*Nota: Inacabado, (inacabable), me aburre soberanamente este texto pero necesitaba escribir. Es parte de la Lección 5 sobre el Diario que me resistí a escribir en su momento. Un Diario me trae a la memoria las veces que tuve que asistir a consultas, me recuerda a ellas, y las confesiones también, la búsqueda de la verdad escondida entre árboles altos y frondosos, y las correcciones vitales a pie de página que fuimos haciendo incesantemente en esas etapas.
EL TAHÚR DE LOS TABÚES
No recuerdo bien porqué quise ser psicoanalista pero algo que me fascinaba de mis clientes, de uno especialmente, era esa enorme capacidad de sinceridad, a veces obscena, que yo jamás pude desarrollar. Ese cliente en cuestión, me enseñó a volver a mí, lo bauticé como “El tahúr de los tabúes” pues en consulta, sobre el diván, sus cincuenta minutos de gloria versaban sobre todo tipo de tabúes que había superado al azar pero con una destreza heroica y de lo que se vanagloriaba, lo que en un principio me asqueaba de él.
– Y dime, ¿a qué edad empezaron esos pensamientos tóxicos?
– ¡Nah!, en realidad quería trascender a otro mundo, llegar la Tierra Prometida, y dejar esta vida canallesca donde me habían torturado física y psicológicamente quienes debían cuidarme, o eso decían sus dudosos títulos de doctor en esto, o en lo otro. – Ya, entiendo, yo soy doctor en psicología, eso que dices me duele.
– Es su problema, usted lo lleva todo hacia sí mismo, no lo he mentado, simplemente me refiero a un puñado de narcisistas con bata blanca que, supuestamente apoyados en un hipotético código deontológico y las fuerzas de seguridad, atacan seres vulnerables, que sin ningún pudor, rechazan. ¿Usted me rechaza, Doctor? – Continuamos el próximo lunes, te espero a la hora de siempre, y tu bizum. Cuídate.
– Cuídese usted más, hasta el lunes.
Después, al volver a casa con María y las niñas, entendía su desgracia pero sí, le rechazaba, y al comentar con María cómo abordar al “Tahúr”, ella, siempre cariñosa, me decía que fuese sincero con él, una empresa imposible para mi, aún habiéndome psicoanalizado durante dieciocho años antes de montar mi propia consulta; recuerdo vagamente esas casi dos décadas, junto a Rosa y su larga melena castaña, ya con casi sesenta años ella y yo con veintitrés, terminando la carrera, y en un segundo entendí que “Rosa, la melenosa”, así la apodé, -me gusta apodar a la gente-, nunca me dijo la verdad, ni siquiera en lo que consistía mi terapia, según ella: “Lacaniana, ma non Freudiana”. No aprendí de mí mismo nada, salvo a mentir a mis clientes, sobre todo a los que eran sinceros, los que se autoengañaban o eran falsos modestos me encantaban, me iba de copas con algunos, María fue mi cliente durante un año, y a los dos de salir juntos, nos casamos.
– Buenas tardes, no me llegó tu bizum, ¿te olvidaste?
– No. No me olvidé, esperaba esto o quizá una llamada telefónica apresurada por su parte recordándome que le debo dinero. Ahora mismo le pago la de hoy y la anterior.
– Seguimos, ¿Por qué no buscas un trabajo mejor remunerado?, tienes altas capacidades, quizá opositar para Administrativo del Estado.
– Olvídese, el Estado nos quiere esclavos, prefiero ser fiel a mis deseos y vivir con poco, por otro lado, no deseo más que tranquilidad, mis años de juventud fueron escandalosos, un Totum Revolutum de excesos, aunque jamás tomé drogas. Las odio y me repele quien las consume, no me creo mejor, pero sí distinto, fiable, diría yo.
– “Tah, ¡eh, mira! tengo una urgencia con mi hija pequeña, lo dejamos aquí, y fijamos para el siguiente lunes, ¿De acuerdo?
– Claro, “Dogtor”, quédese tranquilo, la familia es lo primero, lo digo de corazón.
