¿Quién me enseñará si vivo tan lejos?

¿Quién me enseñará si vivo tan lejos?

Alfabetizar el corazón

Freddy Araujo SchP

En este apartado rincón de la Cordillera Andina, conocido como Esdovas, el espíritu se llena de una profunda sensación de agradecimiento hacia el misterio sagrado. La naturaleza, la elocuencia del silencio, la cercanía de las estrellas, la luz del sol, los campos cultivados, los animales domésticos y la solidaridad entre los vecinos, te elevan a una dimensión nueva y divina. Todo aquello que llamamos vida se compone de encuentros y presencias llenas de significado. Las jóvenes se sumergieron en una escucha que es, en sí misma, sagrada.

Al finalizar la clase de biología, Morela se dirige a sus amigas para consultarles:

-«¿Qué haremos para cumplir con las horas de servicio social?» 

Fanny sugiere: 

-«podemos apoyar al profesor Gonzalo como asistentes en la clase de agricultura o pintar un mural que represente la generosidad».

-Zulay propone: 

-«sería ideal promover un programa de alfabetización para al menos dos familias; me apasiona ese tema y es una forma de contribuir significativamente a la vida de alguien».

Morela interviene: 

«Amiga, ese tema me interesa. Vamos a la Comarca Esdovas para iniciar la fase de diagnóstico; si visitamos una familia, probablemente será un proceso rápido.»

Las amigas se coordinan para iniciar su viaje. Al día siguiente, toman la ruta de Corozo, ascendiendo por la región de Totumo hacia el antiguo camino real que lleva a Esdovas. Durante las tres horas de trayecto, comparten experiencias de vida y disfrutan del paisaje. 

Dice Fanny en tono poético : 
-amigas, observemos la delicada luz que baña el cielo andino. Desde Esdovas, el cielo y la tierra se unen para cantar himnos de alabanza. La variedad de mariposas en la profunda quebrada del cerro de la cuchilla danza al azar en una melodía de amor, vibrantes de colores. De igual manera, el agua brota tranquila, dotando a la tierra de una fragancia dulce, un regalo para nuestra juventud.


Conversan sobre sus sueños y objetivos a alcanzar. Están en su último año de liceo, sintiendo ya la nostalgia que traerá la nueva etapa universitaria. Valoran la amistad verdadera y duradera. Al arribar a Esdovas, se despliega ante ellos la impresionante vista panorámica de La Quebrada, así como las diversas zonas de Loma del Medio, Los Cuartelitos, El Corozo y la vía principal.

Llegan a las primeras casas de la Comarca Esdovas, las familias les reciben con alegría. Las tres casas visitadas se denotan que saben leer y escribir y en otras dos casas manifiestan que no recibieron ningún tipo de educación. Ya no ven necesario aprender. Las muchachas algo desilusionadas siguen realizando las visitas, los ánimos se van apagando, dice una de ellas: mejor nos hubiéramos quedado en casa planificando hacer un mural.

Las casas están espaciadas a una distancia significativa. Al llegar al establecimiento del señor Homero, compran malta y galletas. Solicitan información sobre otras familias. El señor Lauterio, que regresa de plantar apios, les informa: 

-«Muchachas, allá en El Kilombo vive una viejita sola a quien le encantaría aprender a leer y escribir». Animadas, las muchachas deciden: 

-«¡Vamos a visitar a la señora Benilde!» Su casa se encuentra a unos quince minutos cuesta abajo por el cerro.

Maravilladas por la panorámica desde un punto elevado, deciden tomar un atajo. Tras un breve paseo, se dan cuenta de que se han extraviado. No hay sendero, solo vegetación espesa. La tensión y el desacuerdo surgen entre las amigas. 

Morela interviene: 

«¡basta de discutir! usemos lo que nos queda de energía para encontrar un camino»

Avanzan a través de un matorral y, cubiertas de garrapatas, encuentran una senda y ven una encantadora casita. Con emoción y felicidad, se dirigen hacia la acogedora casa de la abuela. Con hambre y sed, y siendo ya las tres de la tarde, les esperan cuatro horas de marcha para volver.

La casita, pequeña y de bahareque, resuena con el llamado típico de nuestros pueblos: ¡epaleeee! Al escucharlo, aparece una señora y tras ella, una gallina culeca seguida por sus doce pollitos.

Doña Benilde presenta un rostro surcado de arrugas, ojos que reflejan profundidad y una sonrisa que irradia generosidad. Con un gesto acogedor, les invita a entrar. De la sala emana un aroma delicioso a flores, donde se encuentra el altar de los santos. Una figura de la Sagrada Familia se ilumina con la tenue luz de una vela.

Doña Benilde

¡Buenas! ¿Cómo está usted, señora? La señora sonrió y les dijo, muy bien gracias a Dios y a la Virgen.

¿Y eso? Muchachitas, ¿qué hacen caminando por estos lares? ¡Es un milagro ver a alguien por aquí, ya que casi nadie me visita! A veces, unos jóvenes de Virginia vienen a pastorear las vacas.


