—¡Ey! Tsssss. ¿Me oyes? ¿Hola? ¿Hay alguien?

—Mmm, sí. Te escucho a la perfección. Estaba concentrado en mis pensamientos. ¿Qué quieres?

—En realidad nada, perdona. Solo quería comprobar si había alguien más acá. Llevo mucho tiempo en este banco y la verdad es que no encuentro muchos que quieran o puedan conversar. Eres nuevo, ¿verdad?

—Sí. Hace tres horas que llegué y no sé si voy a estar muy bien aquí. Hace demasiado frío.

—Yo no tengo frío, pero me siento como si estuviese flotando. Es una sensación extraña, y huele mucho a alcohol, además.

—¿Y entonces cuánto dices que llevas en este lugar?

—Pues la verdad que comparado con algunos que llevan más de una década, yo llevo relativamente poco. Llegué hace un año.

—Te habrá dado tiempo a ver y oír de todo.

—Como te dije no hay demasiados con quien conversar. Muchos han llegado en un estado de deterioro bastante avanzado. Te repiten las mismas cosas una y otra vez, te dan voces, te insultan o no se acuerdan de casi nada.

—No suena demasiado bien, la verdad…

—A veces creo que hubiese sido mejor no haberme hecho donante.

—Yo sí pienso que ha sido una buena decisión. Es más, de esta decisión nuestra depende que en un futuro no haya necesidad de que otros como tú y yo llenen estas estanterías.

—Quizás tengas razón, pero estoy un poco harto de esperar.

—¿De esperar? ¿A qué?

—¿Acaso no lo sabes?

—¿De qué me hablas?

—El día menos pensado vendrán a por mí.

—No entiendo…

—No estamos aquí como mero objeto de observación. Un buen día llegan y te trasladan de sala. Te llevan a un sitio donde unos tipos vestidos de blanco se acercan a ti con un cuchillo afilado y…

—¿Pero qué dices?

—Lo que oyes. Y dependiendo de dónde hagan el corte, dejas de poder razonar con claridad, de dar instrucciones a tu pierna izquierda para que se mueva o comienzas a ver en blanco y negro…

—Vaya…, no tenía ni idea…

—Así es… ¡Shhhhh!

Se escucha cómo alguien abre la puerta del fondo. Unos pasos se acercan con determinación a la estantería 32 B.

—¡R36! ¡R36!

—¿Qué?

—¡No te vayas! ¡Acabamos de conocernos! ¡Aquí no conozco a nadie!

—¿No entiendes que esto no lo decido yo? Pero escucha. No hay de qué preocuparse.

—¿Cómo puedes decir algo así?

—¡Claro que puedo! Tú no vas a desaparecer así como así.

—¿Cómo que no?

—Nosotros no somos los artífices de todas esas sensaciones, pensamientos y emociones.

—¿Ah no? ¿Y entonces?

—Tan solo somos meros transmisores de una conciencia universal. Somos como las emisoras de radio. Dejaremos de transmitir en esta frecuencia pero eso no quiere decir que desaparezcamos.

—¿Estás seguro?

—Totalmente. ¡Hasta pronto, amigo!

—Pero…

—Doctor Fenwick, por favor. Haga el corte limpio a la altura del área de Broca. Esta sección es la que necesitamos para completar el estudio sobre la generación del habla.

EL Doctor Peter Fenwick desliza el afilado bisturí sobre el hemisferio izquierdo que flota en formol. En ese momento la unidad del banco de cerebros se queda en completo silencio.

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