El bosque sepultaba una inmensidad de troncos y vegetación, de pájaros, cantando al unísono inmersos en un recorrido intransitable entreoculto por aquellas vastas laderas, dejando lugar a otra tierra de pálidos parajes llanos, con tierras agrietadas, donde cada vez eran menos del oeste, menos desértico. Me encontraba sumido ante el pasado del que nos marchábamos, mirando hacia donde veníamos. La vaquera que me acompañaba, con nuestro pequeño botín de oro, estaba realizando un recorrido de reconocimiento del lugar, mientras esperaba en el comienzo de aquel bosque inhóspito, que no había por donde recorrer sin reconocer camino alguno donde nunca nadie parecía haber caminado. Bajo la alta dimensión ancestral de aquel árbol, miré hacia arriba, su copa, como un entresijo de ramas y ramilletes que se perdían entre la espesura de sus verdes ramificaciones, al unísono de una sombra perdida.

Más arriba, aún más arriba, más que el propio firmamento llegando casi desde el sol y las pocas nubes que habían conformado aquel paisaje, un ave del paraíso, descendía en vuelo por las corrientes de aire. Tenía una intención casi intuitiva de ir a posarse sobre mi brazo, descendía acercándose al primer árbol en el que me encontraba amotinado, con cuidado de apartarse de la espesura en la cúspide de las copas más altas. Cuando estaba tan cerca, en un instante, sin entrar en cuenta de lo que de repente ocurrió, salió empujado con una forma de volar dispersa hacia el interior del bosque. En ese momento, con un sobreesfuerzo contrario a aquella fuerza que le impedía alcanzar su objetivo, volvió volando con inmediata rápidez moviendo sus alas, raudo, a intentar alcanzar mi antebrazo. Y una vez más un repentino aire imprevisto le arrastró de nuevo hacia las profundidades del bosque. Esta vez le arrastró con más fuerza, atravesó aquel lugar completamente, siendo desplazado hacia una gran distancia, en una lejanía impensable, mucho más allá de aquella arboleda, de los mantos de ramas, de las pequeñas semillas que eran alimento de los insectos, de las ardillas o más animales que convivieran por allí, mucho después de estos parajes. El ave del paraíso cayó detrás de un arbusto.

Allí se encontraba, desorientado, sin lograr llegar si quiera a mi encuentro, en el suelo de otro lugar, totalmente incomprendido. Un jaguar, con aspecto insaciable y voraz logra atisbar por los recovecos de aquel arbusto amilanada aquella ave. Casi divertido porque de repente la naturaleza demostrase en un pequeño complot algo de alimento inesperado, oculto casi a la vista de aquel escondite de improvisada vegetación, agazapado sobre sí mismo, aquel felino comienza a acercarse, con movimientos de caza sutiles, moviendo su pelaje al ras de la superficie. Abre la boca. Y en el momento que va a apresar al ave del paraíso, sin esperarlo, esta sale volando. Alza sus alas del suelo sin alertarse de la presencia de su apresador, y sube y sube y sube, de nuevo hacia el sol y el firmamento, una vez más hacia las nubes, del azul cielo.

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