Durante estos días he estado experimentando el temible descenso de la espera. He estado esperando que algo comience, juntando todos los días que quedan en la semana, las horas y los minutos. Realmente, esto me ha llevado a reflexionar que esperar no va conmigo, porque siento que mi vida se acorta. Siento que ya llegaré a los 20, que fue hace dos domingos que cumplí 15 y que ya mañana cumpliré 19…
Es drástico pelear contra algo tan inminente, algo que simplemente es la esencia de la vida. Tengo una compañera cercana que, cada vez que escucha la frase «No tengo tiempo», recita alegremente estos versos: «El tiempo no es mi enemigo, sino un amigo que guía». La frase tiene razón: el tiempo no es contra lo que debemos pelear, sino contra la marea de quedarnos atrás. Si el tiempo avanza, entonces yo también avanzaré. Pues como el tiempo no se detiene, yo no me puedo estancar.
Así que, si estás leyendo esto, el tiempo no es tu enemigo; es tu amigo, porque de él es que podrás fiarte y recordarte que ya no estás atrás, que tu vida ha cambiado y que ya no eres la misma de antes. Y quién sabe, solo el tiempo te dirá si has construido algo con los valiosos momentos de tu vida o si has seguido experimentando el descenso de pensar en cómo se va el tiempo…
Queda en nosotros aprovechar los momentos que se nos dan, pues muy bien dice un libro muy hermoso: «Todo tiene su tiempo». Entonces, lo que seguía experimentando yo a inicio de este mes me he dado cuenta hoy de que el tiempo es mi amigo, que me ayuda a recordar por qué se avanza, que el tiempo es simplemente un recordatorio de cómo he cambiado, esperando que sea para bien. Eso sí, espero que en un futuro, cuando el tiempo pare y yo con él, pueda ver un hermoso fruto de cómo lo que está debajo del cielo es precioso, pues claro que no solo para mí, sino para todos los que me acompañan y para el perfecto ser divino.
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