El equilibrio en una balanza, en la que se pesan la alegría y la tristeza, y se estanca en el centro, sin decantarse a un lado o al otro.
¡Eso es lo que sentí!
Cuando acepté, cuando decidí mirar por mi, cuando quise liberarme de las cargas que me hacían daño emocional.
Y quise buscar los sentimientos dentro de mi, saber:
¿Qué siente Rosa, cuando siente?
Pero, no encontré nada, solo vacío, solo silencio, solo equilibrio; y aunque no entendí nada, tampoco quise intentar entenderlo, solo agradecí sentir ese vacío, esa sensación que aún siendo vacía, me llenaba entera, me equilibraba, me daba la tranquilidad que necesitaba.
Era una sensación extraña que me hacía sentirme diferente, pero bien, me hacia ver la vida de forma distinta, sentirlo todo de forma distinta.
¿Era quizás mi maestro interior el que dirigía?
Ese que sabe todo, ese que sabe siempre lo que hay que hacer, ese que sabe como debo comportarme, como debo hablar, como debo escuchar y mirar; el sabio que está dentro de todos nosotros; el alma que ha vivido tantas vidas y acumulado millones de experiencias; el ser de luz que sabe para qué estoy aquí, que sabe por qué estoy aquí, que sabe lo que es, que sabe lo que soy.
Y por fin desaparece en mi la lucha, la frustración, el dolor; desaparecen los sentimientos de culpa, desaparecen las ganas de huir, las ganas de esconderme; y solo queda él.
¡Qué curioso!
Pues sentí que todo lo llena, el «vacío».
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