Capitulo 1
El Abismo
El sol ardía en el cielo de enero, haciendo que el aire se sintiera pesado, casi tangible. El parque estaba vivo con el sonido de las risas infantiles y el canto de los pájaros, pero para José y Fanny, aquel espacio había perdido su calidez habitual. Se sentaron en el mismo banco de madera donde tantas veces habían compartido sueños y secretos. Hoy, sin embargo, las palabras parecían esquivarles, como si ambos supieran que cualquier cosa que dijeran podría cambiar sus vidas para siempre.
José miraba a Fanny, sintiendo cómo la ansiedad se acumulaba en su pecho. Sus ojos, marrones y profundos como un bosque en otoño, estaban llenos de emociones no expresadas. Cada parpadeo parecía ocultar un mundo de recuerdos compartidos, y en ese instante, José pudo ver no solo el dolor que la envolvía, sino también la fragilidad de su alma. El cabello de ella, antes tan ordenado, se desparramaba descontrolado por su cuello, como si el caos interno que sentía se reflejara en su apariencia externa.
“Fanny, ¿por qué querías verme hoy? No me digas que esto es lo que pienso… por favor,” dijo José, rompiendo el silencio con una mezcla de temor y esperanza. Su voz temblaba, y su corazón palpitaba desbocado. Sabía que algo andaba mal desde que leyó su mensaje, pero se había aferrado a la idea de que tal vez solo era una mala racha, un malentendido que podrían resolver con palabras.
Fanny, con el rostro bañado en lágrimas, apartó la vista y dejó que el silencio hablara por ella durante unos segundos que a José le parecieron eternos. Finalmente, respiró hondo y dijo con voz entrecortada: “José, creo que ya te lo dije por mensaje… Quería vernos porque cuando estoy tranquila, puedo pensar mejor, y hoy es uno de esos días. Necesitaba este espacio para aclarar mis sentimientos.”
José sintió un nudo en la garganta. Cada palabra de Fanny se clavaba en su pecho como una aguja helada. Había esperado que aquel encuentro fuera para buscar una solución, no para enfrentarse al dolor de un posible adiós. “¿A qué te refieres con aclarar tus sentimientos?” insistió él, tratando de mantener la calma, aunque por dentro se sentía como un barco a la deriva.
Fanny bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada. “José, ya no te amo” confesó, su voz quebrándose en cada palabra. Era como si cada letra le quemara en la boca. Las lágrimas caían lentamente sobre su vestido, creando pequeñas manchas oscuras que se desvanecían casi al instante por el calor abrasador.
José se quedó en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido. Sus oídos zumbaban, y sentía que el mundo a su alrededor se desmoronaba. Aquellas palabras que tanto temía habían sido pronunciadas, y ya no había vuelta atrás. Intentó procesar lo que ella decía, pero la tristeza le nublaba el pensamiento. “Fanny, no puedes decirme eso y esperar que lo acepte tan fácilmente,” replicó él, con voz entrecortada. “¿Cómo es posible que ya no me ames? Todo lo que hemos pasado juntos… no puede acabar así.”
Fanny dejó escapar un suspiro largo y doloroso. “José, no es algo que pasó de la noche a la mañana. No estoy aquí diciéndote esto porque quiera lastimarte. He peleado tanto conmigo misma, noches enteras, tratando de entender qué nos pasó… Pero ya no somos los mismos. Siento que estamos viviendo en una burbuja de lo que fue, pero ya no somos esa pareja que un día soñaba con tenerlo todo.”
José sintió como si un puñal se hundiera más y más en su pecho. Recordó los días felices, las noches en que se quedaban despiertos hasta tarde hablando sobre sus sueños, las veces que cocinaban juntos, aunque terminaban pidiendo comida a domicilio porque le encantaba las hamburguesas de ese local, la cita con perros calientes y cerveza, Pensó en la calidez de los abrazos que lo habían reconfortado durante sus días difíciles y en las sonrisas que compartían en medio de las cosas más simples. Cada recuerdo se deslizaba por su mente como una película, haciéndole sentir que la vida que una vez habían compartido se desmoronaba como arena entre sus dedos.
“¿Y no hay nada que pueda hacer? Dime qué quieres que cambie, Fanny… Puedo hacerlo. Lo que sea. No puedo aceptar que esto termine así. No sin intentar luchar por lo que tenemos,” rogó José, sus ojos llenándose de lágrimas que se negaba a dejar caer.
Fanny negó con la cabeza lentamente, sus ojos llenos de tristeza. “No es algo que puedas cambiar, José. No se trata de que hayas hecho algo mal. Simplemente… no puedo seguir sintiendo lo mismo, y he tratado de engañarme, pensando que todo volvería a ser como antes. Pero no es así. Y no puedo seguir viviendo una mentira por más tiempo.”
