LO QUE SABEN Y LO QUE NO SABEN LAS PIEDRAS

La acompañé muchos años. Lo sigo haciendo. Fui regalada a su madre para un cumpleaños. Le pareció bien un colgante de piedra celeste, como sus ojos. Le encanté y quedé, pegado a la tersa piel bajo su garganta. Pocas veces me sacó, para bañarse en un rio, o en las clases de educación física.

Conozco sus sentimientos. Aprendí a decodificar los sutiles cambios de temperatura, respiración, y pulso. La comunicación pasa más por el cuerpo que por lo que se dice.

La he visto negarse sensaciones. Las razones eran casi siempre morales. Es entendible, si no tuvieran represión, los humanos habrían dejado de existir.

El impulso que se negó y que me más me llamó la atención es uno que ha tenido durante años. Empezó en su adolescencia. Tenía un noviecito. Se llevaban bien.

El problema fue cuando conoció al primo del novio.

Se alteró como nunca. Poner nombre a ese sentimiento no es fácil, pero la mayoría le dice amor, o pasión, y otros prefieren términos más vulgares.

Creció, maduró, el novio aquel quedó atrás, viajó por todo el país, y probó nuevas experiencias. Hoy es toda una mujer. Nunca olvidó a ese hombre. La sigue enloqueciendo. Cada tanto lo piensa, y hasta lo sueña.

El azar la cruzó con él hace unos días. Su reacción fue instantánea. Me sorprendió que él tampoco la hubiera olvidado. El tiempo parecía haberse disuelto. La electricidad de la charla me atravesó.

Arreglaron un encuentro.

Los humanos me resultan incomprensibles.

Lo resumiré porque hasta me da vergüenza. Ella se permitió, cuando la situación ya fue insostenible desde las palabras, llegar al contacto físico.

Fueron los besos y las caricias más excitantes de su vida. Supo mientras ocurrían que sería imposible olvidarlas, como quien se hace un tatuaje.

Me pregunto qué la detuvo. Cuál fue la razón por la cual no se permitió llevar el contacto a lo más íntimo.

Hay conductas cuya comprensión se nos escapa a las piedras.