Laura era una muchacha de 18 años de estatura alta y cabello castaño oscuro, sus más grandes pasiones eran la literatura anglosajona, la música en inglés y el cine de Hollywood. Si el conocimiento fuese dinero, sería realmente rica, pero si la experiencia fuese dinero, estaría en la bancarrota. Siempre se había considerado una persona ingenua, no porque se lo dijeran, simplemente lo sabía. Su familia también era consciente de eso, pero a diferencia de ella, no lo veían como una debilidad.
-Qué bueno que todavía no se haya dejado corromper por el mundo- solían decir.
Sin embargo, a aquella joven le habría gustado tener un poco, tan sólo un poco de malicia para haber logrado evitar el desagradable acontecimiento que estaba a punto de sucederle y que la dejaría marcada por un largo tiempo…
Todo comenzó el día y la hora en que empiezan todos los eventos desafortunados en los relatos: Un lunes por la mañana, más exactamente el 22 de julio de 2024. Faltaba una semana para entrar a la nueva universidad y Laura se sentía entusiasmada por comenzar de cero en un ambiente que esperaba no fuera tan tenso como el de la anterior, estaba harta de tanta propaganda política y material de estudio sesgado.
Aunque seguía estando en vacaciones, trataba de mantener una rutina organizada. Ese día decidió esperar a que se cargara su teléfono para luego hacer ejercicio. Mientras tanto, veía vídeos en YouTube en el computador en su cuarto y aguardaba con impaciencia a que el miserable dispositivo llegara al 100%. Estaba a pocos minutos de conseguirlo, cuando de repente, el teléfono fijo sonó.
De inmediato, corrió a contestar pensando que tal vez sería su mamá encargándole ayudarle con organizar la loza, pues en poco tiempo iría a recoger a su hermana menor y llegaría a la casa a hacerles el almuerzo. Pero la llamada resultó ser lo más anodino del mundo, o al menos eso pensaba al principio. El hombre decía ser de Claro, le preguntó por su número telefónico y afirmó que sólo deseaba ofrecerle unas promociones.
Ésa fue la primera llamada, una voz de hombre que sonaba tranquila y serena, para nada sospechosa. Con el paso de los días, se daría cuenta de que en esa ocasión cometió dos errores garrafales: El haber confirmado su número de celular y el haber afirmado que se hallaba sola en la casa. Por si fuera poco, la atolondrada ni siquiera recordaba que el proveedor de Internet de su casa era Movistar.
Unos minutos después, recibió una llamada con un tono mucho menos inofensivo que la primera. Esta vez se trataba de la voz de una mujer que dijo llamarse Ana Sabogal, afirmando ser la asistente de un abogado que, a pesar de sonar dulce, contenía un inquietante mensaje.
– Van a embargar la empresa donde trabaja tu mamá, alguien falsificó su tarjeta de crédito y realizó compras por más de 15 millones de pesos-.
En ese momento se quedó completamente en shock, tenía conocimiento de que la empresa de su abuela se encontraba atravesando una crisis, pero no se imaginaba que el asunto fuera tan grave.
Era todavía aún más inquietante el mensaje a continuación:
– Tu mamá necesita que le hagas un favor muy importante…, ya señora Pilar, tranquila, no se preocupe que todo va a estar bien- decía la muy descarada fingiendo que intentaba consolarla- Es necesario que te des prisa, en una hora llegará la Fiscalía para registrar tu casa, confiscarán todas las cosas de valor. Hay unos documentos muy importantes y es esencial que los encuentres y los escondas. Tu mamá dice que tú sabes dónde están. –
Sería inútil tratar de describir el nivel de estrés y desconcierto que sintió en ese momento, ciertamente su mamá jamás le había mencionado la existencia de los supuestos documentos. Así que se llenó de dudas sobre su contenido y dónde podría ocultarlos. Por supuesto, enseguida hubiera tomado el celular y la habría llamado para preguntarle, de no ser por un pequeño y maquiavélico detalle:
– Dentro de unos minutos, te llamarán de la Fiscalía a hacerte algunas preguntas sobre la situación económica de tu familia. Van a interceptar tu celular, debes ponerlo en modo avión para que no te sigan molestando. De ahora en adelante, nos comunicaremos por este medio solamente. Fue entonces cuando le brindó su número de teléfono, para posteriormente ordenarle que siguiera sus instrucciones.
