SEROUX
Esta historia cuenta cómo fui arrastrado, casi sin darme cuenta, al asombroso universo de los insectos, un mundo que había pasado desapercibido bajo mis pies, pero que siempre estuvo lleno de vida, secretos y maravillas. Son seres aparentemente frágiles y pequeños, pero poseen fortalezas que a menudo superan las nuestras. Desde las mariposas con sus vibrantes alas escamosas hasta las hormigas reinas, capaces de vivir décadas liderando sus colonias, cada especie encierra historias únicas, estrategias de supervivencia y vínculos que nos recuerdan la fantástica biodiversidad de la naturaleza.
Una noche, guiado por un sueño profundo y misterioso, comencé un viaje que me llevó a sumergirme en esta vida diminuta y fascinante. Aprendí sobre sus batallas, sus alianzas y su manera de existir en armonía con un entorno a veces hostil. Allí conocí a Seroux, un ser inolvidable que me enseñó el verdadero significado de la perseverancia y la lealtad, y entre todas esas criaturas, volví a sentir la presencia de alguien que creía perdido para siempre: mi padre.
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Mi viaje al mundo mágico
La primera vez que llegué a este mundo, nada en él tenía sentido. Daba vueltas en mi mente, buscando explicaciones imposibles para comprender cómo existían estas tierras, habitadas por criaturas que conocía, pero nunca había visto de esta forma. Era un mundo lleno de vida y misterio, y sin embargo, las guerras y las luchas también lo habían contaminado, extendiendo el caos y el miedo como sombras. Jamás habría imaginado que mi anhelo de conectar con mi padre fallecido me llevaría hasta aquí, a un universo tan extraño y, al mismo tiempo, tan familiar.
Todo comenzó una noche, cuando decidí experimentar con los viajes astrales. Llevaba meses intentando encontrar una forma de hablar con mi padre en el más allá, y me aferraba a la esperanza de que, a través de esos viajes, pudiera cruzar alguna puerta invisible y llegar hasta él. Intento tras intento, me acercaba y fallaba, pero una madrugada helada, finalmente lo logré. Sentí cómo mi alma se desprendía de mi cuerpo, como si deslizara un abrigo. Crucé la ventana de mi habitación flotando, con el frío de la madrugada rodeándome, y llegué al parque cerca de mi casa. Todo estaba envuelto en silencio, y por un momento me sentí triunfante, seguro de que estaba a punto de encontrar la respuesta que buscaba.
Pero algo comenzó a torcerse. Una confusión extraña me invadió, y empecé a sentir un mareo profundo, como si el mundo mismo se retorciera alrededor de mí. Sentía cómo el suelo parecía ceder bajo mis pies inexistentes, y de pronto, un remolino de luz y oscuridad me envolvió. Noté que me hacía cada vez más pequeño, reduciéndome hasta sentirme del tamaño de una mota de polvo, hasta que, sin previo aviso, caí.
Desperté en medio de un campo de geranios y siemprevivas, plantas enormes que se alzaban como torres en un mundo donde yo no era más que una diminuta figura entre sus raíces. Antes de poder asimilar lo que ocurría, escuché voces. Me giré y, para mi asombro, un viejo abejorro y una mariquita me observaban detenidamente, como si me hubieran estado esperando. “¿Qué me pasó? ¿Qué hago aquí?”, pregunté, tratando de calmar el temblor en mi voz.
«Estás donde debes estar», respondió el abejorro, con una calma que me desconcertó. Su voz era profunda, grave, y tenía una extraña sabiduría que parecía reflejar siglos de historias. Se acercó mientras me decía que se llamaba Poexta, y extendió una de sus patas peludas – que al tocarla la volví a ver y era una mano humana- ofreciéndome su ayuda para levantarme. Cuando me puse de pie, la mariquita se inclinó para que subiera a su lomo, y juntos emprendimos el camino.
A lomos de la mariquita, me llevaron a una aldea peculiar, oculta entre las hojas y los tallos, como un pueblo secreto. No podía creer lo que veía. Había abejas, libélulas, hormigas y luciérnagas, todos coexistiendo en una especie de armonía insectaria. Todo me parecía surrealista, como si hubiera caído en un sueño antiguo, tejido por una magia que la humanidad había olvidado.
Me ofrecieron una bebida espesa de miel, cuyo sabor era tan dulce como el consuelo. Poco a poco, la confusión se disipó, y entendí que estaba en un universo paralelo, una dimensión ajena donde mi padre no estaba. Me invadió una mezcla de decepción y alivio, porque, aunque mi búsqueda había fallado, sabía que no estaba aquí por casualidad.
Mientras me adaptaba a mi nueva realidad, comencé a aprender sobre las distintas aldeas que formaban esta tierra y las historias de sus habitantes. Descubrí que las luchas y rivalidades, igual que en el mundo humano, también existían aquí, enredadas en ciclos de antiguas disputas y promesas de paz quebrantadas. Pensé que sería un observador, un narrador que reuniría las piezas de este mundo para tejer una historia completa. Sin embargo, a medida que avanzaban los días, sentí que el destino me había traído aquí no solo para ver, sino para formar parte de la historia misma que se las voy a narrar.
EL BOSQUE MÁGICO
Eirenant
En los límites del reino mágico, se encuentra el asombroso hogar de las hadas, un rincón del universo donde la realidad se entrelaza con la fantasía de manera sublime. El bosque de las hadas es un vergel encantado, donde la luz del sol acaricia delicadamente las hojas centelleantes y la brisa susurra secretos antiguos entre las ramas entrelazadas.
En el claro del bosque, vivían las hadas luminosas, seres benevolentes que protegían la armonía de su hogar. Junto a ellas, colaboraban los insectos amigables, como las mariposas mensajeras y las luciérnagas que iluminaban las noches estrelladas. Con sus alas resplandecientes y vestidos hechos de pétalos, vivían en armonía con los insectos que poblaban este pequeño universo. Sin embargo, no todo era paz y alegría. Al igual que en cualquier otro reino, existían aquellos que ansiaban el poder y la dominación.
Las hadas han tejido su morada en majestuosas flores en pleno esplendor, cuyos pétalos resplandecen con colores imposibles y desprenden fragancias que embriagan los sentidos. Estos pequeños refugios se conectan entre sí por senderos de hojas resplandecientes, cuyos destellos iluminan el suelo como luciérnagas danzantes en la noche.
