Mis niños, siempre estaré con ustedes.

En la cama número 20 de la emergencia del hospital Central de Valera, área cardiología, se encuentra mi abuela Cornelia Barrios de Araujo, tiene 37 años de edad y madre de 7 niños: Martha, María, Jesús, Audelino, Ramona, Mariano y Dolores.
Se encuentra en un estado de salud muy delicado con insuficiencia renal a causa de una afección cardíaca, y está atravesando una profunda preocupación que aflige su alma; lleva una semana hospitalizada y los médicos todavía no le han comunicado detalles sobre su enfermedad.
Mi abuelo Ramón se está esforzando mucho, pues se ocupa de los niños que han quedado en casa bajo el cuidado de Martha, María y Jesús, los hermanos mayores que velan por los más chiquitos.
Son tiempos difíciles en el país.
Durante la década de los 60, la Región Andina enfrentó numerosas realidades de pobreza y exclusión. A estas dificultades se añadió un verano devastador que impidió el crecimiento de las cosechas. En la Comarca del Corozo y otras áreas de la Quebrada, los campesinos carecían de sistemas de riego, dependiendo únicamente de la lluvia para sus cultivos, lo que provocaba una severa escasez. Las familias padecían hambre y el trabajo diario, desde el amanecer hasta el ocaso, requería un esfuerzo considerable, sumando casi 11 horas de labor intensa.
Mi abuela dice:
-¡Hola, Ramón! Me alegra verte aquí.
¿Cómo están los niños? Estoy deseando verlos.
¿Cuánto tiempo más debo permanecer en el hospital?
¿Cuándo podremos regresar a casa?
¿Cuándo se aliviará este dolor en el pecho?
Mi abuelo responde:
-Querida Cornelia, estoy aquí para apoyarte. Los niños están bien; Audelino y Ramona son los que más lloran por las noches. Marta se ha convertido en una segunda madre para Mariano y Dolores. María colabora con las tareas del hogar y Jesús está ayudando al Señor Jacinto con la cosecha de caraotas.
Mi abuela:
-¡Ramón, cuánto me alegra saber de ellos!
Él toma su mano, le da un tierno beso en su frente y suavemente acaricia su mejilla, demostrando su amor y ternura.
-«Todo estará bien, mi Gaviota», le asegura con fe, «confiemos en Dios y en la Virgen, que pronto volveremos al hogar con nuestros niños».
Ella sonríe, sintiendo internamente un consuelo que, como un fuego, inunda su corazón, devorando la desesperanza y la desolación. Finalmente, se duerme.
Y mi abuelo Ramón sigue allí pensando ¿qué enfermedad tendrá mi Gaviota? ¿qué va a ser si Cornelia muere? Tenemos muchos niños y todos son pequeños. La situación es realmente fuerte. ¿cómo podré superar esto? Espero que el invierno llegue pronto para que haya más oportunidades de trabajo en el jornal. ¡Padre Celestial, necesitamos tu ayuda!
Mientras tanto mi abuela duerme profundamente consolada por la tranquila y serena presencia de mi abuelo. Él es un hombre muy bueno, un pilar y fortaleza. Aquel día mi abuelita, soñó que estaba en casa, ocupándose de las tareas domésticas, mi abuelo se encontraba en el patio, jugando con los niños y moliendo el maíz. La suave brisa vespertina llenaba la sencilla vivienda, mientras el cielo en el horizonte se teñía de un hermoso crepúsculo amarillo y rosado.
Dice mi abuela en el sueño:
-Prepararemos una buena cena con maíz fresco, cachapas rellenas de queso y mantequilla. Los niños están felices. Nos reunimos todos en la mesa para cenar y agradecemos a Dios por los alimentos. Recorro cada lugar sirviendo la comida, los abrazo y les prometo que todo irá bien, y si alguna vez me ausento por un largo tiempo en la eternidad, siempre velaré por ellos. Mi mirada se posará en cada rayo de sol que emerge de la gran Cordillera para calentar sus corazones, y con la luna acariciaré sus almas, las estrellas serán el reflejo de mi tierna mirada maternal.
-Me acerco a mi buen Ramón, le quito el sombrero, lo abrazo y acaricio su pelo. Le digo, mi viejo muéstranos el premio que te ganaste en la rifa de la feria de San Roque.
