Escribir es un ejercicio para domesticar los demonios y ángeles interiores. Esos que machacan la mente. Uno solo convive con su mundo interior y este nos persigue a cada minuto y cada día de nuestra existencia. Podemos hablar con todo el mundo pero nuestro cerebro funciona en mil frecuencias distintas. El mundo y las acciones de nuestros semejantes nos condicionan. Ante cada rostro y cada hecho tenemos una idea inmediata que se mezcla con otras que ya están en nuestro archivo permanente. A determinadas horas los recuerdos van y vuelven. Es muy complicado vivir el presente absoluto. Este se mezcla con el pasado y el futuro. El giro de la tierra nos influye. A la mañana ideas, a la tarde y noche más ideas. Supuestamente mientras dormimos nada sucede. Nuestro mundo interior está en reposo. Otros dicen que siempre, cada noche, soñamos pero que al despertar no recordamos. Quizá sea un mecanismo de la mente para proteger nuestra salud psíquica. De todas maneras, los hombres vivimos teorizando sobre la vida, la muerte y el destino del alma. Están los ateos y los creyentes. Unos creen en la nada absoluta y otros en un cielo, infierno o purgatorio. También otros creen en la reencarnación. Volvemos a encarnar para ir ascendiendo en nuestra evolución espiritual. He observado y estudiado cada creencia y postura. Lo concreto es que el mundo y la vida son un misterio insondable. Tenemos simples teorías tratando de explicar lo inexplicable.

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