No era un perro vagabundo cualquiera. Todos en el barrio le conocían por Risu, era un gran perro en todos los sentidos, debía tener mezcla con mastín, era de color canela y tenía una gran boca rodeada de un intenso color negro que le daba la apariencia de estar siempre risueño, de ahí el nombre que le pusimos en casa y que adoptaron en medio barrio.


      -¿Qué quieres llevarte hoy al trabajo?-me decía mi madre a sabiendas que siempre la contestación sería la misma.

      -Ponme unos filetes empanados, mamá. La respondía.

      Y entonces ponía rumbo al almacén donde trabajaba. Risu siempre esperaba en la puerta del portal a que saliese con mi almuerzo, y yo esperaba para desaparecer de la vista de mi madre que miraba por la ventana a sabiendas de que en cualquier momento abriría mi tartera para darle los filetes al gran mastín, cosa que hacía nada más dar la vuelta a la esquina. En el trabajo ya me sacaría un sándwich de la máquina.

      Entonces Risu me acompañaba hasta la entrada del Metro y allí se quedaba, en lo alto de las escaleras, él miraba hacia abajo sin perderme de vista, no entraba, yo al llegar abajo me giraba y me despedía de él.    

      -¡Vete Risu!. Entonces, y muy obedientemente, el perro daba media vuelta y no volvía a verle hasta entrada la noche, cuando venía a la ventana de mi casa a por una cena que no le faltó jamás. Mi gran madre siempre tenía la nevera llena de paquetes de salchichas que bien de sobra sabía que terminarían en el estómago de Risu.  

      Era un gran amigo, y una gran protección. Recuerdo que un día un chaval pasó corriendo a mi lado y Risu se le echó encima pensando que iba a atacarme, ladraba furioso como jamás le había visto.

      -¡Sujeta a tu perro!- Me gritó el chaval muy asustado, no era para menos. Con una simple orden Risu se calmó, entonces le conté la historia del perro, le dije que no era mío, que simplemente me seguía en agradecimiento a mis cuidados. Era un pobre perro vagabundo incapaz de hacer daño a nadie. El chico empezó a acariciar a Risu, conmovido por la forma en que me defendió, el perro ya tenía un amigo más.

      Una mañana, una de tantas, salí con mi tartera y mis filetes en dirección a mi puesto de trabajo, pero Risu no estaba esperándome en la puerta del portal como era habitual, me asusté temiendo que le hubiese ocurrido algo malo, no era nada normal.

      Ya en el trabajo estaba intranquila, con miedo, pensando que algo le había pasado, definitivamente no era yo. Estaba distraída y preocupada, empecé a sentirme muy mal, era una mezcla de muchas cosas, el miedo por Risu y una gripe que estaba empezando a hacer acto de presencia. Mis jefes me dijeron que no podía estar así y que me marchase a casa. Así lo hice.

      Nada más entrar por la puerta mi madre me dio la fatal noticia, Risu recibió el ataque brutal de unos críos malnacidos que se liaron a pedradas con él. Una vecina que apreciaba a Risu, «hay amores que matan», llamó a la perrera municipal y se lo llevaron.

      Por aquel entonces, se decía que si a los quince días nadie se interesaba por los perros estos eran sacrificados. Aunque mi fiebre iba en aumento no pensaba permitirlo. Empecé a llamar a centros de acogida de animales, en uno de ellos me dijeron que si conseguía encontrar al perro ellos se encargarían de él.

       Me puse a mandar correos al trabajo por si algún compañero se podía hacer cargo de Risu en caso de encontrarle, mi madre no quería perros en casa, éramos muchos y la casa era demasiado pequeña. Mis jefes me dijeron que si encontraba al perro le pondrían una caseta en el almacén y sería nuestro perro guardián. Todos querían salvar a Risu. Y por fin, mi madre, que siempre tuvo un carácter fuerte me demostró como siempre que tenía un corazón de oro.

       -No te preocupes hija, si aparece Risu nos apañaremos como podamos, que duerma en la cocina.

        Tenía tres posibilidades, ahora faltaba encontrar a mi amigo. A la mañana siguiente me levanté temprano, con fiebre aún, y acompañada de mi madre emprendimos la búsqueda de Risu.

      Pedimos un taxi que vino a recogernos a la misma puerta de casa, serían alrededor de las nueve de la mañana, le contamos la situación al taxista el cual nos dijo que nos llevaría por todas las perreras que conocía, que encontraríamos al perro. Era un gran tipo.

