Desde detrás del espejo.

Llevo muchos años viéndola aparecer cada mañana. Cada vez viene más tarde. Se le nota la mala noche en las ojeras, y el estado de ánimo de su cara refleja un rictus de dolor. Nos miramos, me sonríe y noto una expresión de conformismo que es nueva. Ya no hay miedo, enfado. La amargura ha ido desapareciendo poco a poco. Se asea su cuerpo huesudo con cuidado, como queriendo protegerlo, mimarlo para no dañarlo. Yo la miro de vez en cuando, le guiño un ojo y me lo devuelve con una sonrisa. Hay una complicidad entre ambas. Se arregla con esmero sus escasos cabellos intentando cubrir las zonas menos pobladas con los pocos que quedan. Intento seguir sus movimientos aunque a veces, con disimulo tengo que esperarla. Pero ni aún así pierde su sonrisa. ¡Vamos a ponernos guapas! Se disimula las ojeras con maquillaje, pinta las cejas y los labios finos y da un toque de color a su palida y arrugada cara.

Empieza a marearse y llevo la mano hasta el lavabo para que me imite y se sostenga. Cuando se recompone se pregunta: ¿me he tomado la medicación? No lo recuerda. Nos ponemos las gafas y me dice: -estaremos guapas hasta el final.

Me trae recuerdos lejanos de cuando aparecía corriendo y, en un momento, lucía radiante, casi con nada. Esto era un hervidero de actividad. ¡Niños, los dientes y las manos! ¡A peinarse! Entonces, apenas se fijaba en mi.

Volvemos la cabeza y miramos hacia la puerta. -» Ya estoy lista»

Con la mano que sigue apoyada en el lavabo, gira lentamente, y va saliendo torpe, despacio. Pero antes un toquecito de su colonia favorita con aroma a jazmín.

Hace ya muchos dias que no aparece por las mañanas. Ya no la veo. Sus cosas están como las dejó la última vez que nos vimos. Pero hoy no me voy, la esperaré. De pronto se abre la puerta y yo, ilusionada, la espero con su sonrisa habitual pero…… no es ella. Es un hombre mayor, como ella, que empieza a guardar los maquillajes y perfumes en una pequeña cajita. Levanta la vista hacia el espejo, e, incrédulo al verme, su tristeza se transforma dibujando una esperanzadora sonrisa, al tiempo que unas lágrimas se deslizan por su rostro. Extiende el brazo para tocarme con su mano. Yo hago lo mismo, le rozo los dedos, le devuelvo la sonrisa y, de pronto todo desaparece. Ahora hay otro espejo y, delante de mí, una niña igual que yo con una colonia de jazmín en la mano, que, sonriendo y guiñando un ojo me dice: vamos a ponernos guapas.

Isabel Batista

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