Entre los árboles, criaturas de todo tipo coexisten en armonía mágica. Mariposas gigantes revolotean con alas que reflejan los tonos del arco iris, mientras que las aves entonan melodías celestiales que llenan el aire de dulces arpegios. Los riachuelos cristalinos formados por las lluvias serpentean entre las raíces de los árboles, alimentando pequeñas cascadas que crean arcoíris en su caída.
El musgo, impregnado por la lluvia, resplandece en tonos verdes vibrantes, mientras pequeñas hormigas, dotadas de una peculiar humanidad, laboran incansablemente construyendo intrincados caminos y tratando de resguardar su nido subterráneo de la amenaza del agua que cae.
A medida que la lluvia persiste, unas libélulas se refugian hábilmente bajo hojas amplias, buscando abrigo de las gotas que caen. En otro rincón, una delicada mariquita cobija a sus crías bajo sus coloridas alas, proporcionándoles seguridad y calor en medio de la fresca humedad del bosque. Cada rincón de este idílico escenario boscoso respira vida y actividad, con la lluvia actuando como directora de una sinfonía natural, donde cada criatura juega su papel en la danza encantadora de la naturaleza
En lo más profundo del bosque, los majestuosos árboles ancianos, cuyas ramas tocan las estrellas y cuyas raíces se entrelazan con la esencia misma de la tierra. En las copas de estos gigantes arbóreos, las hadas construyen sus hogares, pequeñas casas con tejados de pétalos y paredes de luz etérea.
Sin embargo, la magia del bosque no solo radica en su belleza visual. En las noches de luna llena, la flora y la fauna del lugar se transforman en criaturas luminiscentes, creando un espectáculo resplandeciente que ilumina el firmamento nocturno.
El clan Anthophila
Anthophila, el clan de abejas, florecía con su estructura social, cuidado cooperativo y orientación precisa. En la aldea de las abejas, el despertar del día era un ritual coordinado entre las obreras Anthophila. Con cuerpos llenos de pelambre plumoso y ramificado, las abejas salían de sus colmenas, listas para una jornada de actividades coordinadas. Su estructura social, basada en la eusocialidad, promovía el cuidado cooperativo de la cría y la división del trabajo entre las diversas castas: reinas, obreras y zánganos.
El sol se alzaba en el horizonte, y las abejas Anthophila, orientándose por medio de su desarrollado sentido del olfato y gusto, comenzaban la recolección de néctar y polen. Las alas de estas abejas se movían en una danza sincronizada durante el vuelo, mientras se guiaban por la polarización de los rayos de luz y el campo magnético de la tierra. Este intrincado sistema de orientación les permitía no solo encontrar las mejores fuentes de alimento sino también comunicarse entre sí sobre los lugares más prósperos.
El día continuaba con la cooperación entre las obreras, que se dedicaban a diversas tareas como la construcción de panales, la limpieza y defensa de la colmena, y el cuidado de la cría. La reina, símbolo de la fertilidad y líder del clan, dirigía la producción de huevos, asegurando así la continuidad de la colonia.
La comunicación entre las abejas Anthophila era compleja y variada. Utilizaban sonidos de baja frecuencia, percibían los movimientos del aire y compartían información sobre la calidad de las fuentes de néctar y polen. Este intercambio constante fortalecía la cooperación y el bienestar de la colmena.
En la tarde, el retorno a la colmena marcaba el cierre del día. Las abejas obreras depositaban el néctar recolectado y el polen en los panales, asegurando así el alimento necesario para la colmena. Los zánganos, encargados de la protección, mantenían la seguridad del territorio.
La noche caía, y las abejas Anthophila se refugiaban en su colmena, listas para descansar y prepararse para otro día de actividades coordinadas. La eusocialidad y la división del trabajo entre las castas aseguraban la supervivencia y el florecimiento de la Aldea de las Abejas, un ejemplo de armonía en la naturaleza.
El clan Philanthus
Philanthus, las avispas, eran conocidas por sus hábitos solitarios y predadores, ganándose el título de «lobo de abejas» por su ferocidad. En la Aldea de las Avispas, el día comenzaba con la salida de las hembras Philanthus de sus túneles subterráneos. Cada una de ellas tenía su territorio marcado con feromonas en yuyos y pequeños objetos estratégicamente colocados. Los machos, por su parte, se dedicaban a reforzar sus áreas y competir por la atención de las hembras.
El gobierno entre las avispas se basaba en la autonomía y el respeto territorial. Cada hembra Philanthus tenía su propio dominio y tomaba decisiones sobre la caza y reproducción en su área designada. La competencia entre los machos era intensa, y aquellos que lograban marcar territorio exitosamente tenían el privilegio de aparearse con las hembras.
Durante el día, las avispas cazadoras se lanzaban en busca de sus presas, principalmente abejas. La caza no solo proporcionaba alimento para las avispas adultas sino también para las larvas. Después de la caza, las hembras depositaban sus huevos en las presas capturadas, asegurando así el alimento necesario para el desarrollo de la próxima generación.
La obtención de néctar era una tarea crucial para mantener la energía necesaria para el vuelo. Las avispas Philanthus visitaban flores y utilizaban su buche para extraer néctar. Este proceso también contribuía a la polinización de las plantas en su territorio, fortaleciendo así el equilibrio ecológico en la Aldea de las Avispas.
Por la tarde, los túneles subterráneos se convertían en lugares estratégicos para el resguardo y la protección de las avispas. Cada hembra regresaba a su nido, asegurándose de que sus territorios estuvieran libres de intrusiones. Los machos continuaban patrullando y renovando sus feromonas para mantener su dominio.
La vida diaria de las avispas Philanthus estaba marcada por la caza, la reproducción, la competencia territorial y la búsqueda constante de recursos. Aunque su estilo de vida predatorio podía parecer feroz, estaba equilibrado por la importancia de mantener la armonía en su ecosistema y garantizar la supervivencia de su especie.
Un día, en busca de dominio y expansión, el clan Philanthus decidió invadir los territorios de Anthophila. Las pacíficas abejas se vieron sorprendidas por el ataque feroz de las avispas predadoras. Los zánganos Anthophila, valientes defensores de su colmena, lucharon con fiereza contra las incursiones de Philanthus, pero la astucia y agresividad de estas avispas demostraron ser una amenaza formidable.
