosas sobre la vida y la conexión entre las personas. Nos recuerda que, incluso en medio del sufrimiento, siempre podemos encontrar un rayo de esperanza y humanidad. Los sueños pueden ser vehículos para procesar nuestras frustraciones, mientras que los actos simples, como la gratitud o la reflexión sobre la muerte, tienen un gran impacto en la dinámica humana. El conflicto moral y emocional que surge en cada uno de estos textos muestra que, aunque las personas luchan con sus propios demonios y con los sistemas que los oprimen, siempre queda espacio para la humanidad: ya sea en un gesto de agradecimiento o en el dolor que provoca el sentimiento de culpa. Al cerrar sus páginas, nos quedamos con la certeza de que, en nuestro propio camino, cada encuentro y cada desafío nos ofrece la oportunidad de crecer, aprender y, sobre todo, sentirnos vivos.

Referencia:

  • Guillén Padilla, W. (2006-2009). Los escritos del oidor (3ra ed.). Lluvia Editores y Petroglifo. ISBN 9972-25.58-1-6.x
  • Esteban, Q(Lima 2008) _Narrativa de William Guillèn padilla. https://www.oocities.org/wguillenpadilla/narra.htm

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