CAPÍTULO PRIMERO:
Siempre nos dicen que lo más simple es empezar desde el principio. En este caso, elijo repasar mis páginas desde el final, en el momento exacto en el que la materialidad de mi cuerpo, desalineado de mi espíritu decide que es hora de explotar.
Los síntomas físicos fueron moneda corriente en mi vida desde que tengo uso de razón, pues gracias a la medicina toda sintomatología puede ser apaciguada por un fármaco, los hay de mejor y de mejor calidad pero todos cumplen la misma función, adormecer el dolor.
Pero ¿a quien o a qué acudimos cuando aquellos eruditos que estudiaron el cuerpo humano durante más de una década no encuentran respuesta para nuestro dolor? La medicina alternativa, la espiritualidad, las emociones, las religiones entran en juego en este campo de batalla entre el cuerpo y la mente que aunque busca desesperadamente una explicación éste decide que no existe algo que aliviane enteramente la aflicción.
La terapia y los libros de autoayuda me orientan sobre los sucesos que atravieso, me explican a partir de qué mecanismo surgen mis reacciones contra la vida, pero ninguno cuenta con un manual sobre cómo sobrellevarlo, o más bien, cómo sanarlo.
Te dicen “es necesario que proceses el dolor” si tengo vivirlo a flor de piel ¿por qué mis años de lágrimas aún no lo han remediado? Te explican entonces que es un camino particular, subjetivo, propio y significativo. Pero ¿que pasa si a nada le encuentro sentido? Es allí donde la incertidumbre y la tristeza usurpan cada célula de mi cuerpo, disfrazadas de ira y enojo, abren paso a nada más que la frustración y el dolor.
Y es así como el inicio se encuentra en el final, porque considero que es necesario que podamos situarnos como observadores externos de nuestra propia vida, espectadores objetivos de los eventos que consideramos que nos marcaron y nos convierte en quienes somos hoy. Quiero relatar mi historia como de película en la que ya no me asumo como simple actor, sino como director.

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