-Ramón se levanta sonriendo, toma en brazos a Dolores y se dirige al cuarto; coloca una bolsa de tela en la mesa y exclama: «¡Hoy es un día de fiesta! Los niños mayores están sorprendidos y quieren saber qué hay en la bolsa.
-También estoy emocionada por descubrir qué se ganaría. Ramón les dice a todos: «Cierren sus ojos». Me pide que, junto con Mariano, saquemos lo que está escondido. Al abrir los ojos, ven una pequeña caja cuadrada de color azul con botones. Los niños no tienen idea de qué es.
-¡Ramón, has ganado una radio! Así que encendimos la radio a baterías y sintonizamos una emisora que transmitía las rancheras de las Hermanas Calle. Los niños estaban tan sorprendidos como felices. En sus expresiones se refleja el asombro y el encanto frente a ese maravilloso invento conocido como la radio.
Todos empezamos a danzar en aquel sencillo comedor, iluminados únicamente por la tenue luz de una vela que, oscilante por la brisa, amenazaba con extinguirse al compás de nuestra alegría. Nos hallábamos en un momento profundamente eterno. Allí se sentía la alegría del cielo. Bailé con Ramón al ritmo de la canción «Gaviota», así me llamaba él con Cariño. Le expresé mi felicidad por haber tenido la bendición de ganar la radio.
¡Con la radio nuestros días ahora serán más felices!
-Me despierto y veo a Ramón presente. Él me trae la comida, pero no tengo ganas de comer. Ramoncito, encuentra la taza y lleva esa comida a los niños, seguro ya tienen hambre.
Le pregunto:
-Ramón, ¿estarán los niños cuidando la radio?
-Ramón, siguiéndome el juego como si entendiera el sueño, me dice: «Sí, Jesusito, lo guarda en el baúl». Todas las noches se sientan al borde para escuchar rancheras. Están muy contentos y esperan que pronto vuelvas a casa.
Entonces mi abuela Cornelia se queda mirando el final del pasillo y le dice a mi abuelo:
-Allá por el pasillo va el médico, ve a preguntarle sobre la enfermedad.
Mi abuelo Ramon se acerca al Doctor y le dice:
-Doctor ¿Cómo está mi Cornelia?
El médico le informa que le queda poco tiempo, sufre de miocardiopatía. Esta condición cardíaca, causada por varios factores, daña los músculos del corazón, impidiendo que funcione correctamente. No bombea la sangre necesaria, llevando a la insuficiencia cardíaca, como en el caso de su esposa. En la medicina popular le llaman Hidropesía.
Dice mi abuelo:
-Esta noticia me ha conmovido profundamente. Las lágrimas inundan mis ojos. Algo dentro de mí se ha quebrado. Mis pensamientos están con ella, con los niños, con la familia.
-¡Doctor, la puedo llevar a casa para que por lo menos se despida de los niños! El doctor me dice, no es posible, está muy delicada de salud para viajar.
Mi abuelo le insiste llorando, con el alma desgarrada, le ruego doctor, déjeme sacarla del hospital.
El doctor le responde.
-Para poderla llevar deben firmar unos papeles y aplicar el tratamiento al pie de la letra.
Le responde mi abuelo:
Yo no se firmar pero puedo colocar la huella. La amigas de mi esposa la cuidaran muy bien, cuente con ello.
Entonces el doctor acepta y prepara todo para darle de alta.
Mi abuelo salió corriendo a buscar al señor Sixto que ha bajado al mercado municipal con mercancía, quizás le quedaba un puesto en su carro para subir hoy mismo.
Así fue, si había puesto disponible. La carretera es de tierra y mi abuela se encuentra muy agotada debido al viaje. En la Virgen del Teleférico, se detuvieron para encender una vela, rezaron el Ave María y continuaron montaña arriba por un arduo camino lleno de zanjas, charcos y barrancos.
Mi abuelo Ramón le dice:
Gaviota, el doctor me informa que te recuperarás con el cuidado necesario. Pero ella solo le mira con ternura y sonríe.
Tras un extenso viaje en el carro de Don Sixto, llegan a la comarca El Corozo. Los niños, llenos de alegría, salen corriendo a recibir a su madre.
