La Isla del Silencio

LA ISLA DEL SILENCIO

Parte I

Entré a casa preocupada por mi tesis de doctorado en biología vegetal, tema que ya arrastraba desde hacía bastante tiempo y a principios del 2008 había conseguido que me aprobaran la pre tesis y me dieran fecha para fines de año para defenderla ante el Tribunal Superior. Tenía que distribuir bien el tiempo si quería terminar acabadamente con todas las premisas que imponía la cátedra y además mantener mi privilegiado lugar en el Herbario Municipal donde hacía mis investigaciones de campo aunque no cobrara ni un peso, seguir con las aportaciones por Internet de mis avances a la Enciclopedia
Botánica de la Universidad de Florida, con las clases que dictaba en la Escuela de Agronomía, con mi vida privada y con mi cordura lo más intacta posible.

Pasé derecho a la cocina a dejar las compras que había realizado en el supermercado y encontré pendiente del teléfono de pared una enorme hoja con una nota. Mi esposo me decía en un breve mensaje que habían llamado de una ONG tratando de comunicarse conmigo, y también había un número anotado. Llamé sin pérdida de tiempo picada por la curiosidad. Esperé largos minutos mientras una musiquita molesta repicaba en mi aparato hasta que una voz varonil me atendió amablemente, querían una entrevista y quedamos en encontrarnos al día siguiente a las 16 horas en el 4º piso del Edificio Burgos.

Ya habían llegado varias personas, hombres y mujeres, con diferentes estilos de vestimenta lo que indicaba que no todos eran oficinistas o catedráticos, y uno de ellos se levantó dándome la bienvenida y tendiéndome la mano con una amplia sonrisa, y por su voz le reconocí como el que me atendiera el día anterior, quien me ofreció un lugar en la mesa y acto seguido me presentó al resto.

Una mujer muy elegante de mediana edad tomó la palabra diciendo sin otro preámbulo: “Representamos a la Organización no Gubernamental “Vida en el Desierto”, con filiales en todos los continentes. Tratamos de defender los desiertos del Planeta del abuso del hombre. Hemos conocido la noticia de que el Rally Dakar que se realizaba hasta ahora en África podría pasar este año a las partes desérticas de Argentina y Chile, por lo que estamos tomando precauciones para obtener información suficiente que nos permita luchar contra esa práctica innecesaria que romperá el equilibrio del ecosistema, requiriéndose, en el mejor de los casos y si no vuelve a ser vulnerado, 18 años para recuperarse tras el paso de cada vehículo, lo que se agrava ya que al no haber caminos cada uno abrirá frente por donde le parezca más fácil, dejando su propia huella de destrucción”.

El silencio reinó en la sala por unos momentos, luego la señora Montero, tal era su apellido, agregó: “Lo que necesitamos de usted es lo siguiente: que instale parcelas de seguimiento de la vegetación, y por ende de todo el ecosistema, en algunas de las zonas desérticas por donde pasará la competencia. Tendremos que hacerlo con rapidez para tener datos bien evaluados lo antes posible para elevarlos a las autoridades y tratar de hacerlos desistir del proyecto, además servirán para hacer un seguimiento de las lecturas pudiendo contrastarlas con las que se realicen los días, meses y años posteriores.”

Dentro de mi cabeza todo bullía, por fin tendría un buen trabajo de investigación, como a mí me gustan, y además ¡rentado! Pero la felicidad me duró poco, porque la señora agregó: “Podemos pagar los gastos de viaje, el material y el combustible para el vehículo que la llevará hasta la estación de guardaparques más cercana, pero no podemos ofrecerle una renta puesto que nuestra organización no recauda fondos suficientes. Esperamos que usted esté dispuesta a colaborar tan sólo por amor a la vida del Planeta y por el crédito que este estudio le aportará”.

La idea del trabajo me encantó, no así lo del dinero, por lo que les pedí plazo de una semana para evaluarlo, y una vez que lo pensara día y noche y lo hablara largamente con mi familia, hice los arreglos necesarios para embarcarme en la tarea renunciando al único trabajo rentado con que contaba: las horas de cátedra.

Agradecida de la familia y especialmente del esposo que tengo que me alienta con entusiasmo en cada proyecto y acepta sin reclamos mis ausencias, partí llena de pertrechos en un poderoso jeep 4 x 4, muy semejante a los que se usan para la competencia del Rally conducido por otro voluntario, rumbo a las zonas pre establecidas por la ONG.

