Mi nombre es Kendall, pero a veces siento que no es solo un nombre, sino un eco que resuena a través del tiempo, como si hubiera sido llamado así en innumerables vidas antes de esta. Hace mucho que la sensación de repetición se ha apoderado de mis días. Cada paso que doy, cada palabra que pronuncio, cada encuentro parece algo que ya viví, no de manera superficial, sino en una profundidad inabarcable. Como si mi vida fuera un carrusel interminable, dando vueltas, siempre regresando al mismo punto.

Al principio, era fácil ignorarlo. Todos experimentan déjà vu, pensé. Es una anomalía de la mente, un simple truco que juega con nuestra percepción. Pero con el tiempo, comencé a notar pequeños detalles que no encajaban en esa explicación. Un libro que había en mi estantería, cuyas páginas conocía, pero no recordaba haber leído. Conversaciones con extraños que parecían saber más sobre mí de lo que jamás podría imaginar. Todo esto fue acumulándose hasta que ya no pude ignorarlo. El déjà vu se volvió una presencia constante, una sombra que me seguía, susurrándome al oído que algo no estaba bien.

Decidí que necesitaba aire, despejar mi mente de la inquietud que me carcomía por dentro. Salí a caminar por las calles de la ciudad, pero incluso el simple acto de caminar me resultaba familiar de una manera perturbadora. La luz del sol que solía reconfortarme se sentía demasiado brillante, como si no perteneciera del todo a esta realidad. Algo estaba fuera de lugar.

Al cruzar una esquina, me encontré en un parque que nunca había visto antes, pero al mismo tiempo, lo conocía. Cada árbol, cada sendero serpenteante, cada banco me resultaba extrañamente familiar. Era como si este lugar estuviera grabado en mi alma, y, sin embargo, no podía recordar haber estado allí. Movido por una fuerza invisible, me dirigí hacia un banco bajo un viejo roble. Me senté, cerré los ojos y dejé que el viento suave acariciara mi rostro, buscando un poco de paz.

Pero no podía escapar de la sensación de que algo estaba por suceder. Lo sentí en el aire, en el murmullo de las hojas, en la forma en que el mundo parecía esperar en un tenue suspenso. Y entonces, como si lo hubiera convocado con mis pensamientos, alguien se sentó a mi lado.

Abrí los ojos lentamente, esperando encontrar a un transeúnte cualquiera, pero lo que vi fue a un anciano de rostro ajado y mirada profunda. No me sobresalté, aunque quizás debería haberlo hecho. En lugar de eso, lo miré como si supiera que este momento llegaría. De alguna manera, en lo más profundo de mí, sabía que esta no era la primera vez que me encontraba con este hombre.

—Kendall —dijo, su voz era suave, cargada de una sabiduría que trascendía las palabras—, has vuelto.

Sus palabras me recorrieron como un escalofrío, llenando los vacíos en mi mente con imágenes fugaces de momentos que no podía recordar del todo. ¿Volver? ¿Qué significaba eso?

—¿Nos conocemos? —pregunté, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.

El anciano sonrió, pero era una sonrisa triste, llena de años, llena de vidas.

—Más de lo que puedes imaginar —respondió, su tono era grave, como si estuviera a punto de revelarme una verdad que cambiaría todo.

Lo observé en silencio, mi mente bullía con preguntas, pero mi boca no se movía. Algo en mí reconocía esa mirada, ese lugar, esa conversación. El parque, el anciano, todo se sentía como un eco lejano de un sueño olvidado. Y entonces, mientras lo miraba, algo increíble comenzó a suceder.

A mi alrededor, el mundo pareció doblarse sobre sí mismo, y en los senderos del parque comenzaron a aparecer figuras. Figuras que caminaban por los caminos como sombras, pero no eran extraños. Eran yo. Cada una de esas figuras era una versión de mí mismo, más joven, más viejo, de épocas y tiempos diferentes, todas coexistiendo en el mismo espacio, en el mismo momento.

Una versión de mí, un niño, corría riendo bajo el viejo roble. Otro yo, mucho mayor, se sentaba en otro banco, contemplando el cielo con una expresión de profunda reflexión. Cada versión de mí mismo parecía atrapada en su propio ciclo, repitiendo momentos que ya había vivido, pero que no podía recordar.

—Este parque —dijo el anciano, señalando con un movimiento sutil de la mano— es donde convergen todas tus vidas. Aquí puedes ver las diferentes versiones de ti mismo, fragmentos de tus existencias pasadas y futuras, todos coexistiendo al mismo tiempo.

