Era un día caluroso de verano cuando decidí hacer un viaje de Blablacar desde Valencia hasta San Clemente, Cuenca. Tenía tres pasajeros: una chica pegada a su móvil, un joven callado con una maleta enorme y Paco, un señor mayor muy hablador.
Ya llevábamos una hora en el coche cuando Paco empezó a contarnos sobre su vida. Según él, había sido marinero, astronauta y hasta domador de leones. La chica dejó el móvil y el joven, intrigado, le preguntó cómo era la vida en la luna. Paco respondía con tanta convicción que no sabíamos si estaba bromeando o si lo creía de verdad.
Al poco rato, Paco pidió una parada urgente. Como no había gasolineras cerca, detuve el coche en el arcén. Paco salió rápidamente, pero en vez de ir detrás de unos arbustos, comenzó a caminar hacia la carretera, saludando a los coches. Lo más sorprendente fue cuando sacó un sombrero y empezó a hacer autostop.
“¡Paco, vuelve al coche! ¡Vienes con nosotros!” le grité riendo. Cuando regresó, lo noté un poco confundido. La chica me susurró que quizás tenía Alzheimer, y me cayó la ficha: todas esas historias extravagantes no eran solo bromas, eran parte de su realidad.
El viaje continuó, y Paco volvió a hablar de osos en Siberia, pero esta vez nadie lo interrumpió. A pesar de todo, había algo entrañable en su manera de contar historias.
Al llegar a San Clemente, nos esperaba su hijo en la plaza del pueblo. Nos explicó que él había contratado el viaje porque Paco, que padecía Alzheimer, ya no podía viajar solo. El hijo lo recibió con un abrazo cálido y nos agradeció por el trayecto.
Mientras nos despedíamos, Paco hizo una última reverencia exagerada y dijo: “La próxima parada, Marte”. Todos sonreímos, sabiendo que, aunque Paco vivía en un mundo distinto, había hecho nuestro viaje inolvidable.
Al arrancar, todos coincidimos en que, gracias a él, esas dos horas fueron mucho más que un simple trayecto.
OPINIONES Y COMENTARIOS