Sucedió exactamente tal y como Ana lo había anunciado, Laura le contestó a una autoritaria voz afirmando ser un teniente de la Fiscalía e informándole que, a partir de ese momento, su celular y el de sus padres estarían interceptados y prosiguió a realizarle las preguntas previstas: ¿Cómo se llaman tus padres? ¿En qué trabajan? ¿Cuánto dinero ganan?, etc. Ella contestó todo lo que sabía, a pesar de que la voz del teniente le parecía intimidante hasta cierto punto, por el contrario, la voz de Ana le daba la sensación de ser el tipo de persona que sólo quiere ayudar.
Lo que sucedió a continuación fue tan surrealista que cualquiera que hubiese observado el semblante de pánico de Laura pensaría que la habían amenazado de muerte por teléfono. Ana le encargó dos cosas: Encontrar los documentos y cosas de valor, guardarlos en un morral e ir a llevárselo a un punto de encuentro para que ella se los llevara a su mamá. Todo eso debía hacerlo en menos de una hora, antes de que la Fiscalía llegara a su casa.
Su cabeza daba vueltas buscando objetos que pudieran ser considerados de valor y una maleta grande para guardarlos. Su angustiada mente recreaba todo tipo de escenarios: Su mamá llorando con su tía y abuela mientras arrasaban con el patrimonio de su familia, la Fiscalía irrumpiendo en su casa y llevándose consigo todo lo que tuviese valor e incluso ellos involucrados en un proceso legal.
En realidad, la empresa de productos de belleza Spai-sons Dismeta ya existía, sin embargo, su abuela fundó la sede de Villavicencio. Al haber empezado a laborar desde que era tan sólo una niña y luego de haberse separado de su esposo, tuvo que encontrar la forma de ganarse la vida y mantener a sus hijos. Era increíble pensar que lo que comenzó con una señora que pasaba por negocios de cosméticos vendiendo cremas se convirtió en una empresa familiar que consiguió grandes ganancias e hizo que lograran adquirir una prosperidad financiera por más de diez años. Desafortunadamente, hace algunos años había sufrido una crisis económica que provocó su cierre y cambio de nombre a Cosmobelleza del Llano. Pese a todos los intentos de recuperar su gloria, las ventas ya no volvieron a ser como antes.
– “Ahora todo eso está en decadencia”- pensaba con nostalgia Laura.
Decidida a encontrar algo importante, fue al cuarto donde guardaban los útiles escolares, los instrumentos de arte y las medicinas. Revisó los estantes de los libros y las carpetas, aunque lo único que captó su interés fueron unas imágenes de radiografías suyas tomadas en el lejano año 2005.
Finalmente, nunca halló los dichosos documentos, pero agarró el computador portátil de su hermana, los audífonos y los ahorros de ambas, tan sólo unas cuantas monedas y billetes, los metió en su maleta, cogió las llaves y salió corriendo disparada hacia el lugar en el que habían acordado verse, con la esperanza de poder salvar las cosas. Bajó por toda la cuadra del barrio La Campiña, pasó por un parque y un colegio para después dirigirse por la derecha hacia el punto de encuentro.
Quizás fuera por la tardanza, pero el hecho es que terminó encontrándose con Ana Sabogal antes de llegar a la panadería. Era una mujer joven, probablemente no pasaba de los treinta años, lucía un atuendo elegante, tenía puesto un buso manga larga azul claro con rayas blancas y pantalón negro, llevaba maquillaje. Se saludaron con rapidez, Laura ni siquiera acababa de preguntar si era aquella asistente, cuando la señora asintió. Le entregó la maleta de afán, para luego echarse a correr calle arriba de vuelta hacia su casa. Lo más extraño de todo era que Ana había afirmado que sus papás escondían dinero debajo del colchón de su cama.