Llegamos al enorme secano existente entre el Norte de Neuquén y el Sur de San Rafael, y quedé en la estación de control de guardaparques donde debí presentarle los permisos para ingresar a la zona. Cumplido este requisito dejé allí lo menos necesario y partí a caballo y acompañada por un guarda, con mi equipo que aún era enorme para mi tamaño, que me dejó en una zona próxima retornando a su base con ambos caballos y desde allí seguí sola, maravillada ante tanta belleza y semi aplastada por mi carga bajo el sol abrasador.

Instalé mi campamento frente a un punto de referencia visual en aquel monótono lugar: unas rocas que parecían castillos dorados a la luz del sol y que daban la impresión de que una mano gigante las hubiera colocado con delicadeza sobre la arena. Tomé mi brújula e hice mis cálculos (no puedo dejar de ser antigua) y posteriormente los corroboré con el instrumento de GPS que me regalara Manuel antes de mi partida, me comuniqué al control de los guardaparques indicándoles mi posición y una vez que respondieron me dediqué a las primeras observaciones del lugar, hasta que se agotó la luz del sol.

Amanecía cuando el suave zumbido de algunos insectos ponía letra a la música suave del viento. Desperté llena de energía y de gozo ante la belleza que me rodeaba. Salí a instalar mis aparatos y a efectuar las primeras anotaciones de lo que observaba en el lugar. Cuando el sol estaba perpendicular sobre mí regresé a mi carpa y saqué la bolsitas con bollitos de pan que especialmente hizo mi madre, el charque que me compró mi amiga Raquel y el escabeche de berenjenas que me preparó mi padre, y pensé que todos hubieran querido acompañarme y esa era su manera de estar junto a mí.

Después de un breve descanso, tomé mi cantimplora y regresé al campo. Sentía tanto placer de estar en un lugar tan hermoso que pensé; “Estoy exagerando, nada es tan perfecto, debo guardar energías para los próximos días, pues pienso llegar hasta los castillos de piedra”.

Eran pasadas las seis de la tarde cuando hacia el norte todo se oscureció de golpe presagiado una tormenta, tomé lo más necesario y enfilé rápidamente hacia el campamento, pero no llegué muy lejos, apenas había caminado unos minutos cuando una pared de arena se arrojó sobre mí haciéndome caer de bruces. Sentía que no podía respirar ni abrir los ojos, así que vacié rápidamente mi morral y metí dentro la cabeza, tratando de protegerme, pero sentía que la fuerza poderosa del viento me arrastraba como a una insignificante hoja, desgarrando mi fuerte ropa de campo y lastimando mi piel, mientras la bolsa de mi cabeza se inflaba como la vela de un barco ejerciendo tanta fuerza que mi hombro pareció quebrarse en mil pedazos en un estallido de dolor y allí se acaban mis recuerdos.

Desperté al frío contacto de una pequeña lagartija que pasó sobre mi cara, pero no pude mover ni un músculo. Abrí los ojos y quedé largo rato mirando, aturdida, la luna llena que iluminaba todo como ama majestuosa del desierto. Comencé a moverme lentamente y descubrí que tenía lesiones serias en mi hombro que me dolían aun sin moverlo, y de mis pertenencias no había ni señales. Había perdido mi brújula, mi GPS, mi reloj, mi teléfono satelital y mi morral, aquel en el que tenía introducida la cabeza en mi último momento de conciencia. Tampoco tenía mis notas ni podría pedir ayuda, y el frío nocturno comenzaba a descender sobre mi aterradora soledad.

Pude ver muy cerca de allí a los castillos de piedra que viera desde lejos en la mañana ¿tanto me había arrastrado el viento? Y a pesar de mi cuerpo adolorido sonreí, con mi escaso peso no podía anclarme en ningún lugar, así que habré ido con el viento hasta que éste pasara. Me puse de pie y caminé hacia el único lugar donde podía resguardarme. Encontré una grieta entre dos grandes rocas y llena de temores entré y me acurruqué canturreando una canción de mi infancia tratando de imaginar que no estaba habitada por alimañas ponzoñosas, y pensando en mis seres queridos me quedé profundamente dormida.

