Hacía tiempo que no usaba el despertador. Los años -entre muchas otras cosas- le habían quitado la capacidad de descanso. Hoy, con suerte, había logrado dormir cinco horas. Abrió los ojos y logró ver un rayo de luz tenue que se colaba por la persiana de madera. Estiró el brazo para alcanzar el vaso de agua que siempre dejaba en su mesita de luz y de un movimiento rozó el portarretrato que lo acompañaba todas las noches. Éste impactó en el piso y rompió el silencio de la mañana. Con gran esfuerzo se inclinó para levantarlo y se sentó en la cama con el retrato entre sus manos. Todas las noches lo miraba pero hoy le prestó particular atención, permaneció unos minutos viéndolo. La fotografía había capturado todo lo que los años le habían quitado: una piel tersa, su pelo castaño, un cuerpo sano y enérgico, pero sobre todas las cosas; Elena.
Su sonrisa iluminaba la fotografía y él había quedado capturado para siempre mirándola con admiración. Elena lucía un trajecito blanco -ella decía que era color crema, pero él nunca identificó la diferencia-. Mientras la miraba, su vida junto a ella pareció presentarse frente a sus ojos como una película.
Se habían conocido de pequeños, eran vecinos y crecieron juntos jugando en la calle con otros amigos. Hasta que un día, en un baile del club social del barrio él tomó coraje para invitarla a bailar un lento. Dos años después se tomarían la fotografía que observaba, en su casamiento de civil. Había pasado mucho tiempo desde entonces. Hacía ya un poco más de 40 años que un cáncer, corto pero intenso, se la había llevado. Él nunca pudo reponerse, todos los proyectos de juventud en común se pusieron en pausa.
Acomodó el portarretrato, se dirigió a la cocina y se preparó un té con limón. Era una costumbre adquirida hacía varios años, consideraba que el té era una buena infusión para un hombre solo como él. El café y, sobre todo el mate estaban impregnados de un ritual de unidad, de compartir. Algo que hace tiempo no ocurría.
Acomodó con prolijidad su taza de té en un plato que hacía juego, en el que colocó dos pastillas que seleccionó de un pastillero. Se dirigió a la mesa de la cocina con la taza y mientras saboreaba el té recordó las mañanas de domingo en que comenzaba el día junto a Elena. Tomaban mates en la mesa del patio. Ella cebaba con cuidado, armaba una montañita de yerba para que no se lavara rápido, decía y agarraba la pava con un repasador para evitar quemarse, mientras él hojeaba el diario y le narraba las noticias más destacadas.
Inundado en recuerdos pensó como los momentos sencillos y cotidianos son los que más se extrañan con el paso del tiempo. Sin embargo, en el momento sin la perspectiva del tiempo, no logran tomarse con la importancia que en verdad tienen. Y mientras tomaba la medicación dudó si alguien lo extrañaría cuando muera ¿Qué recuerdos junto a él serían guardados como un tesoro por quienes lo sobrevivan?
Hacía tiempo que pensaba en su propia muerte, sabía que el tratamiento no estaba teniendo los resultados esperados y era algo que lo preocupaba, tal vez por eso el recuerdo de Elena solía visitarlo más seguido.
Nunca había sido un hombre religioso, ni espiritual. Pero la finitud de su propio cuerpo le generaba dudas y sobre todo miedo, aunque le costase admitirlo. En ese momento echó un vistazo al reloj y se percató que llegaría tarde a su cita médica. Juntó el desayuno, lo dejó en la pileta de la cocina sin lavar y salió hacia el consultorio.
Tras varias horas entre salas de espera, consultas médicas y estudios volvió a su casa dispuesto a recostarse en la cama a leer un libro. Sin embargo, un ruido que provenía desde la cocina interrumpió su camino hacia el dormitorio.
