Hace ya bastantes años en los que aprovechando mis frecuentes viajes a lo largo de nuestro país, los incorporo en Blablacar, tanto para compartir el costo de los mismos como para disfrutar de alegre compañía y cada vez que emprendo un nuevo trayecto no puedo evitar mis primeros viajes de Barcelona a Galicia motorizado (antes íbamos en tren desde Barcelona, 36 horas de delicioso trayecto).
Me complace recordar, y muchas veces explicar a mis pasajeros, los viajes en mi 600E blanco B782661, sin casi autopistas, sin GPS, sin aire acondicionado, sin ventanillas eléctricas, sin teléfono móvil, con un maletero en el que justo cabía un botiquín . Especialmente épico era el ascenso a Pedrafita, cuando al cansancio acumulado se unía la inminencia de la llegada a la aldea con el consiguiente alborozo de familiares y amigos.
En aquellos tiempos , a Blablacar se le llamaba auto-stop, si bien no era muy aceptado por la mayoría de conductores que intuían más riesgos que beneficios en compartir su vehículo. En uno de esos viajes se me acumularon los contratiempos desde la salida, ya que a un pinchazo primerizo se unió un calentamiento inusual del agua del motor y la rotura de una correa , de forma que pese a haber partido muy temprano de Barcelona, me encontré a las 3 de la tarde en medio de Carrión de los Condes en un bar-restaurante de ambiente familiar donde rápidamente atendieron mi voraz alimento y mi perspectiva sobre la vida cambió radicalmente. Mientras tanto, había reparado en una joven que dos mesas más allá y mientras comía un bocadillo le preguntaba al camarero de que forma podía llegar a León, ya que estaba peregrinando a Santiago y por una lesión en el tobillo había perdido varios días que ahora quería recuperar.
La joven parecía simpática y sin ser una gran belleza tenía eso que en ocasiones llamamos “ángel”, lo que me llevó con presteza a ofrecerme para llevarla, ya que iba en aquella dirección.
Nos encontramos pues pocos minutos después embutidos en el 600E blanco, avanzando sin prisa en animada conversación a través de las tierras castellanas .
Para abreviar mi relato sólo puedo comentar, en especial para los lectores que conozcan la leyenda oriental del hilo rojo, que desde aquél día Marta y yo no nos hemos separado, tenemos 3 hijos ya adultos y han pasado 40 años de aquel viernes de serendipia
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