«…La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar…» Qué pesadilla! Lleva así desde que empezamos la ruta -pensó angustiada.
El trayecto era corto pero se le estaba haciendo larguísimo. Sus compañeros de viaje no eran mucho de su agrado.
Ya antes de arrancar, cuando se miró en el espejo restrovisor, el copiloto comentó que le hacía falta un buen corte de pelo para disimular un poco esas ojeras (o orejas?). «Perdona…¿Qué confianza es esa?», le hubiera gustado decir ante tal agravio. Sín embargo, calló.
Esa mañana no se habia despertado especialmente mal pero al ver que el bluetooth no funcionaba y que la radio no daba señal se pusó de mal humor. Tenía preparada una playlist para esa ocasión. Era la mejor estrategia para tener un viaje silencioso y tranquilo.
-Si hubieras salido con más tiempo podrías haber vuelto a configurar el equipo de sonido -dijo con aspereza el de la ventana derecha. -Además esa luz roja que sale cada vez que enciendes el motor no tiene muy buena pinta. -acabó de rematar.
La conductora, no contestó, cogió aire y respiro profundo. ¿Qué más podía hacer? En 40 minutos tenia que llegar al aeropuerto. Desde hacia tiempo con sus amigas habian planeado un viaje que le hacía mucha ilusión. Estaba nerviosa. Las demás volvieran a la semana siguiente, pero ella se quedaría allí un tiempo más. Saboreando la experiencia de la libertad.
-Vas a pasartelo genial -dijo el pasajero que aún no había hablado -y si no es así siempre vas a poder volver…
Esas reconfirtantes palabras la hicieron sonreír. Sin embargo, al mirar hacia el asiento trasero del coche, no vió a nadie. Tampoco el del copiloto estaba ocupado. Aliviada y sola, en aquel coche azul, condujo el resto del camino immersa en sus pensamientos.
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