Exormí
La aldea en expansión y conquista, era Exormí, que significa expansión. Esto podría traducirse como «Dinastía de la Expansión». Aquí vivían, en las sombras de un oscuro rincón del bosque, las hadas oscuras. Vestidas con telas tejidas con hilos de seda negra y alas de tonos sombríos, estas criaturas buscaban subyugar a los insectos malevolentes para formar un ejército que les otorgara el control del reino
Para tal fin, habían logrado convencer y atrae a su lar, a Nepalmi, líder de las hormigas guerreras, a quien se le encargo hacer coincidir una sociedad con las Philanthus un clan de avispas solitarias enemigas de las abejas, los Nahax, unos escarabajos gigantes y los Gremlix, las poderosas y temerarias mantis
Las Philanthus, las avispas solitarias que primera vista, podrían parecer simplemente insectos, pero dentro de sus pequeñas y vibrantes comunidades subterráneas, se despliega un mundo de interacciones fascinantes y roles especializados. Las hembras adultas, con sus cuerpos estilizados y alas transparentes, son las arquitectas de la aldea. Con dedicación y habilidad, excavan túneles subterráneos intrincados, diseñados no solo para albergar a la próxima generación, sino también para brindar seguridad y comodidad. Cada túnel es una obra maestra de la ingeniería instintiva.
Los machos, con sus antenas elegantes y siluetas esbeltas, asumen el rol de guardianes territoriales. Marcan sus dominios depositando feromonas estratégicamente en yuyos, hierbas y pequeños objetos que encuentran en su entorno. Estos pequeños «sellos» químicos actúan como fronteras invisibles, indicando a otros miembros del clan las áreas asignadas y los posibles lugares para el apareamiento.
Aunque su reputación como depredadores de abejas les ha ganado el apodo de «lobos de abejas», cada Philanthus, desde las hembras constructoras hasta los machos guardianes, desempeña un papel vital en la supervivencia de la aldea. A pesar de su imagen predadora, estas avispas son mucho más que cazadoras eficientes.
Por su parte, Los Nahax tenían como líder a Tekeux un escarabajo grande, mide entre 25 y 40 mm. El cuerpo es robusto y de color marrón oscuro, en ocasiones prácticamente negro Destaca entre los demás por su cornamenta más imponente y su astucia estratégica y tenía bajo su mando a diez batallones de escarabajos con cornamenta, criaturas robustas y resistentes. Su caparazón reluce en tonos oscuros y están dotados de fuertes patas que les permiten cargar con cargas considerables. Son insectos trabajadores y leales, siempre dispuestos a ayudar en las tareas diarias de la aldea de las hadas. Hay un rasgo que diferencia claramente los sexos, pues el macho presenta un cuerno, levantado e inclinado hacia atrás en la cabeza, mientras que la hembra posee un bulto con forma de cono
Las mantis estaban bajo el mando de Auxant, una guerrera valiente y ágil. Con sus afiladas garras y su habilidad para el sigilo tenia a cargo dos batallones de mantis, Los Gremlix son una fuerza mortal bajo el manto de la reina Nepalmi.
Esta demás decir, que para sus intereses la guerra de entre las avispas y s abejas le había caído al pelo a las hadas oscuras para su afán expansionistas, aunque en ese camino estaban las hadas blancas, a quienes debería destruir para culminar su política de expansión, dominio y muerte.
Este es el boque mágico, un santuario natural donde lo imposible se vuelve realidad, y donde la armonía entre seres mágicos y la naturaleza da forma a un escenario único, lleno de maravillas que desafían la imaginación y despiertan el espíritu de la fantasía.
La guerra de las flores
El inicio de las hostilidades
En la aldea de las abejas, la paz y la cooperación reinaban durante generaciones. Sin embargo, un día, un incidente inesperado sembró la semilla de la discordia entre los clanes Anthophila y Philanthus.
Todo comenzó cuando un pequeño grupo de avispas Philanthus, explorando la región en busca de presas, se adentró accidentalmente en el territorio de las abejas Anthophila. Este encuentro no planeado desencadenó una serie de malentendidos y ataques defensivos, generando tensiones entre ambos clanes.
Las avispas Philanthus, al ser criaturas carnívoras, vieron en las abejas Anthophila una fuente potencial de alimento para sus crías. Sin embargo, las abejas, al interpretar los movimientos de las avispas como amenazas, respondieron con agresividad para proteger a su colonia.
El conflicto inicial podría haberse resuelto con diálogo y entendimiento, pero las diferencias en el modo de vida y en las perspectivas de ambos clanes complicaron las cosas. Las abejas Anthophila, centradas en la cooperación y la recolección de recursos naturales, no comprendían la naturaleza predadora de las avispas Philanthus.
La noticia de los encuentros hostiles se extendió rápidamente entre las colonias de ambas aldeas, alimentando el miedo y la desconfianza. Pronto, la Aldea de las Abejas se dividió en dos bandos: aquellos que abogaban por la paz y la convivencia pacífica, y aquellos que veían a las avispas Philanthus como enemigos a los que debían enfrentarse.
Las conversaciones de paz se intentaron, pero las profundas diferencias y la falta de comprensión entre los clanes hicieron que cualquier intento de reconciliación fuera infructuoso. Los líderes de ambas aldeas, viendo que la guerra era inevitable, se prepararon para el conflicto.
Así, en un día soleado pero cargado de tensión, las abejas Anthophila y las avispas Philanthus se encontraron en un campo de batalla, listas para luchar por sus territorios y su modo de vida. La guerra entre los clanes de insectos estaba por comenzar, y con ella, la creación de héroes, leyendas y, en última instancia, el surgimiento de Seroux, un ser único destinado a cambiar el destino de ambas aldeas.
La pradera vibraba con la tensión palpable mientras las abejas Anthophila y las avispas Philanthus se alineaban en lados opuestos del campo de batalla. El zumbido constante de las alas creaba una sinfonía de guerra, anunciando el enfrentamiento que se avecinaba.
En el cielo, el sol arrojaba sus cálidos rayos sobre el conflicto inminente, como si la naturaleza misma contuviera la respiración en anticipación. Las abejas Anthophila, con sus cuerpos peludos y alas plumosas, brillaban bajo la luz del día, contrastando con las avispas Philanthus, cuyos cuerpos esbeltos y relucientes indicaban su naturaleza depredadora.
El sonido agudo de una trompeta de floripondio, sostenida por una abeja guerrera Anthophila, marcó el inicio de la batalla. Las dos fuerzas chocaron en un frenesí de movimientos coordinados y estratégicos. Las abejas Anthophila, protegiendo a su reina y colmena, desplegaron tácticas defensivas mientras las avispas Philanthus, ágiles y astutas, avanzaban en formación.
