Mi primera aproximación seria a la literatura fue a eso de los 14 años. Cuando la vida me resultaba tan agobiante como aburrida, me rebusqué en la biblioteca de mi hermano algún libro que me sirviera de refugio. Di con mujeres de Bukowski, y me enamoré instantáneamente. Lo cierto es que no lograba entender aquello que aparecía en las páginas, ni en el plano más superficial ni en el más profundo, pero la narración cruda del día a día de una vida aparentemente guiada únicamente por el deseo y la depresión me cautivó inmensamente. Quería ser como él. Como Chinaski. Como Bukowski. Quería coños y cerveza y más nada. Pues nada más existía en realidad.
Cargaba conmigo el libro a todas partes, y lo leía siempre que necesitaba motivación para seguir adelante con mi vida vacía y mundana. Y noté, rápidamente, que emulando a este viejo grotesco y degenerado, encontraba sentido. Viviendo ebrio todo parecía interesante. Hasta lo más triste o aburrido se iluminaba con la propulsión del alcohol. Y lo bueno, pues claro, era mucho mejor. ¡Cuánta razón tenía mi ídolo! Y aunque los culos nunca llegaron en la abundancia que quería, era indudable que a las mujeres les atraía el tipo de hombre nihilista y vicioso que tanto me esforzaba por ser. Además, el simple hecho de cargar su libro conmigo llamaba la atención. Qué simples son las mujeres. Y qué estúpido que era yo. Sin embargo, nunca logré llevar una mesera a la cama. Pero bueno, tampoco esperaba tanto. Compañeras y profesoras bastaban para mí, pues lo imitaba en su bebida y misantropía, pero nunca en su talento.
Y estúpidamente cargué aquel libro conmigo por un par de años. Decía idolatrar al tipo, pero no leía tan siquiera una página que no fuera de aquella obra. Y pasaron los años y me aburrí de esforzarme tanto por tratar de ser alguien que no era. Y la adicción al alcohol y las mujeres se hizo real y nada tenía de lindo. Devolví la novela, llena de manchas de vino, a su lugar, y me olvidé de ella y de él. Pero mi interés por la literatura creció junto con mi deseo de escribir. Cometí el terrible error de estudiar literatura y, a pesar de mi supuesto espíritu rebelde, dejé que la academia lavara mi cerebro. Leí a Borges y a Kafka. A Dostoievsky y a Shakespeare, y decidí que Bukowski era un escritor simple. Un nadie al lado de estos gigantes. Puras palabrotas y experiencias mundanas hechas escritos. Qué estúpidos podemos llegar a ser los intelectuales.
Años más tarde me topé, en el mismo lugar que la primera vez, con una recopilación de cuentos y poemas de Bukowski y, egocéntricamente, quise leerlos para burlarme de lo simple que era mi gusto antes, y de lo mucho que sabía ahora. Todo lo contrario ocurrió. Por supuesto que me gustaba el viejo verde y desquiciado. ¡A la mierda Borges! Esto sí era literatura. Deliciosa. Simple. Real. Dolorosa. Devoré aquel libro. Y en medio de ese mar de palabras. De cuentos simples y poemas carentes de rima, encontré dos palabras que lo aclararon todo: No intentes. La filosofía del vencido, pensé. O, ¿del vencedor, tal vez? Aparentemente el nihilismo hecho palabras. Le eché cabeza por varios días. Claro, no intentes, que nada merece la pena. Que todo está perdido siempre. Así entendí aquella novela que hacía años había leído una y otra vez. Bebe y culéa que nada más existe. Pero no, no era eso lo que trataba de plasmar él en sus escritos. No es eso lo que significa no intentar.
Significa haz lo que nace de ti. Deja que brote tu auténtico ser. Vomita lo que eres. Por eso nunca pude ser como él. Porque me esforzaba por serlo. Porque intentaba. Yo no era un borracho y un mujeriego. Por eso dolía. No intentes beber litro tras litro de cerveza. Bébela cuando el espíritu te la pida. No intentes comerte cuanto culo se aparece frente a ti. Come aquel que la vida te presenta. No intentes escribir, cosa que luego le leería decir textualmente, simplemente escribe cuando la necesidad te lo exija. Cuando ya no sea una opción. Así debas esperar toda la vida para hacerlo.
Ahora me deleito constantemente con sus poemas y cuentos, y no más que un par de sus novelas me faltan por leer. Y claro que son simples, pero cuánta filosofía hay allí. Qué bello que es lo que aquel loco infeliz plasmó en el papel. Y no era de esperar menos. Nunca intentó. O por lo menos intentó no hacerlo. Y curiosamente no hay nada más difícil que la facilidad de no intentar. Primero se debe conocer el Ser. Y puede que ese ser no tenga destinado ser feliz, como creo que fue su caso. Pero esa es la única realidad. Hay flores dañadas que están condenadas a crecer. Solo entendiendo su estado pueden hacerlo sin renunciar a su esencia. De nada sirve regar una flor muerta. No intentes, que solo así, para bien o para mal, estarás viviendo tu propia aventura. Y les garantizo que ser lo que se es es hermoso. Así se sea un monstruo.
– M
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