LA ISLA DEL SILENCIO

Parte II

Desperté ante el suave sonido que producía una pequeña culebra al deslizarse sobre la roca, en primer momento no supe donde me hallaba, pero unos minutos bastaron para recordar todo, así que hice una oración pidiendo a Dios que me ayudara a no entrar en pánico y salí de mi escondite encandilándome con el sol radiante de la mañana. Afuera el desierto retomaba su ritmo como si nada hubiera sucedido, pero yo tenía la ropa hecha jirones y la piel que había quedado expuesta estaba totalmente erosionada y comenzaba arder bastante mientras mi hombro dolía terriblemente ante el más leve movimiento, a lo que hay que sumarle el hambre y la sed que me urgían a buscar comida y agua, pero ¿dónde estarían mis provisiones? Posiblemente bajo varios centímetros de arena y totalmente oculta a mis ojos.

Caminé un buen rato sin alejarme demasiado hasta sentir los efectos del sol sobre mi cabeza y la falta de agua de mi organismo, así que volví al refugio de la noche anterior y me senté sobre la piedra recostando mi espalda sobre la pared rocosa. Cerré los ojos. De pronto mi olfato percibió un inconfundible olor a chocolate caliente que me hizo abrirlos rápidamente para ver solo desolación ante mí, “Estoy comenzando a alucinar”, pensé. Descubrí que percibía el olor más fácilmente si volteaba la cabeza hacia la izquierda, así que la mantuve en esa posición hasta que mis ojos comenzaron a ver algo que no había visto hasta entonces: una estrecha abertura en la roca. Con gran esfuerzo me introduje por allí con gran dificultad y conforme avanzaba por el estrecho pasadizo éste descendía en un plano inclinado y el olor a chocolate se hacía más intenso. Pasadas más o menos dos horas llegué al otro lado del pasadizo y ante mí se extendía una especie de llanura cubierta de vegetales multicolores que nunca había visto ni imaginado en el más alocado de mis sueños y de dónde provenía el olor a chocolate. Había plantas semejantes a helechos, de hojas violetas y flores naranja, hojas verdes con manchas púrpura o azules con bordes dorados, también árboles de copas blancas y troncos azules, una especie de selva con tantas variantes de colores imposibles para mi mente que olvidé totalmente el hambre, el dolor y mi miedo.

Vagué algún tiempo sin poder creer lo que veía ni atreverme a tocar las flores y los frutos que me rodeaban de los que emanaban perfumes increíbles, cuando pasó ante mí un perro ladrando furiosamente aunque no pude oírlo, cubierto de escamas nacaradas con reflejos de colores en lugar de pelo, lo que lo hacía parecer un juguete con vida. Ante el alerta que diera el animal aparecieron dos seres muy extraños, de alta talla, delgados y de cabellos y ojos amarillos, mientras que su piel era totalmente blanca. No sé si fue la impresión sumada al hambre y la deshidratación que me desmayé nuevamente.

Recuperé lentamente los sentidos y desperté en una penumbra que apenas me permitía vislumbrar algunas siluetas de lo que presumí eran personas, y una de ellas se aproximó a mí. Yo me encontraba en una especie de cama de suavidad increíble, de tejidos tan sutiles que casi no los percibía. El perfume reinante no se asemejaba a ninguno que hubiera experimentado y el silencio era aún mayor que el percibido en el desierto. De pronto una voz vibró dentro de mí, y lo digo porque ningún sonido audible rompió el silencio, preguntándome: “¿Se siente mejor?” – con lo que caí en la cuenta que no sentía el dolor del hombro dislocado ni el escozor de la piel erosionada, tampoco hambre ni sed.

“Sí” – contesté, aunque no pude oír mi propia voz.

“Solo le hemos puesto un calmante” – me dijo, y agregó – “la llevaremos al botánico para curarla en cuanto tenga más fuerzas”, y haciendo un gesto con la mano mientras salía de la sala produjo una música indescriptible, que nacía dentro de mis oídos.

No entendí nada, ¿había dicho al botánico? pero daba lo mismo, me había abandonado a lo que creí eran mis alucinaciones, sintiéndome tan bien que no deseaba despertar y me dediqué a percibir todo lo que estaba “dentro” de mis sentidos, que parecían ser más de cinco. Pensé en mis pulmones, ¿se habrían llenado de arena? Y pude ver mis pulmones por dentro, me detuve tratando de no entrar en pánico, luego, temerosamente pensé en mi corazón, y su imagen irrumpió como un río desbocado dentro de mi cerebro, con sus imágenes y sonidos me daban la misma sensación que había experimentado cuando vi por primera vez las Cataratas del Iguazú. Traté de calmarme, de que el pánico no tomara el comando. Respiré lo más profundamente que pude, con ritmo, hasta que fui retomando el control, y sin quererlo me dormí.