Las espinas de faik, lanzadas por las avispas Philanthus, cortaban el aire, derribando a las abejas Anthophila en su camino. Las abejas, a su vez, contraatacaron con aguijones venenosos, defendiendo ferozmente su territorio. El cielo se oscureció momentáneamente por enjambres de insectos en guerra, creando un espectáculo caótico pero impresionante.
La Reina Anthophila, rodeada por sus fieles guerreras, lideraba la resistencia. El suelo temblaba con el estruendo de las colisiones y el zumbido de las alas, creando una sinfonía discordante de la naturaleza en conflicto.
La guerra no solo se libraba en el aire, sino también en el suelo, donde las abejas y avispas se enzarzaban en combates individuales. Un gremlix, aliado de las avispas Philanthus, luchaba ferozmente contra un Ouxi, una hormiga aliada de las abejas Anthophila, en un duelo de fuerza y estrategia. Tekeux, el comandante de los Nahax dirigió a su infantería con determinación buscando detener y derribar a las feroces Nepalmi que se habían asociado a las Philanthus en un afán de obtener territorios y larvas de las Anthophila
El campo de batalla estaba impregnado de tensión, pero la guerra estaba lejos de terminar. Las abejas y avispas, guiadas por sus instintos y lealtades, se enfrentaban en una lucha encarnizada por la supervivencia y la supremacía en la pradera.
La guerra entre los dos clanes se extendió por la Aldea de las Abejas, transformando los paisajes pacíficos en campos de batalla. Las abejas de Anthophila, expertas en el vuelo sincronizado y la orientación precisa, lucharon contra las avispas Philanthus, conocidas por sus tácticas solitarias y feroces. Los túneles subterráneos de Philanthus se convirtieron en puntos estratégicos desde los cuales lanzaban ataques sorpresa.
La batalla rugía, y en medio del caos, Seroux, la abeja guerrera más intrépida, se destacaba por su valentía. Se lanzó en picada desde las alturas, derribando a varios enemigos con sus espinas de faik. Su presencia inspiraba a las abejas Anthophila a redoblar sus esfuerzos.
Su apariencia combinaba la gracia de las abejas Anthophila con la astucia y la agresividad de las avispas Philanthus. Seroux se batía de manera eficaz en cada lucha, hasta que una espina de faik la derribo. Cayo pesadamente al suelo tras un vuelo zigzagueante, trato en lo posible de caer bajo unos hongos que podrían ocultarla y evitar ser exterminada.
Allí se quedó quieta, con la herida sangrante, mientras allá arriba el zumbido de unas avispas indicaba que la buscaban para asesinarla. Sin sospechar que alguien la observaba, intento quitar la lanza de faik y al hacerlo se desmayó.
El ataque a Eirenant
En los confines de la espesura, donde los rayos del sol apenas penetraban entre las hojas, la aldea de las hadas se encontraba en armonía. Pronto llegaron las noticias de la guerra que se había iniciado entre las abejas y las avispas. Sabían que, en esa disputa, as abejas llevaban las de perder, y había que tomar posición a favor de ellas, pues su presencia era imprescindible para el mantenimiento del bosque. Sin embargo, el susurro de las hojas agitadas anunciaba la llegada de un peligro inminente. A lo lejos, una horda de hormigas rojas, las Nepalmi, avanzaba con determinación. Con Nepalmi a la cabeza, las hormigas guerreras se preparaban para el ataque.
La aldea de las hadas, con sus cúpulas de pétalos y senderos de rocío, estaba a punto de enfrentar su mayor desafío.
Las características de Nepalmi, una líder astuta y estratega hábil, se manifestaban en sus ojos resplandecientes y sus antenas en constante movimiento. Con una coraza roja que reflejaba su ferocidad, Nepalmi dirigía a sus tropas hacia la aldea.
Las hadas, pequeñas y etéreas, se prepararon para la defensa. Aunque normalmente pacíficas y dedicadas a la armonía de la naturaleza, sabían que esta vez se enfrentaban a una amenaza formidable. Las flores vibraban con la energía del conflicto inminente.
- – ¡Soldados, -dijo Nepalmi, la Líder de las Hormigas Guerreras- hoy nos enfrentamos a un enemigo que de la cual depende la grandeza de nuestro reino! Las hadas y sus aliados no conocen nuestra fuerza. ¡Avancemos con determinación y hagamos de este día una victoria para las Nepalmi!
La batalla comenzó con una lluvia de flechas de rocío lanzadas por las hadas, pero las Nepalmi, con sus mandíbulas afiladas y patas ágiles, se movían con destreza evitándolas. La aldea de las hadas estaba en peligro, y el suelo temblaba con cada paso de las hormigas guerreras.
- – Zephira la líder de las Hadas no dejaba de motivar a sus soldados: ¡Defended nuestras flores y nuestras vidas! Las hadas, las mariposas y los grillos se unen a nuestra causa. No permitiremos que las Nepalmi destruyan este lugar de paz.
Entre las filas de las hadas, dos guerreras se destacaban: Aura, una mariposa con alas iridiscentes que irradiaban un resplandor mágico. Con su vuelo ágil y polvo de hadas, Aura se convirtió en la defensora aérea, enfrentándose a las Nepalmi en el aire. Por otro lado, estaba Angolap, su cabello de una vez adornado con flores, ahora se ata en una trenza funcional que le permite moverse con agilidad en el campo de batalla. En lugar de luciérnagas, pequeños cristales incrustados en su pelo emiten destellos tenues, proporcionando una luz sutil pero efectiva en la oscuridad de la guerra.
La gracia que caracteriza a Angolap se transforma en agilidad y destreza en combate. Su capacidad para comunicarse con los insectos se intensifica, convirtiéndola en una líder estratégica. Sus ojos, una vez expresivos y amigables, ahora reflejan una determinación feroz mientras guía a sus compañeros insectos en la lucha por la supervivencia de su aldea
Aura volando entre los cardos y rosales, se decía para sí: ¡Nuestro reino es un santuario de belleza y vida! No permitiré que las Nepalmi lo profanen. ¡Que la luz de nuestras alas sea su perdición!
La batalla rugía en un frenesí de colores y movimientos rápidos. Nepalmi, con su astucia estratégica, coordinaba ataques y retiradas, buscando debilidades en las defensas de las hadas. Sin embargo, las hadas y sus aliados no cedían fácilmente.