José se levantó del banco, sintiendo que el aire le faltaba. Caminó unos pasos, tratando de calmarse. Sabía que estaba perdiendo la batalla y que no había palabras mágicas que pudieran revertir lo que Fanny sentía, pero se negaba a rendirse. Miró a su alrededor, buscando consuelo en el entorno familiar del parque, pero todo se veía teñido de una tristeza abrumadora. “Fanny, esto no tiene que ser así,” insistió, volviendo a mirarla con desesperación. “Hemos superado tanto juntos. Las peleas, las distancias, los malos momentos… No puedes simplemente rendirte.”
“José,” comenzó ella, su voz temblando al pronunciar su nombre. “No se trata de rendirme. He peleado más de lo que crees. Peleé cuando dejé de sentir mariposas al verte, cuando nuestras conversaciones se volvieron rutinarias, cuando ya no podía imaginar un futuro juntos sin sentirme vacía. No es una decisión que tome a la ligera, créeme.”
José se dejó caer nuevamente en el banco, sintiendo el peso de cada palabra. Recordó la primera vez que la vio, lo nervioso que se sintió cuando la invitó a salir y cómo, desde ese momento, todo parecía fluir entre ellos como una melodía perfecta. Pero ahora esa melodía se había transformado en una serie de notas discordantes, y él no sabía cómo volver a tocar la canción de su amor. “¿Cómo llegamos a esto?” preguntó con la voz ahogada. “Un día éramos inseparables, y ahora estamos aquí, diciéndonos adiós. Me siento perdido, Fanny. No sé cómo seguir sin ti.”
Fanny cerró los ojos, dejando que una lágrima se deslizara por su mejilla. “Tampoco sé cómo seguir sin ti,” admitió, su voz quebrándose. “Pero prefiero enfrentar ese miedo ahora que prolongar algo que ya no me hace feliz. No quiero que me odies, José. Lo último que quiero es lastimarte…”
“Es inevitable que me duela,” dijo José, interrumpiéndola. “Fanny, no puedo imaginar mi vida sin ti. Has sido mi todo durante tanto tiempo. Cada rincón de mi vida tiene un pedazo tuyo. Cada rincón de mi mente está lleno de ti.”
“Yo también tengo esos recuerdos,” respondió ella, su voz cargada de dolor. “Pero eso no cambia lo que siento ahora. Y no quiero seguir mintiéndonos a ambos. Necesitamos ser honestos, aunque duela.”
Hubo un largo silencio. El calor del día parecía intensificar el peso de la conversación, haciendo que cada palabra resonara aún más profundamente en el corazón de ambos. Los sonidos del parque seguían su curso normal, pero para José y Fanny, todo se sentía distante, como si estuvieran atrapados en una burbuja de su propia tristeza.
José miró a su alrededor, buscando respuestas en el cielo despejado o en el reflejo del sol que danzaba sobre el lago cercano. Sus ojos se posaron en un grupo de niños que jugaban alegremente, ajenos a su dolor, y se preguntó en qué momento la vida se había vuelto tan complicada. Recordó los sueños que habían compartido, las risas que solían resonar en este mismo parque, y los nombres de los hijos que alguna vez habían imaginado. La idea de una casa llena de risas y amor, un refugio donde cada rincón contara su historia, ahora se sentía como una fantasía inalcanzable, una historia que parecía haberse desvanecido entre sus dedos.
“Recuerdo la primera vez que hablamos de nuestro futuro,” dijo José, su voz cargada de nostalgia y tristeza. “Estábamos aquí, justo en este parque. Me dijiste que querías una casa llena de luz, con una mecedora en la terraza, y un jardín donde pudieras plantar esos tulipanes que tanto amas. Hablamos de cómo íbamos a construir todo eso juntos, paso a paso, como si cada pequeño sueño fuera un ladrillo en la construcción de nuestra vida. Y ahora… todo eso se siente tan lejano, como un eco de lo que podría haber sido.”
Mientras hablaba, su voz tembló ligeramente, y sintió una punzada en el pecho al recordar la calidez de aquellos momentos. La tristeza lo envolvía como una niebla densa, haciéndole difícil respirar. En su mente, las imágenes de su futuro juntos se mezclaban con la realidad del presente, donde las risas y los sueños se habían convertido en un susurro lejano.
Fanny lo miró, y por un momento pareció que también estaba reviviendo esos recuerdos. “Lo sé,” susurró. “A veces sueño con esos momentos y me pregunto si tomé la decisión correcta. Pero no puedo vivir de sueños, José. No puedo seguir aferrándome a lo que éramos cuando ya no puedo sentirlo.”
José asintió, tragándose las lágrimas que querían escapar. “Quiero que seas feliz, Fanny. De verdad lo quiero. Pero no puedo evitar sentirme roto por dentro. No puedo evitar sentir que todo lo que planeamos se está desmoronando. No te estoy pidiendo que cambies de opinión… solo quiero entender cómo llegamos aquí.”
Fanny respiró profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas. “No hay una respuesta sencilla,” dijo con sinceridad. “A veces las cosas simplemente cambian, y no es culpa de nadie. Es solo la vida, con todas sus vueltas inesperadas. Sé que lo entenderás con el tiempo, aunque ahora se sienta imposible.”