Desperté cuando una suave voz me susurraba: “No se asuste, la vamos a llevar al botánico para curarla”

Sonreí pensando en que había sido tanta la tensión durante la preparación de mi tesis que la palabra “botánica” me perseguía, pero en eso me llegó la aclaración del mismo modo telepático que había experimentado anteriormente – “Es que tenemos una farmacia viva, la aplicamos en el lugar sin dañar a las plantas”- lo que me agradó mucho más llenándome de gozo.

Me trasladaron en lo que podría llamarse una camilla voladora, ya que no tenía contacto alguno con el piso, a través de largos pasillos de paredes muy simples construidas de cristales que dividían la luz del sol en bellos arcoiris, y según se me informó, acumulaban dicha luz para las horas nocturnas. Cruzamos en nuestro recorrido a más personas que pasaban con gestos de simpatía a nuestro lado y dentro de mí percibía que cada uno, como dicen los jóvenes, me “tiraba buena onda”.

Ingresamos a una gran sala muy semejante a un invernadero, llena de arbustos color rosa, que tenían bajo sus ramas unas crisálidas enormes donde imaginé saldrían unas mariposas como avionetas, pero mi guía me explicó: “Son los por nacer”. Pegué tal respingo que volví a percibir de golpe las sensaciones aletargadas, mi hombro me dolía horriblemente y mis excoriaciones ardían como si tuviese un soplete encendido sobre la piel. “Debe calmarse – dijo mi guía- ha salido del calmante muy rápido, su mente se ha desconectado repentinamente del medicamento”

Llegamos a una zona donde la vegetación era totalmente marrón claro, como ramos gigantes de coliflor, de los que emanaba un perfume agrio que irritaba los ojos y me obligaba a cerrarlos. Allí nos detuvimos bajo una planta y mi acompañante tomó con energía un tallo, pero sin dañarlo, acercándolo a mi hombro, y éste se asentó sobre mi cuerpo como un cobertor, transmitiéndome una vibración que se me ocurrió semejante a un gran imán, y lentamente, entré en un profundo sueño. Desperté cuando supuestamente afuera era de noche, pues la luz no pasaba a través de los cristales sino que provenía de ellos. “¿Cómo se siente?” me preguntó el ser que me asistía. “Bien – contesté, y por primera vez se me ocurrió preguntar – ¿Cómo te llamas?” “Urizem, ¿y usted?” “Beatriz – contesté, y volví a preguntar – ¿eres hombre o mujer?” Percibía dentro de mí el rápido movimiento de ideas de mi interlocutor, tratando de situarse en el contexto de mi pregunta, y respondió “Solo somos seres, todos iguales, sin diferencias” Callé ante la imposibilidad de procesar tal información.

Pasamos luego a otra zona donde la vegetación era de un suave color turquesa, con brillos pequeños que titilaban entre las hojas como gotas de rocío. Urizem colocó la camilla bajo un árbol que bajó sus hojas semejantes a las algas fibrosas que crecen en algunas costas hasta cubrirme como un manto. Quedé mucho tiempo en silencio, el más hermoso silencio que alguna vez vivencié. Mi piel recobró su color y suavidad original, tras lo cual mi acompañante agradeció al árbol y regresamos a la sala de la que habíamos partido. Y allí, cuidadosamente doblada estaba mi ropa de campo, tan íntegra como el día que la estrené, y recién caí en la cuenta que estaba vestida con una túnica de tenue tela blanca, así que mi acompañante me dejó sola para que me vistiera. Todo era armonía y respeto, y yo estaba feliz.

LA ISLA DEL SILENCIO

Parte III

En la enorme y hermosa sala que antes estuviera en penumbras brillaba ahora una tenue luz intimista y se percibían los acordes de una música indescriptible y de gran belleza que me hizo pensar en mi infancia cuando practicaba violín, no por lo bien que yo ejecutaba sino por mi dedicación a imaginar cuál era el instrumento que en cada momento se destacaba. Descubrí que, al pensar en el violín me llegaban acordes que parecían haber partido de uno muy próximo, probé una vez más y pensé en un gran coro, y una coral bellísima me inundó, entonces comprendí ¡la música estaba dentro de mí!