Morela con cara de cansancio y mucha sed, le dice a la señora: 

-después de horas de caminata, nos encontramos perdidos en la espesura del monte. La señora, percibiendo nuestro cansancio y hambre, nos invita a entrar a su pequeña y ordenada cocina, bañada en luz. Un gatito se acurrucaba junto al fogón, buscando calor.

Benilde, con su característica sencillez, ofrece agua fresca y una exquisita arepa de harina de trigo rellena de cuajada de vaca. La abuela relata sonriente: «Esta cuajada es un obsequio de la señora Virginia.» 

Fanny le preguntó, mientras se comía la arepa. 

-¿Señora, usted sabe leer y escribir?

La señora se puso un poco conmovida ante la pregunta, responde:

Ay, hija, no pude asistir a la escuela porque éramos muchos en casa y quedaba muy lejos, en el pueblo o en El Corozo. Además, alguien debía quedarse a cuidar el ganado y ayudar a mi madre con los obreros. Intentamos aprender lo que podíamos; yo apenas sé firmar. 

«¿Te gustaría aprender a leer y escribir?» preguntó Morela. La señora respondió con una sonrisa:

-¡Ay, hija! Pero ya sabes que loro viejo no aprende a hablar. Sin embargo, siempre he tenido el deseo de saber leer y escribir. A veces me vienen versos a la mente que quisiera anotar, porque luego los olvido.

Morela dice:

-doñita, se puede con dedicación. Practicando todos los días.

La abuelita responde:

pero, ¿quién me enseñará si vivo tan lejos?,  ¿acaso vendrán ustedes todos los días hasta aquí? ; además, estoy a la espera de una respuesta de mi hija, ya que es posible que me mude con ella a Quebrada de Cuevas.

Las muchachas no podían salir de su asombro ante todo lo que experimentaban en aquel humilde hogar. Era como si aprendieran a leer un alfabeto distinto: el alfabeto de la bondad divina, manifestada en la hospitalidad de esa mujer virtuosa que vivía solo con un gato, una gallina, doce pollitos y un gallo. En su sencilla realidad, anhelaba aprender a escribir para plasmar en papel la inspiración del Espíritu Santo en su corazón y deseaba leer los sentimientos del Dios Padre y su Hijo Amado, revelados en las Sagradas Escrituras.

Las chicas terminaron de comer y juntas agradecieron a la señora por su generoso gesto. Ella les señaló un nuevo sendero infalible que las llevaría directamente al camino principal hacia la carretera. Partieron muy agradecidas por la hospitalidad y, en especial, por la atención brindada. Conversaban mientras avanzaban sobre el incidente y cómo, a veces, los planes cambian para mejor. 

«Morela», dice: 

-¿quién iba a imaginar que nos perderíamos y viviríamos esta aventura tan lejos de casa? 

Seguro ya se preguntan por nosotras. Pero lo más valioso es lo que aprendimos hoy de esta amable señora.»

Fanny comenta que le ayudó a apreciar la belleza de nuestros paisajes y los rostros de nuestra gente. A menudo, en casa no valoramos lo que tenemos y desconocemos nuestro propio pueblo. Sin embargo, lo que realmente importa es la vida de las personas, su fe y los valores profundos que albergan en sus corazones. Existen realidades de sufrimiento y pobreza.

Hoy logramos ver el esfuerzo que nuestros compatriotas hacen para ganarse el sustento diario. Zulay suspira y menciona que se siente llamada a valorar todo lo que poseemos en casa. Esta gente humilde carece de agua corriente, esperan la lluvia como un acto de la providencia divina. De pronto, al voltear, la casita ya no estaba a la vista, no habían avanzado ni veinte metros. Solo había dos árboles gigantes. Sobresaltados, al regresar a sus hogares preguntaron por aquella amable mujer, pero nadie sabía nada sobre ella.

Entonces le contaron al señor Asunción Moreno lo vivido y él les dijo: 

Esa montaña está encantada. Muchos de nuestros antepasados hablan de una mujer bondadosa llamada Benilde, quien siempre ayudaba a los necesitados. En su pequeña casa, siempre encontraban alimento los huérfanos, los enfermos y las viudas. Era conocida por su santidad debido a las obras que realizaba.

Otra historia cuenta que un médico de Isnotu obsequió una Biblia, la primera que llegó a esas tierras. La dueña de la Biblia buscaba a quienes pudieran leer para compartir con ellos el mensaje de salvación. Componía canciones y melodías de memoria durante las festividades. Sin embargo, un día desapareció sin dejar rastro. Probablemente ascendió directamente al cielo.

Fanny, Zulay y mi hermana Morela quedaron sin palabras y con el anhelo de emular a doña Benilda. Comprendieron que el trabajo social no consiste solo en cumplir con un horario, sino en encarnar el poder del Evangelio en el día a día. Es imperativo alfabetizar los sentidos, el corazón y la mente para discernir la bondad de Dios en lo cotidiano. Al registrar cada vivencia en el legado del alma, dejamos la mejor herencia para quienes nos siguen.



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