Algo de la alegría me dijo
y yo no entendí…
sobre ser libre y caminar descalzo.
– ¿Y qué hago con lo que tengo? – le pregunté.
– No tenés nada – me dijo.
– Pero estas cosas son mías – le dije yo.
– Soltalas.
– Pero son mías – le repetí.
– Te sangran la manos.
– Me duelen…
– Soltá, vos podés.
– Es que las quiero.
– ¿Por qué?
– Porque las quiero.
– ¿Pero por qué?
…
– Se te cansan los hombros y la espalda – me dijo.
– Yo aguanto – me mentí.
– ¿Y por qué llorás?
– Porque me duelen las manos y también la espalda.
Algo de la alegría me volvió a decir
y yo no entendí…
sobre ser más libre y caminar liviano.
– Soy libre – le dije.
Algo sobre el despojo me explicó
y yo no entendí…
– Me hace bien – le dije.
– ¿Y por qué te sangran las manos?
– Porque lastima.
– Entonces no hace bien.
Y me dijo algo de la tristeza
de reconocerla y dejar de abrazarla,
del conformismo y las compañías.
Que mejor hablábamos en otro momento.
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