Otra vez estoy aquí sentado,
En la misma soledad de siempre,
Con las mismas palabras que en silencio conjuran
El desorden de los sentidos.
Encarnan, aferrándose al ritmo,
Para estrangular mi existencia
Contra toda pulsión del instinto.
Un conjunto de verbos sacuden mi espíritu.
Rasgaron el esófago e hicieron de la existencia
Un devenir de espectros en mares enfurecidos.
Los días pasaron.
Todo lo inanimado se mostraba ajeno,
Lejano y confuso.
Los libros estaban blancos, las películas no eran ya proféticas, las pinturas y la poesía mudan sin tonalidad cromática.
Todo parece teatro, con soundtracks de Chopin,
La pintura de Blake y Goya decorando la habitación.
Todo encanto se transformó en amalgamas de caos
Sin color, himnos mudos entre rostros,
Miradas en espejos y espacios rotos.
Vértigos sin sensación de fricción.
La soledad y su cofre de memorias,
Más allá del olvido y el recuerdo,
Sin registros de la anatomía del alma de la palabra
Y los himnos a la ausencia del tiempo, que es nada.
Fluctúan los ríos, las nubes esculpiendo las páginas escritas por alguna otra mano y la mía.
Mueren y renacen los ríos de tinta,
Que graban con dedos de cuchillos
Y voz de diamante los nombres en las fibras musculares.
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