Descendió con la lluvia nocturna para sembrar sus recuerdos y salvarlos de la muerte. La amnesia le enturbiaba la mirada queriendo apoderarse de su nombre. Lo recibió la tierra con su incienso de fertilidad en celo, que él dejó que penetrara sus poros hasta animar el polvo de sus huesos.

Se deslizó entre las valvas de una cueva húmeda y tibia en cuyo interior descubrió un amplio cuenco de agua transparente; se acercó para mirarse en él anhelando conocer su propia imagen… al no encontrar su reflejo, sollozó.

Inició la ceremonia.

Untando los leños con su sangre, preparó la hoguera. Pronunciando palabras sagradas dejó escapar hacia el fuego sus últimos recuerdos… cantó todos sus nombres mientras se desollaba; extendió su piel sobre el suelo y así, descarnado, tomó la pira y la colocó al centro, envolviéndola en silencio.

Una vez dispuesto el atado, lo arrojó al fondo del cuenco. Asomado al espejo líquido esperó a que dieran comienzo los días…

Se originó el tiempo.

Detrás de la membrana acuática, alguien se agitaba amedrentado. Balbuceando con angustia nombres de dioses, clamaba, suplicándole que mostrara su rostro.

Él sonreía complacido desde su cadáver ciego.

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