Últimas palabras

En este último hálito de mi amarga existencia, antes de abandonar este mundo henchido de predicciones y malabares del azar. Ante ti, mi único y fiel compañero, el mejor de los oyentes, quiero manifestar mis últimas palabras.

Todo lo que pasó desde aquel aciago día, esa amarga y miserable tragedia, ironía del imprevisto.

Desde que nací siempre me pregunté si fui señalado por el destino, no lo sé. Los oráculos, siempre me persiguieron con horribles presagios, yo creí y creo firmemente en ellos; los designios de los dioses nos llegan de esa forma. Siempre los consultaba con las Sibilas. En mi caso los augurios siempre fueron malos; más que malos, fueron terribles. Sin embargo yo creí, ante lo funesto, que podía engañar al inhumano destino y torcerlo a un futuro menos aciago. Pues, no fue así. Lo que sí es cierto, y garantizo, es que siempre huí de él, pero me alcanzó.

Durante el martirio de este largo destierro, he pensado en la remota posibilidad, de que todo fue obra del infortunio que fortuitamente me consiguió, como una flecha disparada al azar hacia una multitud en un campo de batalla.

Al conocerse la eminencia de mi muerte, un mensajero, enviado por no se quien, trae una profecía más, la última de mi existencia. Al saber de qué se trata me he mortificado sobremanera. Sin embargo, estando aquí, en este lecho de tierra y piedra, tálamo de la muerte, bañado ya con el sudor de la expiración, no debería importarme dada mi condición. Pero aunque no lo creas, en algún momento de mi maltrecha vida y en algún rincón de mi alma existió una pizca de decencia que nunca perdí. Porque ante lo acontecido, esta, persistentemente se alimentó de la conciencia del exculpado.

Antes de la desdicha, fui un hombre de buena voluntad y sentimientos nobles; y esta nimiedad, fue lo que me mantuvo vivo durante mucho tiempo, a pesar de la extensa miseria.

Constantemente me he preguntado mi fiel compañero: ¿Cómo ves lo que te rodea… al que te habla?, ¿Cómo haces para no tropezar? Yo no nací ciego, es más, prácticamente toda mi vida pude mirar; tampoco, siempre fui pobre. Liberé a un pueblo de los maleficios de una doncella alada con patas de león y cola de dragón; me hicieron Rey, y convertí esas tierras en un poderoso y próspero Reino; fui sabio y dedicado a mi pueblo. ¿Ves en colores o en blanco y negro?, ¿las imágenes que ves son inequívocas o distorsionadas?, ¿entiendes lo que te digo?, ¿cuándo me miras que ves?, yo no te puedo ver cuando me miras; ¡claro, estoy ciego!; más que ciego, no tengo ojos. Para mí, es importante que me mires. Quiero que veas y no solo rebuznes; supongo, que cuando lo haces también se te mueven las orejas.

En la gélida lobreguez de esta caverna, que recorre y penetra a través de mi piel; tenebrosidad que solo se compara con el insondable abismo de estas cuencas negras y vacías. Si buscas a través de ellas en ese fondo abisal, es posible que encuentres mi alma lacerada e injuriada. Sí, sí quiero que lo hagas, quiero saber, si: ¿todavía está ahí o simplemente solo está la sombría oquedad?. Es ella quien te hablará, para dejar mi testimonio póstumo. Si la encuentras, te habrá de balbucear mi verdad… la única.

Ya, con un suspiro agónico y desde este invariable estado de perplejidad, como lo he dicho otras tantas miles de veces:… !Soy inocente!…soy inocente. No me canso de repetirlo.

Y es posible, que ahora y ya con mi último aliento y precaria condición, comience a comunicarme en ese lenguaje silencioso y hueco de: palabras, frases y expresiones, que solo las almas sensibilizadas entienden, en ese tono desgastado, monótono y de hastío. Y en esa circunstancia contaré la única verdad.

Todo comenzó en aquella encrucijada del camino donde un grupo de caballeros de linaje intempestivamente me atacó para quitarme de su paso. Respondí matando a dos de ellos. Cuando el de más alcurnia caía agonizante a mis deformes pies pude percibir el último suspiro de su moribunda vida y ver una mirada de espanto que nunca comprendí.

Así, querido y rumiante amigo si eres tolerante, y profundizas en el fondo de mi mirada ausente te tropezaras con mi recóndita alma que con auténtico desasosiego te hablará de ella, y dejará fluir en la bruma de la muerte, que: desde el instante cuando nos vimos, nos enamoramos apasionadamente.

Ella era veinte años mayor que yo. Pero eso fue lo mejor, porque la lujuria reinó en nuestro lecho: ella, la instructora experimentada y la más ardiente y escrupulosa. Yo, el fogoso y anhelante efebo, dispuesto a recibir y dar con ahínco. Éramos incansablemente: lengua, saliva, sudor, dedos, orificios, aromas y fluidos; una y otra vez. Éramos felices, sentíamos como si nos hubiésemos conocido de toda la vida, incluso de más allá; parecíamos hechos de la misma materia.

Si eres paciente, continuará hablando; y, algo alterada, mi alma te contará que procreamos cuatro hermosos hijos; dos hembras y dos varones. La prosperidad reinaba a nuestro alrededor, nuestros súbditos eran felices. De pronto en el reino, si ninguna explicación, todo comenzó a descomponerse, las plagas acabaron con las cosechas, murió el ganado, vino la peste, las mujeres abortaban a sus hijos, las aves en pleno vuelo caían, los peces se ahogaban, los hermanos peleaban entre sí. El destino, sin nosotros saberlo, nos sitiaba. Más pronto que tarde las murallas de nuestra moralidad serían arrasadas. No sabíamos, no entendíamos; hasta que apareció aquel desgarrador testimonio que develaba la única verdad.

Fue aquí, cuando concluí que era una víctima, un Instrumento del destino de mi Padre. No podía vivir, era la única manera de que su terrible oráculo, no se cumpliese. Por lo tanto, al nacer, debía morir, bajo el consentimiento de mi Madre. Sin embargo, es aquí cuando todo se trastoca. El sirviente encargado de ejecutar tan abominable crimen se compadeció y no me abandonó a mi suerte. Me entregó a los Reyes de otro Reino.

Quiero reafirmar con mi postrero aliento, por última vez, que nunca: supe que él, era mi Padre y ella, mi Madre. Nunca, quise que mis hijos fuesen mis hermanos… Nunca, supe que estaba pasando Ya… es suficiente debo partir, mi cuerpo no resiste más; mis lágrimas condensan, precipitan y coagulan en la vacuidad. Ya recorrí, cada lugar en esta tierra yerma, con el alma desgarrada. Nunca pude escapar del acoso y desprecio de mis congéneres. He caminado con creces mi exilio y en este deambular, tú has sido mi fiel y comprensivo amigo, que solo sabe rebuznar y me voy aun sin saber si miras en colores o en blanco y negro.

El último oráculo anuncia: de aquí a la eternidad, serás recordado, cada vez que en alguien, se manifieste el deseo inconsciente, de mantener una relación sexual, con su propia madre, y a la vez tenga un odio mortal hacia su propio padre.

¡No!… ¡no quiero ser recordado de esa manera! ¡Me niego a aceptar esta injusticia, por ser una afrenta más!. Después de haber expuesto mis razones, le imploro a los Dioses y en especial a Apolo, que me sea concedido mi último deseo. Y es que: mi nombre sea recordado, cada vez que se hable de un mártir del destino…y, para esto, se utilice el término: El Complejo de Edipo… el de los pies hinchados o deformes… Así muero, para vivir en paz en el reino de Hades.

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