El campo de batalla vibraba con la energía mágica mientras en otro lado del bosque, Luminara, una capitana de las hadas con apoyo de las abejas Anthophila se preparaban para enfrentarse a un enjambre temible de avispas, Philanthus criaturas feroces conocidas por su agresividad y veneno mortal. Las avispas, imponentes con aguijón afilado, avanzaban con determinación hacia la aldea de las hadas.
Las hadas, lideradas por la valiente capitana Luminara, formaron un frente unido, con varitas mágicas listas y alas resplandecientes. El cielo estaba tenso con la anticipación de la batalla inminente. La capitana de Las Philanthus zumbaba con fiereza, preparándose para lanzar su enjambre contra las hadas.
La batalla comenzó con un frenesí de movimientos ágiles. Las Philanthus se abalanzaron con velocidad, utilizando su tamaño y agilidad para esquivar las ráfagas de luz que las hadas les lanzaban. Las hadas, por su parte, desplegaban tácticas magistrales, creando escudos de luz y lanzando flechas mágicas para intentar repeler la embestida.
Luminara, con su varita mágica brillante, se adelantó para enfrentar a una capitana de las Philanthus en un duelo mágico. La avispa, con aguijón en alto, lanzó veneno con cada embestida, pero Luminara esquivaba con gracia, contrarrestando con ráfagas de luz que iluminaban la escena de batalla.
Mientras tanto, las Anthophila apoyando a las hadas se enfrentaban a las demás avispas, lanzando hechizos para desorientarlas y crear oportunidades para contrataques. Las Philanthus respondían con picadas venenosas y rápidos movimientos en espiral, creando una danza mortal en el aire.
Mientras tanto en el epicentro de la lucha, la reina y hábil hada Zephira dirigía un grupo de guerreras aladas en tácticas de flanqueo.: «¡Vamos, hadas! Rompamos sus líneas y ataquemos desde todos los ángulos.»
La batalla alcanzó su punto álgido cuando la reina hormiga de las Nepalmi, enfurecida y decidida, lanzó un ataque masivo. Las hadas, conscientes del peligro, se agruparon y crearon un escudo mágico para resistir el embate. El cielo estaba lleno de destellos de luz y zumbidos de alas, mientras las dos facciones luchaban con ferocidad.
En un giro estratégico, Luminara canalizó su magia en un poderoso hechizo de luz. Un resplandor intenso iluminó el campo de batalla, desorientando momentáneamente a las Philanthus. Las hadas aprovecharon la oportunidad para lanzar un contraataque coordinado, debilitando las defensas de las avispas.
La batalla llegó a su fin con las Nepalmi retirándose, derrotadas a Exormí y desorientadas por la combinación de la magia de las hadas y su astuta estrategia. Las hadas blancas, victoriosas pero cansadas, observaron cómo las avispas se retiraban, conscientes de que la paz en Eirenant seguía siendo frágil y que nuevas amenazas podrían surgir en el futuro, sobre todo porque en toda esta refriega, nunca vieron a las hadas oscuras.
La Batalla final
Tras mi llegada a este mundo, le di mil vueltas a entender y darme explicaciones de cómo podían existir estos mundos. Como era posible que aun aquí las guerras y luchas generaban el caos. Nunca creí que la búsqueda una forma de comunicarme con mi padre fallecido me llevaría a este universo.
Creí que la vida, mi vida habría cambiado. Que el mundo se me venía abajo y no quedaba de otra que encerrarme en un cascarita de maracuyá que un viejo abejorro llamado Poexta, me había cedido. Así estaba, hasta que los inesperados zumbidos y gritos de una mariquita me saco del ostracismo al contarme de una guerrera Seroux herida.
Llegue acompañado de dos Ouxi, ahí estaba Seroux malherida, con ayuda de polen fresco logre cubrir la herida. la subí a una camilla de raíces de margaritas y con los Ouxi la llevamos al campamento. Agradecí a la mariquita, que se había quedado arriba de los Hongos avistando si venían algunas Philanthus.
Seroux despertó dos días después, asustada, quiso volar, pero no pudo. El viejo Poexta que la había estado cuidando se encargó de tranquilizarla y contarle todo. Calmada ya, transcurrieron tres semanas en las que Seroux logro curarse y sus alas empezaron a zumbar y volar alto haciendo piruetas increíbles.
Una comitiva procedente de Eirenant llego a nuestra aldea bajo el mando de Angolap. Venían a ver a Arachnia, la anciana y sabia araña bajo la cual nos habíamos reunido y refugiado muchos pacifistas, abandonados y románticos seres contrarios a la guerra y la violencia
La visita venía a solicitar nuestra ayuda para enfrentar a Nepalmi y sus aliadas las Pilanthus, pues estas les habían infringido muchas bajas n la anterior batalla. Y ahora estaba punto de ser atacadas y exterminadas si no les ayudábamos. Tras el ritual de intercambio de miel y polen, Arachnia acepto los regalos y decidió apoyarlas. Demas esta decir que todos los que vivíamos bajo el amparo de la anciana reina la seguiríamos a muerte.
La razón de la solicitud y la aceptación de ayuda, tenía su origen, cuando en los tiempos ancestrales cuando se dio la guerra entre las abejas y las avispas, Arachnia se encargó de tejer una red estratégica que se desplegaba como un velo protector sobre las colmenas de las abejas. Su tela, imbuida de un brillo mágico, actuaba como una barrera invisible pero resistente contra las avispas invasoras. Cada hilo reluciente vibraba con la energía mágica del bosque, alertando a las abejas ante la presencia inminente de sus enemigos al vibrar de manera distinta ante las sutiles vibraciones de las alas de las avispas. Esto le hizo hacerse amiga y aliada sin querer de las abejas y de las hadas
Por la noche, un ruido retumbante nos despertó a todos. Era Tekeux el comandante de los Nahax quien ondeando chabelitas blancas solicitaba ingresar a la aldea. Aceptada su petición, pronto nos enteramos que había decidido apoyarnos al sentir que los ideales y los deseos de Nepalmi desencadenarían el caso y la debacle del mundo mágico.
De alguna forma me alegro tener a estos armatostes de amigos en la batalla. Acorazados como eran, aseguraban una línea de ataque de choque imprescindible.
Arachnia convoco a una reunión en medio de la aldea. Ahí comunico lo acordado con la mensajera Angolap y la decisión de ayudar a las hadas y las abejas. Se acordó dividirnos en os frentes. Un grupo iría apoyar en la lucha a las Hadas y Avispas por el frente, mientras en el otro iríamos con los Ouxi y los Nahax. A atacar la retaguardia
Aquella noche llore y me quede dormido tras conocer que tal vez que esta batalla final, sería mi último día en aquella tierra. Poexta me había recordado que no debería ser herido, pues si ocurriera mi sangre derramada en este suelo abrirá el portal e ipso facto abandonaría este universo.