Comencé a observar el contenido de aquella habitación, mientras “oía” dentro de mí la música que deseaba, en el instrumento que imaginaba, aun en aquellos que nadie había inventado. La sala contenía algunos objetos tan extraños como la camilla en que me atendieron, pues ninguno de los que parecían muebles estaba apoyado sobre el piso ni colgado de parte alguna. Había estantes semejantes a bibliotecas, con lo que se podía asociar a libros, pero de una consistencia mucho más sutil y al fijar mi vista en ellos podía percibir su contenido directamente en alguna parte de mi cerebro.

Así conocí la historia de este pueblo, según un “tomo” de color sepia que atrajo mi atención: hace millones de años vivían en esta misma tierra, que era entonces una isla de la Atlántida. Sus habitantes provenían del Continente de donde eran desterrados por carecer de color en su piel ya que eran distintos, tanto en características físicas como en carácter. Mientras los isleños vivían protegiéndose del sol dado que la falta de color en su piel les dañaba enormemente, construyendo su ciudad semi sumergida en la arena en tanto se dedicaban al estudio y desarrollo de las ciencias utilizando sabiamente la energía solar y armonizando con su entorno, los originarios del continente de piel negra o morena se tornaban cada vez más agresivos, sometiendo y esclavizando a los pueblos de otros continentes con una gran capacidad tecnológica orientada hacia la guerra.

Los gobernantes de la Atlántida utilizaban también su poderío para alterar la naturaleza en su beneficio, rompiendo su equilibrio una y otra vez, hasta que una gran hecatombe sumergió a su tierra en las profundidades del Océano mientras se elevaban partes del fondo rodeando a la isla de Urm que quedó incluida en la Patagonia, tierra agreste e inhóspita, donde se refugiaron unos pocos sobrevivientes de los altivos atlantes de piel oscura.

Puse mi atención en otro “tomo” que detallaba las especies botánicas de “la isla”. Todas las especies tenían su origen en épocas remotas que presumo podría contarse en millones de años. De alguna manera las plantas tienen una comunicación con los seres pensantes y una relación simbiótica con ellos ya que absorben sus desequilibrios orgánicos ¿qué otra cosa son, si no, las enfermedades? que por alguna razón que no puedo entender se transforma en su alimento o su fuerza. También proveen de energía a los embriones de todos los seres pertenecientes al reino animal.

Ensimismada como estaba no oí a mi amigo hasta que estuvo junto a mí, aunque lo de oír es un modo de decir puesto que allí no había sonidos externos, quien se ofreció a guiarme en una vuelta por la isla, que aunque está dentro del continente es realmente una isla. Salimos de la habitación y accedimos a jardines impresionantes, con árboles, arbustos y hierbas que parecían salidas de un cuento de hadas por su extraordinaria belleza y colorido. Volvió a aparecer el perro cubierto de escamas que me hizo una gran cantidad de demostraciones de alegría como si fuéramos viejos amigos, lo acompañaban otros semejantes pero más desconfiados. También se acercaban a mirarnos unos felinos muy extraños, con ojos rojos y piel violeta, totalmente carente de pelos. Y la mayor curiosidad la proveyeron los dragones, de variados tamaños y colores, esos seres que consideraba mitológicos de grandes cuerpos y pequeñas alas, que volaban sobre nuestras cabezas con aire amistoso e intercambiaban chorros de fuego entre ellos con actitud juguetona, demostrando que sí han existido y, es más, aún existen.

Urizem me explicó que las pinturas y las leyendas que hablan de dragones en todas las culturas de la tierra provienen de que algunas veces estos animales, juguetones y pacíficos, salen movidos por la curiosidad de las islas que hay diseminadas en todo el planeta e incursionan por lugares alejados de las grandes ciudades donde hay pocas probabilidades que sean avistados, pero a veces sucede. Además hay diferentes especies, lo que hace la diferencia, como sucede entre las representaciones de China con las provenientes de Europa o América.

“¿Y ustedes – pregunté – salen de la Isla alguna vez?”

“Generalmente no, solo de noche y con grandes precauciones y por extrema necesidad – contestó – por ahora las condiciones no están dadas. Hay personas muy especiales que nos visitan voluntariamente, otras, como en tu caso, accidentalmente y algunas otras, que son las menos, contra su voluntad, y lo hacemos para tratar de cambiar su comportamiento, puesto que de la supervivencia del Planeta depende también nuestra supervivencia. Luego borramos de su memoria el tiempo de su estadía aquí y son devueltos a su medio”

“¿Cómo lo hacen?” – pregunté cada vez más intrigada.

