Un otoño viene llegando y vive añorando la vitalidad de aquel futuro pasado. El amanecer y plena luz de día llegaron jugueteando, en su primavera ya recorrida.
Insensata primavera, el deeseo que está despertando, cuando a la distancia cual brisa su aliento una esperanza va susurrando. Con la juventud hermosa del amanecer, también la luz del día ya alumbrado.
No midiendo consecuencias ni reacciones, fueron haciendo costumbre un vistazo o una simple conversación, sobreponerse al tiempo, hasta llegar al llamativo atardecer.
La distancia y el tiempo en confabulación; en el espacio mofandose, los escucha haciendo eco entre dos, sin importarles, lo que es en verdad, amor.
El deseo se despertó en aquel otoño añoso, aunque matusalen; no tanto, deseos de poder superar la época, y alzarse y entrar confiado en aquella, a la primera.
Tocar de una vez toda aquella piel tersa, que se exhibe cual piel desnuda todo un jardín dispuesto, agradable de ver, es todo un oasis o vergel para degustar.
Desgraciada primavera, contoneandose frente a aquel otoño que ya se acaba, lo mantienen entre dos temperaturas tambaleante, de manzana o mango.
¡Ay primavera!; mostrando sus renuevos, frente al otoño que su rama va mudando, invitándole a pasar, con condiciones que no se pueden superar, aunque pasen más años.
Se deleitan animados, mirando lo que uno trae y lo que otro se está llevando.
La codicia se acrecienta mientras se sumergen en deseos viendo, y con palabrería se están amarrando, sin saberlo ya a la costumbre encadenados. Verse o escucharse, aunque sea sólo de paso.
Haciendo guerra a la verdad del amor, porque desearse y la costumbre hoy, aunque sea fugaz la satisfacción, les sabe mejor.
Amanecer. Atardecer.
Otoño. Primavera.
Jugueteando despertaron las ganas y el encuentro todo un drama. ¿Qué puede ser peor?
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