Le mentí, por supuesto, no había urgencia alguna pero me exasperaba esa cantidad de orgullo, por arrobas, de su sinceridad, que no consumió drogas y que era fiable, que la familia es lo primero, que lo dice de corazón. Este tío es asqueroso, verbalicé muy alto en el coche mientras conducía para ir a tomarme unas copas, solo, todavía era pronto pero de repente entendí que… ¡CRASSSHHHHHH!
Un policía y un médico empezaron a hablarme dándome pequeñas palmadas en las mejillas, había tenido un choque por detrás y estaba postrado sobre el volante, sangrando por la sien, el airbag había procurado que el golpe no fuera a más, y me invitaron a acompañarles al hospital en la ambulancia; los dos implicados estábamos bien; dentro, el policía me pidió una persona de referencia, no quise dar el número de María sin embargo di el del Tahúr, que ya me esperaba en la puerta de urgencias, era de fiar, sí, no mentía, no. Le di las gracias. Era “de fiar”, fui repitiendo aquel mantra, aquella frase todo el camino hacia la enfermería, como uno de mis clientes que siempre repite las mismas frases una y otra vez.
De esas horas en urgencia con Isaías, así se llama “El tahúr”, entendí varias cosas, para empezar, debía respetarme a mi mismo y respetar a los demás, automáticamente quise dejar de mentirle y al comentarle su apodo con una culpa y arrepentimientos impropios de mi, se echó a reír y me empezó a tutear,
– Ya, siempre mientes, ni siquiera has leído tu tesis, tienes miedo, y sé que te disgusto, lo sé por tu lenguaje no verbal, no falla.
– Entonces, ¿Por qué sigues viniendo a consulta?
– Porque necesito sincerarme con alguien sin tener apego emocional, o sea contigo.
– De acuerdo, sí, pero hay mas consultas y,
– No importa, se acerca la enfermera con la analítica y detrás el médico, cuidado:
– Vaya, Alejandro, consumiste cannabis conduciendo al mismo tiempo, ¿verdad?
– Sí, Doctor. -nunca imaginé decir la verdad acerca de mi consumo-.
– Pues, tienes un problema, no de índole legal, pero te vamos a ingresar para desintoxicarte, ya sabes cómo funciona, eres sanitario, ¿verdad?
– ¿Verdad?, verdad ¿Qué?, Doctor No, bajo ningún concepto, precisamente porque sé cómo funciona, y no, no soy sanitario, ya no. He dejado de mentirme a mí mismo y a mentir a personas vulnerables que pagaban a un verdadero tahúr por jugar con ellos, mintiéndolos, llevándoles a tomar copas conmigo para no beber solo, incluso seduciéndolas. Ya no hay más Dr. Alejandro, ya no hay más mentiras, se acabó.
Pedí el alta voluntaria y me vestí con mi ropa, rasgando aquel pijama azul con rayas blancas.
Isaías seguía a mi lado, era de fiar, era legal, era sincero, era Isaías, y yo un simple y vulgar tahúr, que acababa de ser desenmascarado. Él, no me juzgó nunca, incluso se prestó a acompañarme a casa, a dejar a María; en realidad no la amaba, tan sólo había sido una sórdida argucia para no sentirme solo y para inflar mi ego. Sólo las niñas eran mi bien preciado. De pronto, sentí la necesidad de hablar con Rosa, de sincerarme, de pedir ayuda pero ella iba a engañarme una vez más, así que un estupor me recorrió la médula y comencé a llorar, no sólo por el dolor que sentía, sino porque tuve la suficiente empatía como para llorar por todas aquellas personas a las que había dañado a lo largo de mi dudosa existencia.
– ¿Qué más puedo hacer, a parte de sentirme un perdedor, amigo Isaías?
– Has hecho lo imposible, has vuelto a tu ser, ¿Te parece poco?, deja de divagar y de victimizarte, es hora de continuar por un nuevo sendero, una vida plena, donde tú eres parte de un todo y no un todo que no sabe ni quién es. Ahora ya eres enteramente tú.
-Sí, ¡Qué me importa ya nada! al fin y al cabo, “para siempre es, demasiado tiempo”…
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