El eco de un no que jamás se pronuncia
es un arma más fina que el acero.
No son las manos las que hieren,
sino la voluntad de quebrar lo intacto,
de hacer que el silencio se doble
como un junco bajo la tormenta.
Ella no es la víctima,
es la memoria de todas las veces
que la verdad se retira,
dejando espacio a la impostura.
Una danza de sombras rodean,
pero no alcanzan el núcleo,
donde la fuerza respira
y sigue invicta.
¿Quién puede tocar lo invulnerable,
lo que nunca fue dado como ofrenda?
En el juego de las apariencias,
la derrota es del que cree poseer
lo que solo pertenece al espíritu.
La idea se construye en las grietas
de una historia escrita al margen,
donde el poder no es grito,
sino una resistencia que calla
y deja que el tiempo hable
por ella.
OPINIONES Y COMENTARIOS