Se acercó lento, algo temeroso. Empujó la puerta y de a poco se fue develando la habitación; cuando estuvo abierta de par en par quedó paralizado. Elena estaba sentada en una de las sillas, tal cual la recordaba. Su pelo lacio y negro hacia un lado, su trajecito blanco y su sonrisa radiante. El tiempo no había transcurrido en ella; estaba tal cual la recordaba, incluso mejor, con un aire despreocupado. Estaba relajada, feliz.
—¿Por qué no te preparas unos mates?—dijo ella.
Él quedó inmóvil sin poder reaccionar, hasta que Elena le explicó que no tenía mucho tiempo. Entonces él fue directo hacia ella dispuesto a fundirse en un abrazo que sea un bálsamo para tantos años de ausencia. Pero ella, algo alarmada, lo impidió de inmediato advirtiéndole que aún no podía cruzar. Él todavía desconcertado por la situación comenzó a preguntarle todas las inquietudes que lo habían acompañado tantos años. Casi sin respirar las palabras brotaban de su boca. Quería saber cómo estaba, dónde estaba, cómo era ese lugar, pero sobre todo a qué se debía su visita.
Elena, con la calma que la caracterizaba, observó su despliegue y le expresó que le contaría un poco, que preparara el mate y la esperara en la mesita del patio.
Una vez el mate listo, él la observaba en silencio e intentaba recordar la última vez que se habían sentados juntos ahí. Había sido después de su última quimioterapia. Ella estaba muy débil, él le tenía que cebar el mate porque Elena no podía levantar la pava. Allí ella le dijo que estaba lista, que no tenía miedo y él rompió en llanto, sabiendo que nada podría hacer para retenerla junto a él.
Entonces mientras le ofrecía el primer mate, volvió a preguntar cómo se encontraba. Ella hizo un gesto mostrándole su apariencia.
—Mirame, ¿vos me ves mal? Tranquilo, allá todos los dolores se diluyen ─lo tranquilizó.
—Allá ¿Dónde? ¿Entonces el cuentito del cielo es verdad? —preguntó él.
—Es mucho más complejo y lo sabes. Pero si. Hay “un otro lado” y no es igual al “cuentito”. Pero una vez que conocés allá, este lado tiene sentido. —le explicó.
—Y decime ¿qué me va a pasar? —le preguntó él.
—No sé qué te va a pasar, cada experiencia es única. Pero si querés puedo contarte la mía.
Estaba en el hospital, había estado internada por algunos días, ya había perdido la percepción del tiempo. Veía que los doctores entraban y salían pero no entendía qué hacían ni que decían, supongo que la medicación me había quitado la lucidez.
Entonces a la madrugada todo era silencioso, solo podía escuchar la máquina que monitoreaba mis signos vitales. Comenzó a sonar más fuerte. Y en ese instante, desde una esquina del techo comenzó a crecer una luz, como si abrieran un ventanal. La luz era brillante pero no encandilaba, generaba una especie de atracción como si estuviese imantada a ella y una paz indescriptible. En ese momento todo dejó de importar: el dolor físico, las preocupaciones terrenales, todo fue olvidado. Sentí el amor más profundo que alguna vez experimenté, para entonces ya estaba por completo rodeada de luz. No me encontraba en la sala de internación, sino en otro lugar. Fue cuando vi que una figura se acercaba hacia mí, no lograba identificarla hasta que estuvo tan cerca como para ver su rostro, era mi papá. Él venía a buscarme y me iba a acompañar en todo mi proceso.
Luego conocés infinidad de seres iluminados, infinitamente más sabios que nosotros Algunos se sienten más familiares, como cuando te rencontrás con un ser querido luego de mucho tiempo sin verte. Entonces te muestran tu vida desde el inicio. Repasas todas tus decisiones, tus vínculos, tus elecciones. Ves todo desde otra óptica, entendés en qué cosas acertaste y en cuales erraste. Y es en ese preciso momento cuando todo cobra sentido, el aprendizaje se vuelve claro: qué lecciones aprendiste, cómo utilizaste tu tiempo. Hasta ahí puedo contarte, sin embargo te puedo decir que luego todo vuelve a empezar.—
Él se encontraba alucinado por lo que escuchaba, el agua de la pava ya se había terminado y presintió que era el fin del encuentro.