Tras la reunión, La astuta araña se deslizó silenciosamente entre las sombras, utilizando su agilidad y destreza para colocar sus hilos de seda invisibles entre las ramas de la aldea de las avispas y sabotear sus intentos de ataque. En la oscuridad de la noche, su tela brillaba intensamente a los ojos de los Palax, sirviendo como faro guía para el ataque de las abejas y recordándoles que no estaban solas en su lucha
Seroux no sabía nada de la batalla que habría de librarse aquella madrugada. Dormida en una hoja de laurel soñaba aun con los cuentos de que le había contado sobre príncipes, reinas humanas, y que a esa hora soñaban también con nuestro universo. El alba se acercaba y los primeros rayos de sol deslumbraban entre los girasoles que aún quedaban.
El ruido de Seroux con sus alas me despertó. Aterrizo en la puerta de lo que había sido mi hogar: una hoja doblada de roble. Se sonrió y me conmino a vestir para la lucha. Sus ojos destilaban venganza. Increíble pensar que hace unas semanas estaba casi muerta.
Me vestí rápidamente, He armado mi coraza con espinas de faik , llevo dos esporas de llantén para curar las heridas y una hojita de menta como escudo.
Sali y me junte al grupo. Seroux me miraba, y entre mí, mis ideas me motivaban y fortalecía: Vamos, Es hora de asaltar el corazón, tu corazón. Si te rindes, no habrá sangre, pero si deseas aceptar la lucha…que vengan los honores para el ganador. Ahí voy…….
Un Palax vino a recogerme y con el alcé vuelo con otros Palax, – que llevaban esporas y espinas de faique en sus patas- y Seroux. Poexta, un viejo abejorro se acercó en nuestro vuelo. Llevaba aun en su pecho la desgarradora herida que había borrado parte de ese amarillo que dignificaba su piel. su raza había caído muchas lunas atrás y aun le quedaban fuerzas para sucumbir en la última batalla. Demás está decir que Poexta llevaba como arma una semilla de ají envuelta en una hojita de naranja. No le dije nada. Sabía bien que volaba conmigo, no para protegerme, sino para darme la estocada cuando me desanimara en la batalla
Allá abajo Ouxi y Nahax enrumbaban diligentemente y en orden hacia la batalla.
La estrategia se había tejido en las sombras del bosque, entre hojas y susurros de la naturaleza. Los Ouxi, diligentes y organizados, junto con las hábiles tropas Nahax lideradas por el valiente Tekeux, avanzaron hacia el campamento enemigo mientras los Gremlix se hallaban desprevenidos, confiados en su aparente seguridad.
¡¡¡Al fin…!!! con el sol a plenitud divisamos la aldea de las Hadas Oscuras y habiendo acordado con las hadas que este sería el momento para atacar, se inició la batalla por el frente de Exormí.
Zephira junto con las otras hadas y comandando a las abejas, abejorros y hormigas atacaron al frente. Angolap se había fijado atacar de frente a Nefira, la más feroz de las avispas. Pronto recibieron una lluvia de espinas, y esquivándolas no tardo en ubicar a Nefira. Tras sobrevolar la lluvia de espinas. Se situó frente a la capitana avispa y la incito a atacarla, a luchar con honor, no quería derrotarla de espaldas, quería eliminarla de frente, cara a cara, que sepa quien la envió al reino de los cardos. La lucha no duro mucho. Nefira ataco primero lanzada en vuelo con su enorme aguijón al frente, lo que aprovecho Angolap para tirándose y rodando por el suelo, pasando por debajo de la avispa, corto el aguijón de un solo tajo con su espada de hoja de sábila. Ante este ataque mortal, Nefira cayo desplomada y su batallón de avispas huyeron despavoridas.
En otro lado de la batalla, Luminara capitaneando a un grupo de abejas Anthophila intento atacar a Nepalmi, la reina hormiga, pero en su vuelo, una mantis la ataco saltado sobre ella y de un mordisco la asesino quitándole a cabeza. Las abejas al mando de la asesinada pronto se vieron mermadas en su valor, pero animadas por Zephira reaccionaron y atacaron con fuerza e ímpetu a las mantis que junto con otras hormigas guerras bajo el mando de Nepalmi resistieron el ataque.
Las mantis, con sus ojos fríos y fijos, se abalanzaban con garras afiladas, contra los Nahax mientras las hormigas lideradas por Nepalmi reforzaban sus filas ante el ataque de los abejorros y abejas, formando una muralla oscura y firme que resistía los embates de sus enemigos alados.
El campo de batalla vibraba con los destellos de alas y el estrépito de los enfrentamientos. Un zumbido amenazante retumbo entre las tropas aliadas cuando las avispas Philanthus irrumpieron en el campo, desplegando sus cuerpos robustos y lanzando miradas feroces a sus rivales. Eran más grandes y fuertes que las Anthophila, y sus aguijones relucían bajo la luz, listos para atacar. Sin embargo, las abejas y abejorros, inspirados por el valor de Zephira, no retrocedieron. En cambio, formaron un enjambre compacto y disciplinado, enfrentando el inminente ataque.
Las avispas se lanzaron al frente, usando su tamaño y fuerza para embestir a sus oponentes, enviando a varias abejas tambaleantes. Pero las abejas contraatacaron con una estrategia astuta: trabajaban en equipos, rodeando a cada avispa por los costados y atacándola desde diferentes ángulos. Las avispas intentaban picarlas, pero el enjambre era rápido y coordinado, obligándolas a girar constantemente para defenderse.
Mientras tanto, los abejorros, con sus cuerpos gruesos y cubiertos de una capa de pelusa protectora, cargaban directamente contra las avispas. Usaban su peso para empujarlas fuera de equilibrio, mientras las Anthophila se lanzaban en picada, picando y zumbando en torno a ellas, causando desorientación en las filas de las Philanthus. Pronto, las avispas comenzaron a mostrar signos de agotamiento: su tamaño, aunque una ventaja en fuerza, era también un obstáculo en la rápida maniobra que requería la batalla.
A medida que la lucha continuaba, las abejas Anthophila aumentaban su coordinación, atacando en oleadas, acosando a cada avispa hasta agotarla. Finalmente, las Philanthus, al verse superadas por la estrategia y la determinación del enjambre, comenzaron a dispersarse. Las abejas y los abejorros aprovecharon el momento y persiguieron a las avispas restantes hasta que el cielo estuvo libre de enemigos.