El aire se volvió más denso, cargado con el peso de la revelación. La sensación de familiaridad que me había estado acosando toda mi vida ahora tenía una explicación aterradora. No era solo un déjà vu pasajero. Era una verdad profunda: había estado aquí antes, muchas veces. Pero cada vez, de alguna manera, lo había olvidado.

—¿Qué está pasando? —logré preguntar, mi voz apenas un susurro.

El anciano suspiró y su mirada se volvió aún más profunda, como si contemplara no solo mi vida, sino cientos de vidas, todas interconectadas.

—El tiempo no es lo que piensas —dijo en un tono que contenía todas las respuestas, pero ninguna clara—. No es una línea recta, sino un círculo, un ciclo que se repite una y otra vez. Vives, mueres y luego vuelves a vivir, pero olvidas. Y este parque es uno de los pocos lugares donde puedes recordar.

—¿Por qué olvido? —pregunté, mi mente intentando desesperadamente comprender lo que estaba escuchando.

—El olvido es una bendición —respondió el anciano—. Si recordaras todo, perderías la razón. Ninguna mente humana podría soportar la carga de todas las vidas vividas. Pero en este lugar, el velo entre tus vidas se adelgaza. Aquí, puedes recordar fragmentos de tus existencias pasadas. Y aquí, cada vez que vuelves, comienzas a entender un poco más.

Me quedé en silencio, observando cómo las versiones de mí mismo continuaban cruzándose por el parque, como fantasmas caminando por caminos que conocían demasiado bien. Algunas de esas versiones me miraban, pero no se detenían. Sabían que este momento llegaría, pero también sabían que pronto lo olvidaría, como siempre lo hacía.

—Has estado aquí muchas veces, Kendall —continuó el anciano—. Este banco, este roble, estas vidas que ves a tu alrededor, todo forma parte del ciclo. Pero ahora tienes una elección.

—¿Una elección? —repetí, mis pensamientos aún desordenados.

El anciano asintió.

—Siempre tienes una elección. Puedes seguir atrapado en el ciclo, olvidando cada vez que mueres y vuelves a vivir. O puedes intentar romperlo. Cada vida es una oportunidad para conectar los fragmentos, para recordar más, para encontrar las piezas que faltan. Pero no es fácil. La mayoría de las versiones de ti mismo se pierden en el olvido antes de llegar a este punto.

Miré a las demás versiones de mí mismo, y comencé a darme cuenta de que lo que estaba viendo no era simplemente un sueño o una fantasía. Era la realidad. Un ciclo interminable de vida y muerte, repetido una y otra vez. Y ahora, por primera vez, tenía la oportunidad de entenderlo. Pero con esa comprensión venía una pregunta aún más profunda: ¿Qué significaba romper el ciclo?

Me levanté del banco, con la necesidad urgente de acercarme a una de mis otras versiones. Quería saber, necesitaba saber. Caminé hacia una figura que parecía ser una versión más joven de mí, quizás de una vida anterior. Era un niño, corriendo alegremente alrededor del roble, sin la carga del conocimiento que yo ahora llevaba.

—¿Me reconoces? —pregunté, aunque sabía que era una pregunta sin sentido.

El niño me miró, con una sonrisa traviesa, como si yo fuera una figura familiar pero distante. Era como si él también estuviera atrapado en el ciclo, pero sin la capacidad de comprenderlo. Era una versión de mí mismo que aún no había comenzado a cuestionar la naturaleza del tiempo.

En otro banco, vi a un hombre mayor, más cercano a mi edad actual. Su rostro estaba lleno de arrugas, pero sus ojos tenían la misma mirada que yo. Él no solo me reconoció, sino que parecía estar esperando este momento.

Me acerqué lentamente, sintiendo una conexión inexplicable. Él me miró con una leve sonrisa, pero su expresión era sombría.

—Siempre llegamos a este punto, ¿no es así? —dijo, su voz resonando en mi mente como un eco.

—¿Qué es este lugar realmente? —pregunté.

—Es donde todas nuestras versiones convergen. Aquí, cada uno de nosotros tiene la oportunidad de comprender lo que realmente somos… y lo que podríamos ser.

Sus palabras eran enigmáticas,

pero cargadas de verdad. Estábamos aquí para enfrentarnos a nuestras vidas, para entender que éramos piezas de un rompecabezas más grande. Pero, al igual que yo, esta versión mía también estaba atrapada en la misma búsqueda sin fin.

—¿Por qué no puedo recordarlo todo? —insistí, mi mente buscando una respuesta definitiva.

—El ciclo es una prisión —respondió con un suspiro—. Pero es una prisión de la que podemos escapar, si logramos recordar lo suficiente.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS