· Noviembre, uno de los meses más hermosos del año por su proximidad con las fiestas navideñas. Es la fecha del último agregado de ron al pastel de frutas de la abuela. . En las fiestas navideñas no había más alcohol que el del pastel, pero eso sí, abundaba la comida.
Este año está por finalizar y con él las amenazas de guerra. La abuela vivió la primera guerra mundial donde murió su madre (cayó una avioneta en el patio), tenía 7 años y después de eso las dos hermanas fueron llevadas a un internado de señoritas. La abuela siempre quiso escribir un libro, decía que su vida merecía ser contada, pero no tuvo tiempo y cuando lo tuvo, ya no podía ver. Quizás sea por eso que yo, a quien crio desde pequeña sienta la necesidad que fue suya y me gusten las cosas que a ella le gustaban. Como leer por ejemplo, escribir, la música y volar.
Cuando pequeña me senté bajo el árbol de navidad muchas veces. Se prendía una o dos horas por la noche. El árbol tenía esquite de maíz que entre la abuela y yo uníamos en largas tiras. No recuerdo mi edad, pero aprendí a coser desde muy chica. Al árbol le agregábamos craquets que hacíamos con el cartón del papel sanitario. Estos rollos se partían en dos y la abuela los volvía a unir con papel de regalo mientras sujetaba un criquet que al romperse explotaba y salía un premio. Esto emociona a los niños. También cosíamos botas de tul o tela de punto que se rellenaba de dulces de colores. Lucían espectaculares en el ´árbol. Todo el año coleccionábamos cascarones de huevo para los santa Clos o muñecos de nueve y creo que lo único que se compraba eran las extensiones de luz, esferas, muy pocas.
Los regalos los tejía la abuela. A mí, por ejemplo me amanecía una muñeca hecha por sus manos. Las terminaciones de sus costuras eran espléndidas, los bordes de los vestidos con bordados de rosas. Nadie habría imaginado que ella cosía con la perfección de una máquina. Decía que es lo que le enseñaron las monjas cuando niña, en aquel internado. Todo lo que la abuela hacía era perfecto y en especial los chocolates que ponía en un platón grande en el centro de la mesa. Eso era tan delicioso como cualquier chocolate de alta calidad en el mercado.
De la primera guerra mundial en 1914, a la tercera que se anuncia con gran temor en estas fechas, la humanidad ha cambiado bastante. No sé si por ser criada por una anciana en un país extranjero me sentí como un extraterrestre toda la vida, pero entiendo que mi abuela fue ese tipo de mujeres que no tienen réplica. Me habría encantado leer su historia de vida, su travesía en el barco que la trajo a otro continente y saber qué había en su corazón mientras el horizonte mostraba un mundo nuevo en sus pupilas.
Son muchas las cosas que quisiera contar respecto a ella, especialmente porqué en las noches, en los tendidos del patio y acompañadas con el canto de los grillos, me contaba el cuento de los frijolitos mágicos, quizás intentaba pensar que podría bajar del árbol para volver a casa ¡Nadie nunca quiso volver tanto a casa como ella! Y es que las navidades en su mundo de sueño y fantasía eran fantásticas y yo ¡Oh Dios cómo la extraño!
Justo ahora que la guerra erige una nueva amenaza para la humanidad.
RH
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