Mientras ello ocurría, Zephira y Nepalmi se encontraban cara a cara, cada una armada con sus propias habilidades y llena de intenciones de vencer a su rival. Zephira alzó su varita, que relucía con una energía blanca cegadora, y comenzó a lanzar rayos de luz dirigidos a la hormiga reina. Nepalmi, con su escudo de semilla de girasol, interceptaba cada destello, protegiéndose de la brillante ofensiva. La luz de los rayos se reflejaba en el escudo, iluminando el campo de batalla y confundiendo por momentos a las mantis y hormigas que peleaban.
En un instante inesperado, un rayo de luz oscura cruzó el aire y golpeó con fuerza el estómago de Zephira, quien retrocedió tambaleándose. Aturdida, levantó la mirada y contempló cómo Nepalmi comenzaba a transformarse, su forma de hormiga guerrera desvaneciéndose para dar paso a Lugh, una Hada Oscura envuelta en sombras y malevolencia. Zephira, aunque adolorida y sorprendida, se recompuso, comprendiendo que la lucha apenas comenzaba y que ahora enfrentaba a un oponente aún más poderoso y misterioso.
Pronto el hada y la reina guerrera se entrelazaron en una lucha. La luz y la sombra se enfrentaron en una batalla. Zephira agitó su varita, desatando ondas de luz blanca que danzaban como rayos de sol en la penumbra, iluminando cada rincón y cegando a Lugh, quien esquivaba con agilidad felina. Sin embargo, Lugh respondió con destellos de sombras envolventes, que se materializaban como dagas de oscuridad, proyectándose hacia Zephira en un ataque devastador.
Cada movimiento de Lugh era sigiloso, rápido y letal, como una sombra deslizándose en la noche. Con un giro elegante, invocó una nube de negrura que rodeó a Zephira, atrapándola en un torbellino que parecía absorber la luz. Zephira, envuelta en sombras, sentía cómo su energía disminuía, pero reunió sus fuerzas y canalizó un poderoso rayo de luz desde su varita, que rompió la oscuridad y la liberó de la trampa de Lugh.
La batalla continuó con ambos bandos agotados y heridas visibles. Zephira, concentrada y decidida, se elevó en el aire, acumulando la energía del amanecer y de las estrellas en la punta de su varita. Su magia destellaba cada vez con más fuerza, hasta que finalmente desató un relámpago de luz pura hacia Lugh. El rayo impactó en el pecho del hada oscura, que retrocedió tambaleante mientras su esencia oscura comenzaba a disiparse en finas volutas de sombra.
Con un último suspiro, Lugh intentó lanzar un golpe final, pero Zephira bloqueó su ataque con un escudo de luz dorada que brillaba intensamente. Al ver su derrota inminente, Lugh dejó escapar una mirada de resignación y se desvaneció en un remolino de sombra y humo, liberando una última chispa de oscuridad que se disipó en el aire.
Zephira descendió lentamente, agotada pero victoriosa. Sus alas destellaban con una luz suave, y aunque su cuerpo llevaba las marcas de la batalla.
Al final, el campo se silenció mientras el enjambre victorioso regresaba junto a Zephira, cubierto de pequeñas heridas, pero con el espíritu intacto. Con su valentía y su habilidad para trabajar en equipo, las abejas y abejorros habían logrado lo que parecía imposible: vencer a las poderosas Philanthus y proteger a su reino en la batalla. Divisaron a Zephira, se acercaron a ella, rindiendo homenaje a su valentía y celebrando su triunfo sobre la oscuridad.
De nuestro parte en la retaguardia, los Gremlix no sospecharon el ataque que planeamos en conjunto con los Ouxi hacia la parte de atrás de Exormí. Apenas habían levantado sus barreras. Con espinas y piedras habían construido torres y vallas de defensa. Un viejo Gremlix avisto al primer grupo. Espinas de cactus poblaron el cielo azul. Cayeron muchos Ouxi, Palax y Nahax en la batalla y. estos últimos se habían convertido en nuestra infantería. Sus pesados cuerpos y cornamentas arrasaban con todo al lanzarse al ataque. Su comandante Tekeux habíase vuelto un amigo desde la última batalla contra los Nepalmi.
Seroux y un grupo de Palax dejaron caer las primeras espinas de faik hacia una torre gremlix. Destrozado el vigía, lo demás fue encontrar al comandante gremlix de las mantis Este se había ocultado entre las matas de una cucarda. 20 guerreros custodiaban su fortaleza. No fue fácil destruirlos. Sus espinas lanzadas desde el follaje derribaron a muchos otros Seroux. Pero había que sacrificar algo en la batalla y me lance en picada hacia el.
Caí sobre él y rodamos sobre una hoja de Cucarda. Su coraza atemorizaba mientras sus manos apretaban las mías en una demostración de fuerza. Mientras el comandante Gremlix y yo luchábamos en una danza mortal, cada movimiento era una coreografía de desesperación y tenacidad. La coraza del Gremlix parecía impenetrable, pero mi determinación ardía con una intensidad que desafió los límites de lo posible. Su boca intentaba morder mi cabeza la que giraba de un lado a otro.
En ese instante crítico, cuando la lucha pendía de un hilo, Seroux vino a ayudarme, con precisión milimétrica, lanzó una espina certera que perforó la espalda del comandante. La distracción permitió que me liberara de su abrazo mortal, y con una determinación indomable, tomé mi arma, una espada hecha de hoja de hierbaluisa y, en un acto de valentía impulsada por la adrenalina de la batalla, corté la cabeza del comandante Gremlix.
Mientras tanto, la lucha rugía en otros frentes. Los Ouxi, bajo el liderazgo intrépido de Tekeux, derribaban las barreras enemigas con una fuerza avasalladora. Las espadas chocaban, y la magia se desataba en un frenesí de luz y oscuridad. Los Nahax, en su esfuerzo por contener a los Gremlix rendidos, libraban combates intensos que redefinían la noción de resistencia
finalmente, los Ouxi destruyeron las ultimas barreras mientras Los Nahax conducían a los rendidos.
Desde la cucarda donde estaba observe que la sangre de los caídos lastimaba la tierra, Nunca hubo tanta mortandad en este universo. Creíamos que los humanos eran tan sangrientos, tan crueles y ahora nosotros nos habíamos convertidos en peores que ellos.