Dice mi abuela:
-La alegría de verlos es inmensa; han crecido tanto mis niños, mis días en el hospital parecían infinitos. La preocupación por mis niños eran constantes. Marianito y Dolores, los más pequeños, me abrazan con fuerza y no quieren soltarme. Audelino y Ramona se agarran de mis piernas y juegan con mi cabello. Veo que Martina y María han cuidado la casa y a los niños con esmero. Mi Jesús ya es un joven, y luce muy bien con su gorra. Me encuentro sentada, aún débil. Mis queridas amigas Melania, Elba, Ignacia, Cristina, Bernabela, Mariana y Mina, llegan a visitarme.
Martha me dice:
Mamá, ayer nos visitó la maestra Sofía Ruiz; nos trajo avena con pan, pasó tiempo jugando con nosotros, ayudó a lavar la ropa y a preparar la cena. Le preocupa que no hayamos podido regresar a la escuela desde tu enfermedad. La Señora Melania y el Señor Hilarión siempre nos han apoyado con los niños mas pequeños desde el inicio. Mamita linda, ¡Quisiera que todo fuera un sueño!
Dice mi abuela dice a sus amigas:
-La casa está llenando de mucha gente, y siento como si me estuviera despidiendo de todos.
Aunque Ramón no me ha dicho nada, intuyo que me quedan pocas horas en este mundo tan maravilloso. Solo le pido a Dios y a la Virgen por los niños. Ustedes, mis grandes amigas, me han dado paz al decir que se harán cargo de los pequeños. Este momento oscuro no es fácil para mí, anhelo ver la luz. Confío en ustedes. Que Dios les recompense por tanta bondad hacia nosotros.
Dice mi abuela Cornelia:
-Ramón, llévame a la sala, ya estoy cansada.
Él responde:
-«Mi gaviota, no te vayas».
Ella dice:
Tráiganme a los niños para despedirme. Deseo escuchar nuestra canción una última vez, por favor Ramon, canta…
-Ya empiezo a sentirme muy mal. Mis ojos se cierran lentamente mientras Ramón me canta al oído, una luz brillante llena la sala. El dolor ha abandonado mi cuerpo. Una presencia suave me rodea, y en el fondo de un lugar maravilloso resuena la música tradicional de nuestras celebraciones. Tomo una profunda respiración y emprendo mi viaje hacia la eternidad. Repito suavemente en mis labios: Mis niños, siempre estaré con ustedes.
Marta y Jesús se abrazan al ver a su mamá partir. Todos lloran amargamente, no hay nada que les consuele. Gertrudis y Melania abrazan a María y se hacen cargo de atender a los más pequeños.
Marta dice:
-mi mamá se ha ido de viaje, pero algún día regresará en el carro de Don Sixto por nosotros.
Cuenta mi tía Marta:
-Después del entierro, mi papá llegó a casa muy cansado. Recuerdo que llevaba unas cabuyas en las manos y su rostro reflejaba una profunda tristeza. A pesar de ello, me miró y, señalando al cielo, dijo: «Mi Gaviota vuela ya «. Ramoncita y Audelino no cesaban de llorar. Mi papá los sentó a ambos en sus piernas y, abrazándolos, les cantó esa canción que mi mamá había oído en su sueño.
-Y así seguimos creciendo a pesar de las dificultades. Bajo el amparo de las amigas de mi madre, que en verdad fueron un alivio en los días que carecíamos de alimento. Mi padre lucha incansablemente por nuestro bienestar. La depresión lo ha llevado a recaer en el alcohol. Trabaja incansablemente de amanecer a anochecer para sostener a la familia. Con gran esfuerzo nos provee el sustento diario. Siempre estuvimos seguros del retorno de mamá. Ella vendrá por nosotros en cualquier instante. Mariano será el primero en ir a su encuentro, después ella vendrá por mí y por Ramoncita.
Mi abuela Cornelia dice:
-Me despierto en aquella cama de hospital, fue un sueño largo, no entiendo lo que ha pasado.
Ramón me dice:
Vamos a casa Gaviota.
Los niños nos esperan.
Todo era un sueño, tu corazón está muy bien, lo veo lleno de flores. Te amo mi Gaviota.


Freddy de Jesús Araujo A SchP.
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