“Ya sabe – dijo, y por primera vez rió – luego hay versiones de extraterrestres y hasta algunos hablan de vampiros de rostros blancos y ojos brillantes…”

Esto me causó mucha gracia, luego mi amigo me dijo: “Es hora de que regrese y haga bien su trabajo, creo que es muy necesario para apoyar a la gente que realmente se preocupa por el futuro. – y agregó – Bien, ¿guardará nuestro secreto en lo más profundo de usted o prefiere que se lo borre de la memoria?

“¿Y por qué, si puedes borrarme todo lo que aquí he visto y aprendido no lo haces sin mi permiso y corres un riesgo tan grande?”

“Esa es su elección, se lo ha ganado – respondió Urizem – si no hubiera estado abierta y sin juicios no podría haber visto ni aprendido nada, por lo que solo sería necesario borrarle la imagen de que estuvo aquí, y únicamente podría llegar a recordar algunas cosas en sueños, a los que consideraría irreales, aunque aun así le ayudarían. Mas ha venido en son de paz, en ningún momento ha pasado por su mente sacar provecho de lo que ha visto o de lo que tenemos, sólo le ha guiado una curiosidad sana, y eso le da derecho a que reitere mi pregunta: ¿Guardará el secreto de nuestra existencia?”

Sonreí, toda palabra era inútil, pues ese ser sabía más de mí y de mis intenciones que yo misma, así que quedaba en sus manos.

Nos dirigimos a la sala principal y allí esperamos la hora propicia para partir. Aparecieron dos seres más, que según me informó Urizem habían sido quienes me rescataran el día anterior, además llegó el perro que se había hecho mi amigo, otro animal semejante a un gran cangrejo pero de patas como los alacranes y un ave parecida a un murciélago con pico como ave de presa y ojos rojos, los que serían parte de nuestra expedición.

Salimos al bosque multicolor con perfume a chocolate y de allí a una pared rocosa de aspecto impenetrable que cedió al sólo contacto de la mano de uno de mis acompañantes, e inmediatamente nos encontramos en el frío desierto de arenas iluminadas por la Luna. Inmediatamente todos comenzaron a trabajar en equipo: el extraño pájaro comenzó a emitir ondas de radar y cuando detectaba algo bajo la arena dejaba como marca un punto rojo brillante, el perro corría hasta el lugar señalado y comenzaba a escarbar con sus patas y luego el cangrejo levantaba delicadamente con sus pinzas mis pertrechos depositándolos en manos de los hombres que las tomaban como acariciándolas y haciéndolos funcionar nuevamente como si nada les hubiera sucedido. En poco tiempo tenía todo mi equipo reunido y en condiciones.

Llegó la hora de la despedida, sentí su afecto muy sólido traspasar mi ser dejándome una gran sensación de felicidad y paz. Urizem me dijo: “Siempre será bienvenida si mantiene su actitud. Nuestro pueblo la ama” Dieron media vuelta y enseguida desaparecieron tras las rocas.

Quedé en ese estado largo rato. Poco a poco fui saliendo de mi ensimismamiento y comencé a pensar en lo vivido en las últimas horas. Me di cuenta que podría haber preguntado muchas cosas más, saber cuánto tiempo viven, de qué se alimentan, si pueden emitir sonidos, si los emiten y la ciudad los acalla, y entonces advertí que se estaba despertando mi mente especulativa. Agradecí la experiencia vivida y me alejé hacia mi campamento a recomenzar mis estudios y cumplir mis promesas con los amistosos habitantes de la isla y mis compromisos con quienes me contrataran.

FIN

LAS CIUDADES INVISIBLES

“El tema de las ciudades invisibles está ligado a la mitología, las leyendas y textos de la antigüedad a los que hacen referencia las culturas de todos los continentes. Contadas por viajeros, exploradores, navegantes, estos pueblos míticos están habitados por extrañas criaturas, celestiales o diabólicas, que colman el imaginario de la mente colectiva; se sostienen y mantienen a través de la literatura, las historietas, el cine, la televisión y siempre nos siguen acechando durante las horas de sueño profundo, enviándonos extraños mensajes mediante símbolos que no siempre la mente consciente sabe descifrar”. Juan Coletti – 2009

Etiquetas: botánica fantasía

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS