Octubre, ese mes en el que las empresas se llenan de pizarras, planillas y proyecciones, porque, claro, es hora de trabajar el presupuesto del año siguiente.
Para muchas organizaciones, este mes es como la “resaca” antes de la fiesta de fin de año: el momento de poner en orden los números, hacer balance y proyectar lo que viene.
Y sí, ya lo sabemos, en teoría suena fantástico, pero en la práctica, la cosa puede ser bien distinta.
Es como esa promesa de “Este año sí me organizo con el dinero” que muchos hacen en enero.
Todo empieza con energía y la mejor de las intenciones, pero, según Ellen Tomson (citada por Stephen M. R. Covey en El Factor Confianza), solo el 8% de las personas logran cumplir sus promesas de año nuevo.
¿El resto?
Bueno, seguimos en la categoría de “lo intentamos”.
El mismo fenómeno ocurre en las empresas cuando hablamos de planificación y presupuesto para el próximo año.
Octubre: el «primero de enero» de las finanzas empresariales
A ver, si en enero nos proponemos cosas personales (dieta, gimnasio, leer más), en octubre, las empresas entran en modo “este año sí que planifico bien el presupuesto”.
Todo el mundo se sienta a discutir números, objetivos y metas como si fuera el primer día de la vuelta al sol empresarial.
Pero, igual que pasa con las resoluciones de año nuevo, muchas veces nos prometemos más de lo que podemos cumplir.
¿Cuántas veces hemos visto a empresas entrar a octubre con un entusiasmo desmedido, proyectando crecimientos que harían sonrojar al más grande caradura?
Y luego, a mitad del próximo año, se encuentran preguntándose: “¿Qué pasó con ese plan de ahorro que hicimos en octubre?”
La clave aquí está en reconocer que octubre es el «primero de enero» del mundo empresarial.
Es el momento en el que todos sueñan en grande y proyectan como si no hubiera margen de error.
Sin embargo, así como las promesas personales, el entusiasmo inicial no siempre dura, y cuando los primeros tropiezos llegan, el plan de presupuesto tiende a irse por la ventana.
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