      Al llegar a todas y cada una de las perreras siempre se repetía el mismo proceso. Daba la descripción de Risu, los responsables me decían que no había llegado ningún perro con esas características, yo no me quedaba conforme y me iba por todo el recinto, mirando todas las jaulas y llamando a voces a Risu en espera de escuchar sus ladridos, siempre obtenía la callada por respuesta.

       Fuimos por infinidad de perreras, a todo esto el buen taxista había parado el taxímetro a media mañana y nos llevaba de forma altruista. Nos tuvimos que dar por vencidos, con gran tristeza por nuestra parte, yo en el asiento de atrás seguía con una fiebre enorme……y no paraba de llorar.

      -Al final vas a enfermar, ya verás. Me advertía mi madre.

      Serían alrededor de las tres de la tarde cuando el taxista decidió dejar la búsqueda y nos llevó a casa, con tristeza.

      -Son seis mil pesetas, siento no haber podido ayudaros-nos dijo con gran pesar.

   -Espero que tengas suerte y encuentres a Risu. Se despidió de nosotras, él también tenía la sensación de que se había hecho todo lo posible…..para nada.

     Por mi parte, desde luego que iba a seguir buscando a Risu. La suerte hay que buscarla, me dije. Además, siempre te arrepientes de aquellas cosas que dejas de hacer, todos comentemos errores en la vida, pero el mayor error es bajar los brazos y darte por vencido.

      Esa tarde fui por el barrio intentando averiguar quién era la mujer que llamó a la perrera.

      ¡Y por fin lo conseguí!

      Se trataba de una mujer de mediana edad que tenía dos perros, era muy conocida en el barrio por ser una señora rara, extremadamente rara. Me fui a su casa y se negó a abrirme la puerta. Tanto insistí, que no la quedó más remedio que abrir y explicarme lo que había pasado. Ella también estaba sufriendo por Risu y la dolía que los maleantes del barrio la hubiesen emprendido con él.

      Entonces me contó que si, que fue ella quien llamó a la perrera, me dijo también que el perro estuvo en casa de una señora hasta que se lo llevaron. Me dio su dirección, y allí me presenté sin pensarlo un solo instante. Seguía con fiebre, una buena gripe son tres días en los que tienes el cuerpo molido, pero eso no iba a suponer ningún obstáculo en mi empeño de encontrar a Risu.

      Me presenté de nuevo en casa de una señora a la que no conocía y muy amablemente me abrió las puertas de su casa. Entonces me llevó al lugar donde unas pocas horas antes había estado Risu, era un patio interior donde, según me contó, el perro estuvo echado sin moverse hasta que fueron a por él. La pregunté quiénes eran, su teléfono, quería saber donde estaba el perro de una vez por todas.

      -Yo no te puedo decir. Me contestó.

      -La vecina del cuarto piso es la que habló con ellos, esa mujer tiene más datos, yo lo único que hice fue tenerle en mi patio hasta que vinieron a llevárselo.

      Y como «no hay dos sin tres», de nuevo me veía llamando a una casa donde no sabía como me iban a recibir, a una casa donde no sabía a quién me iba a encontrar.       

      Abrió la puerta una señora muy amable, afortunadamente cada persona a la que tenía que visitar era más atenta y afable que la anterior.

       -Pasa cielo, y te cuento todo lo que ha pasado con Risu.

       Yo estaba deseando saber, quitarme esa angustia, encontrar a mi perro, porque si, era mi perro y vendría a vivir a mi casa, ya estaba decidido.

       -Mira, te cuento, los que vinieron a buscarle son de una protectora de animales. Resulta que Risu tenía un chip y han conseguido localizar a sus dueños. Viven en un pequeño pueblo de Toledo y ya es la segunda vez que se escapa de casa. Ya está con ellos, están felices por haberlo encontrado, no sufras más.

      No podía creerlo, una lotería no me habría hecho más feliz. Risu con sus dueños, de nuevo.

       Quiero pensar que viviría con ellos muchos años, feliz, y sin necesidad de irse a la aventura. Lo entiendo así porque jamás volví a verle, jamás vino a reclamar mi almuerzo ni los paquetes de salchichas que mi madre le compraba cada día.

       Me reafirmo en lo dicho, te arrepientes de las cosas que dejas de hacer, si no me hubiese esforzado en buscar a Risu habría pasado toda una vida sufriendo por un triste destino que nunca tuvo, y con la creencia de que no hice lo suficiente por él.

      Yo seguí con fiebre un par de días más, volví al trabajo, a mis jefes empecé a mirarles con otros ojos, y de mi madre que puedo decir…..una vez más me demostró que era una mujer de carácter fuerte, con un corazón que no la cabía en el pecho.

#bocadillo

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