Albergaba el temor de que la Fiscalía fuese a llegar a su puerta, pues ni siquiera sabía cómo debería actuar. Al llegar se precipitó a revisar el colchón de la cama de sus papás, era más pequeño que el de la cama de su anterior casa, aun así, pesaba bastante, apenas podía levantarlo mientras examinaba si había algo debajo con la linterna de su teléfono. Nada, no había absolutamente nada. Posteriormente, marcó el mismo número de teléfono al fijo que había estado marcando todo ese tiempo numerosas veces, pero nadie le contestaba. Poco a poco, la impaciencia se fue transformando en ansiedad. De repente, una voz femenina del otro lado de la línea contestó y le dijo algo que le heló la sangre:
-No conocemos a ninguna señora que se llame Ana Sabogal- Laura colgó inmediatamente.
En ese instante, conectó todos los indicios: Cosas de valor, salir de casa, punto de encuentro, y comprendió la cruda realidad: Había sido estafada. La ira y la impotencia se agolparon en su pecho para dejar paso al llanto y la desazón. Gritó, lanzó insultos al aire, golpeó con fuerza la pared y se dispuso a caminar en círculos sin saber qué hacer.
El remordimiento la consumía, simplemente le habían visto la cara de estúpida y no contentos con eso, la habían robado utilizando una modalidad que, en palabras de su papá, ya estaba “mandada a recoger”. Consistía en que llamaban a decir que un familiar o persona cercana habría sido arrestado o sufrido un accidente, con el propósito de solicitar dinero u objetos de valor y ordenarle a la víctima que fuese a llevarlos a un sitio específico. Ningún forcejeo, nada de irrumpir violentamente en una vivienda, sólo hacer uso del arte del engaño y la manipulación.
Al entrar su mamá y hermana, fue incapaz de explicarle a su mamá cómo había sido aquel infame robo, si no habían entrado a la casa como tal, mucho menos de decirle a su hermana que por culpa suya ya no tenía computador, el cual, al ser nuevo se lo regalarían a ella y a Stefania le daría el que tenía.
Después de enterarse, su papá decidió ir por todas las tiendas cercanas a solicitar que le dejaran ver las cámaras. Al serle mostradas sus grabaciones a Laura, no se decidía entre reír o llorar: La “asistente” era sólo una mujer inexperta que lucía nerviosa todo el tiempo y el temido “teniente” era un tipo gordo de aspecto desaliñado que seguro no sería capaz ni de correr tres calles. Los ladrones se largaron en una moto para jamás volver a ser vistos.
El único consuelo y regocijo de la chica era que, sin la intención de hacerlo, les terminó dando la dirección equivocada a los desgraciados ésos, pues dos de los números eran erróneos y, a fin de cuentas, no supo si decidieron ir hacia esa dirección a robar esa casa.
“Al menos no robaron nuestra casa y evité que le dieran un computador usado a mi hermana” Pensó Laura.
Su familia la intentó calmar y consolar de todas las maneras posibles, su abuela aseguró que había que darle gracias a Dios de que no le hubiese sucedido nada grave y su tía la llamó para saber cómo estaba, diciéndole que eso le podía suceder a cualquier persona y que esa gente sabía muy bien como inventar cosas y embolatarle la psique a uno.
A partir de entonces, no volvió a contestar el teléfono fijo a no ser que ya supiese de antemano que se trataba de su mamá. También se convirtió en una persona más desconfiada y precavida con la gente en la calle, lo que le costó una mirada de disgusto de una señora a quien se negó a brindarle una dirección y el comentario de un hombre de que no la quería robar cuando se le acercó a preguntarle por otra.
Sólo tendría la certeza de que éste no era un mundo para personas ingenuas, por lo que más le valdría estar prevenida y garantizar que una experiencia tan humillante como esa no volviera a repetirse.
FIN

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