Tras revisarme que no había sido herido y que mi sangre no brotaba por ningún lado, baje de la cucarda., pensando en la suerte que había tenido tras una lucha con una mantis guerrera.
Baje con un poco de esfuerzo. Ahí estaban viejos amigos heridos, mutilados algunos y muertos otros. Poetax estaba llorando al lado de Angolap, su cuerpo frágil estaba tendido y en una de sus manos sostenía aun una vieja semilla fósil de lirio que le obsequie cuando cumplió su mayoría de edad. Había volado conmigo cuando ayudado por un Palax aprendí a volar, poco menos de un año y se había convertido en mi consejera. Su cuerpo parecía dormir, pero la sangre de su costado evidenciaba la muerte trágica: su Palax había intentado planear a ras del suelo y no vio a un gremlix que puso en su camino un cadillo y tropezando con él, Angolap rodo hasta golpearse la cabeza y destrozar su sentido, muriendo casi en el acto.
Sentado en una espora, vi a Seroux sobrevolar la aldea, zigzagueaba demostrado su alegría. ella también había perdido otros compañeros. Su cuerpo se divisaba hermoso en ese cielo azul
De pronto, Seroux se vino en picada, intentaba dar un ejemplo de cómo volar en batalla y a la vez demostrar su valentía, la forma que los Seroux indican que están listo para otra batalla. Y de pronto….una saeta cruzo el cielo azul y partió en dos a Seroux…su cuerpo dividido cayo no muy lejos de donde estábamos
Una gremlix oculta aun en el follaje había disparado. los nahax habían olvidado asegurar el perímetro. Un ouxi se encargó de asesinar al gremlix. Su cabeza en una lanza fue paseada por todo el campamento, exhibiéndola en un sombrío desfile por todo el campamento. La tragedia y el sacrificio pintaban un cuadro desgarrador en el campo de batalla.
Corrí hacia donde cayó Seroux, quien partida en dos acaba de morir…sus alas rotas aún están en el césped.
- ¡¡¡¡Hemos ganado la batalla Seroux, hemos ganado la batalla…!!!! repetía mientras abrazaba su cabeza contra mi pecho.
Nunca había llorado así por alguien aparte del día que murió mi padre
La tragedia y el sacrificio pintaban un cuadro desgarrador en el campo de batalla. A medida que la victoria se consolidaba, la realidad cruel y desgarradora de la guerra se revelaba. El campo de batalla estaba sembrado de destrucción, y la mortandad se manifestaba en cada rincón. Nos enfrentamos a la trágica realidad de que, en nuestra lucha por la supervivencia, habíamos adoptado tácticas tan crueles como las que alguna vez condenamos en los humanos.
La brutalidad de la guerra había transformado nuestro mundo en un paisaje desolado, donde la línea entre la necesidad y la crueldad se desdibujaba en la penumbra de la victoria.
LA DESPEDIDA
La lucha ha terminado. El recuento de nuestra parte no ha sido nada halagador. Se contaron los muertos y los enterramos junto a la laguna que era el eje del bosque. Ahí bajo unos lirios sepultamos a Angolap y a Seroux. Poetax escribió a modo de epígrafe tallándolo en una corteza de algarrobo:
Aquí descansan el espíritu de luz y la valentía alada,
un hada que luchó con destellos y una abeja que zumbó con furia.
Juntas volaron hacia la eternidad, guardianas del bosque y sus secretos.»
Situada bajo un árbol de flores silvestres, un lugar donde los rayos del sol pudieran reflejarse, el epígrafe recordaba la luz y el coraje de ambas. Las abejas y las hadas que pasen por allí sabrían que en ese rincón se honra a quienes defendieron el bosque.
Zephira y las hadas, apoyadas en sus varitas mágicas, emitieron un baño de luz a todos los Nahax, Ouxis, Palax, Anthophila y demás sobrevivientes, que victoriosos formaban batallones alrededor del aquel camposanto sanando sus heridas. A pedido de la sabia Arachnia se resolvió que Exormí sería una aldea libre, un espacio cedido a todos aquellos que quisieran iniciar una nueva vida alejados de la violencia. Que la libertad no debería surgir de la violencia, y que el egoísmo es algo que debemos erradicar. Todo aquel que quiera vivir en paz seria bienvenido, incluso los derrotados.
Aun en la tristeza, me parecía increíble ver aquel conjunto de seres vivos, que no tenían nada que envidiar a los más santos y excelsos humanos reunidos en un acto de amor y dolor. Poexta se acercó a mi y me entrego una hojita de naranja, preguntándome que haría de mi vida ahora.
No supe que decir, tenia ganas de quedarme en este mundo, pero aun latía en mi la necesidad de regresar a casa. Sentía la necesidad de volver para ver a mi padre en aquella foto de mi cuarto, volver a ver su baile en los videos de mi computadora y recordarlo los días que me quedaran de vida. Pero había un problema.
Mis pies descalzos tocaban la tierra suave y viva de aquel mundo mágico, y en el aire había una paz antigua, una que parecía rodearlo todo. Poexta me abrazó, su cuerpo cálido y firme, y sus palabras me envolvieron como un susurro en el viento. “No tengas miedo, hijo,” dijo con una voz profunda y serena. “Yo estaré contigo hasta lo último de tus días.”
Mientras sus palabras resonaban en mi mente, un leve corte se abrió en mi brazo, y una delgada línea de sangre corrió por mi piel, cayendo al suelo como si también buscara conectar con este lugar, con esta esencia que me llamaba. Al ver mi propia sangre absorberse en la tierra, sentí cómo mi propio ser empezaba a disolverse en el aire, desvaneciéndome como niebla bajo el sol. Desconcertado y lleno de preguntas, me volví hacia Poexta y le pregunté, casi en un susurro desesperado, “¿Por qué, Poexta, por qué?”
Pero entonces lo vi. En la forma en que me miraba, en la suavidad de su sonrisa, en la ternura de sus gestos… ahí estaba mi padre. Ese mismo padre que había creído perdido para siempre, el que había buscado sin descanso, siempre había estado allí, en los ojos y el corazón de Poexta. Quise tocarlo, acercarme a él, pero mis manos ya eran como el aire, desvaneciéndose antes de poder alcanzarlo.
Con una última mirada, me di cuenta de que no necesitaba aferrarme; él siempre había estado conmigo, en cada paso, en cada respiro, en cada latido. Y así, mientras me fundía en la tierra de aquel mundo, me despedí de él y de todo con una paz profunda, llevándome su amor eterno en un último susurro que se desvanecía en el viento.
FIN
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