José bajó la cabeza, incapaz de mirar a Fanny a los ojos. Sentía que, si lo hacía, vería en ellos un reflejo de su propia desolación. “¿Puedo abrazarte una última vez?” pidió con voz apenas audible. Era una pregunta cargada de sentimientos encontrados, una petición desesperada de contacto que, aunque no pudiera arreglar lo que estaba roto, al menos podría ofrecerle un consuelo momentáneo.
Fanny asintió lentamente, y sin decir más, se acercó a él. El abrazo fue prolongado, cálido, lleno de una tristeza que ambos compartían. Fue un abrazo que hablaba de perdón, de amor y de todo lo que había sido y ya no sería. José sintió su fragancia familiar, el ritmo de su respiración, el latido acelerado de su corazón. Se aferró a ella como si su vida dependiera de ello, intentando capturar en ese instante todo lo que Fanny significaba para él.
Cuando finalmente se separaron, José se quedó mirando a Fanny con una mezcla de gratitud y pena. “Nunca voy a olvidarte,” dijo, sus palabras cargadas de una sinceridad que solo el dolor puede traer. “Siempre serás parte de mí, aunque nuestros caminos ya no vayan juntos.”
Fanny sonrió con tristeza, una sonrisa que apenas ocultaba el océano de emociones que la inundaba. Sus ojos, llenos de lágrimas, reflejaban el peso de todos los momentos que habían compartido. “Y tú siempre serás parte de mí, José. Gracias por todo, por cada risa, por cada lágrima, por cada momento.” Cada palabra era un eco de sus vivencias, de un amor que había sido su refugio y su tormento. La conexión entre ellos era palpable, una línea invisible que a pesar de todo lo que sucedía, seguía atándolos.
“Despídeme de Lia y de Max,” dijo José, su voz casi un susurro, entrecortada por la emoción. La solicitud no era solo un adiós a sus seres queridos, sino un último intento de aferrarse a los pequeños detalles que habían construido su vida juntos. Cada instante compartido, ahora se sentía como un capítulo que se cerraba abruptamente. “Siempre estarán en mi corazón,” añadió, sintiendo que su pecho se apretaba en una mezcla de tristeza y amor.
“Yo les diré,” respondió Fanny, con la voz quebrada, sus lágrimas corriendo libremente por sus mejillas. La imagen de su vida juntos se desvanecía lentamente, y con cada paso que daba hacia la salida del parque, la realidad de su separación se hacía más intensa. Su figura se perdió en el bullicio de la gente, convirtiéndose en una sombra que se desdibujaba en la multitud, como un sueño que se aleja en la niebla del amanecer, dejando solo un rastro de melancolía.
José permaneció allí, inmóvil, mientras observaba cómo ella se alejaba. Su corazón se sentía como un pozo vacío, resonando con el eco de lo que había sido. Cada paso que Fanny daba lo alejaba de un mundo que, hasta hace poco, estaba lleno de color y vida. Su figura se desdibujaba lentamente, llevándose consigo el calor de su risa, la calidez de sus abrazos, todo lo que una vez había significado tanto para él. Se sintió atrapado en un limbo de recuerdos y dolor, como si el tiempo se hubiera detenido justo en ese momento.
Se sentó en el banco una vez más, permitiendo que las lágrimas fluyeran libremente. Era el final de un capítulo que jamás imaginó que tendría que escribir, un desenlace inesperado que lo dejaba despojado y vulnerable. Mientras el sol se escondía tras los árboles, arrojando sombras alargadas sobre el suelo, comprendió que el amor a veces duele de formas que uno nunca podría anticipar. Ese dolor, aunque abrumador, era también un testimonio de la profundidad de lo que habían compartido.
Sin embargo, en medio de su tristeza, una pequeña chispa de esperanza brilló en su interior. Sabía que, aunque el dolor que sentía era profundo, también era un recordatorio de lo que habían compartido. Había algo en su conexión, un hilo invisible que, a pesar de la distancia, podría reanudarse algún día. Esa idea se convirtió en un refugio para José: la posibilidad de que el amor no se extinguiera por completo, sino que, con el tiempo, se transformara y adaptara, como lo hace la vida misma.
Mientras el sol se ocultaba, permitiéndose un susurro de luz que aún iluminaba el horizonte, José se imaginó un futuro en el que sus caminos podrían cruzarse nuevamente. Tal vez un día, en un rincón del mundo que todavía compartían, podrían reencontrarse. No como dos personas perdidas, sino como dos almas que habían crecido, aprendido y sanado. Con ese pensamiento, a pesar de la tristeza que aún lo envolvía, José comenzó a soñar con la posibilidad de que el amor, en sus diferentes formas, pudiera volver a florecer. Quizás, en un nuevo capítulo de sus vidas, podrían reconectar y redescubrir el lazo que un día los unió tan profundamente, pero con una nueva perspectiva que solo el tiempo y la experiencia podían ofrecer.
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