Hombre:
Oh, Naturaleza, alma antigua y eterna,
¿por qué tu murmullo a veces me inquieta?
Tus ríos susurran secretos ocultos,
y el viento me habla de tiempos remotos.
Naturaleza:
Hombre errante, ¿por qué me temes?
Soy la raíz de lo que tú eres.
En mis bosques, tus sueños reposan,
y en mis mares, tus lágrimas brotan.
Hombre:
Pero tú eres inmensa, y yo tan pequeño,
frágil sombra en tu vasto empeño.
¿Por qué en la tormenta me muestras furor,
y luego, en el alba, me entregas amor?
Naturaleza:
Te entrego contraste, lo dulce y lo amargo,
para que aprendas del ciclo más largo.
Sin sombra no hay luz, ni calma sin viento,
¿cómo serías sin tu propio tormento?
Hombre:
Entonces, ¿soy parte de todo tu ser,
un latido fugaz que busca aprender?
Si soy hijo tuyo, ¿por qué me confundo?
¿Por qué siento ajeno el pulso del mundo?
Naturaleza:
Eres mi hijo, y también mi reflejo,
en ti yace el eco de mi propio espejo.
Busca en el canto del ave temprana
y en cada flor que al sol se desgrana.
Hombre:
Me abruma tu fuerza, tu eterna presencia,
me pierdo en la duda y la inconsistencia.
Quiero entenderte, descifrar tu esencia,
¿cómo hallo la paz en tu indiferencia?
Naturaleza:
No busques razón donde existe poesía,
aprende a fluir con cada día.
Sé como el río que nunca se agota,
y en el presente encuentra tu nota.
Hombre:
Gracias, madre eterna, por tu consejo,
en tu abrazo encuentro el reflejo
de aquello que siempre busqué en lo lejano:
la paz de saberme humano.
Naturaleza:
Y en tu humildad, hombre errante y sincero,
descubrirás que somos uno, entero.
Camina conmigo, sin miedo ni prisa,
y hallarás en mí tu eterna sonrisa.
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