—Si, me tengo que ir. Pero ahora sabés que te voy a estar esperando y que no hay nada que temer del otro lado. Te amo y te espero —dijo despidiéndose.
Él observó cómo se levantaba y se alejaba de nuevo de su vida. Permaneció sentado en la silla del patio viendo el atardecer, pensaba en cómo sería su muerte. Permaneció inmóvil mientras asimilaba toda la información que había recibido. Y entendió que nada que hiciera podría evitar su desenlace y la tranquilidad de saber que al otro lado estaría ella lo reconfortaba. Tal vez allí junto a Elena se sentiría en su hogar, algo que su propia casa no le brindaba hacía más de cuarenta años.
Una vez el cielo tornase a un anaranjado intenso y la temperatura se volviera poco tolerable, ingresó a la cocina para prepararse un té con algunas galletitas de agua. Debía tener algo en el estómago para tomar la medicación de la noche. Agarró la pava para calentar el agua y recordó que, hacía tan solo unos instantes, le había cebado mates a su esposa. No podía dejar de pensar en la imagen de Elena junto a él, la conversación que habían tenido y la necesidad de poder abrazarla que no había podido saciar ¿cuánto faltaría para volver a verla?
Repasó la conversación en su mente, aunque las palabras de ella lo tranquilizaban. Ahora sabía que existía una vida después de la muerte en donde podría reencontrarse con quienes amó y partieron antes que él, pero una frase aún daba vueltas por su cabeza: “te muestran tu vida, desde el inicio. Repasas todas tus decisiones…”. Algo le inquietaba, se preguntaba qué aciertos y errores había tenido en toda su vida, a quienes había lastimado incluso sin intención.
Llevó su té a la cama y permaneció allí sentado, iluminado con su velador y la sonrisa de Elena en el retrato. Repasó su niñez y el transcurso por el colegio, los largos años de trabajo en la fábrica hasta la jubilación. Toda una vida podía ser repasada en tan solo segundos. Tomó un anotador y lapicera del cajón de la mesita de luz y dibujó dos columnas: una para los aciertos y otra para los errores. Se dispuso a repasar su vida y catalogar sus actos. Escribió por algunas horas. Cuando concluyó la lista entendió que debía disculparse con una persona. Pasó hacia una hoja en blanco y la contempló por algunos instantes mientras pensaba qué escribir.
Comenzó a disculparse por tantos años de su vida atravesados por el dolor de la ausencia de Elena, tornándola monótona entre la fábrica y la casa. No había sido capaz de estar atento a sus necesidades y de observar sus emociones. El duelo había teñido todos los aspectos de su vida, había cooptado el protagonismo de la misma, pasando él mismo a ser un actor secundario. Se había recluido en el trabajo y una vez jubilado rara vez salía de su casa. Los amigos concurrían a su hogar pero fueron frecuentándolo menos hasta no volver. El dolor se acrecentaba y lo empujaba más al interior de su casa.
Si tal vez, en algún momento, un rapto de valentía lo hubiese ayudado a enfrentarlo. Si tan solo una pizca de coraje hubiese podido desalojar el dolor del interior de su vida para volver a tomar las riendas de ella. Hoy en día sentiría que la misma hubiese tenido sentido. Tal vez no cargaría con el peso de una vida vacía por completo.
Con los ojos húmedos observó el retrato en su mesita de luz pero esta vez no miró a Elena. Esta vez se observó a él y se pidió perdón.
Toda su vida había sido mirar a Elena. Tal vez ahora su muerte, al menos, si le pertenezca.
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