La Última Prueba

La Última Prueba

Seijaku

15/08/2024

Al principio nos costó acostumbrarnos, pero rápidamente nos adaptamos a lo exigido. En el primer intento fallamos, y el segundo no tuvo un final distinto. Ya contaban con ello, pues prácticamente teníamos oportunidades infinitas. Menos mal, porque dejamos miles de fracasos atrás. Cada intento nos acercaba un poco más, aunque ninguno resultaba ser el adecuado. No teníamos claro cuáles eran los requisitos para ganar. No nos dieron ninguna pauta de cómo hacerlo, solo mencionaron lo que debíamos lograr.

En una docena de intentos estuve confiado. Creí que por fin teníamos lo que querían. Sin embargo, ni siquiera nos habíamos acercado. Con cada fracaso, la moral del grupo se erosionaba. Varios de nosotros prefirieron desaparecer en la nada antes que continuar con aquello. No los culpo por ello; era normal ceder a la locura con todo lo que hacíamos. La presión era inmensa y el objetivo, aunque parecía simple, resultaba inalcanzable.

Cada nueva oportunidad cambiábamos nuestros métodos. Algunos eran descabellados e inhumanos. Ya no nos mantenía la ética ni nada. Lo que importaba era encontrar la solución, a cualquier costo. Debíamos probar todas las alternativas. ¿Cómo deseaban que lo lográramos? Parecía imposible. Podíamos empezar con el experimento, podíamos darle cierta forma, pero una vez en marcha, el éxito dependía del propio experimento, de variables que no podíamos controlar.

Al cabo de un tiempo, nos comunicaron que se nos acabaron las oportunidades. La noticia fue devastadora. Después de tanto esfuerzo, de tantos sacrificios, nuestro trabajo había llegado a su fin sin alcanzar el éxito. Por lo visto, también pusieron fin a su investigación. El mundo que habitábamos tampoco cumplió con las expectativas. Nos quedamos con un sentimiento de vacío, de haber fallado no solo a nosotros mismos, sino también a quienes depositaron su confianza en nosotros.

Recuerdo el día que empezamos. Nos reunieron en una amplia sala, con luces brillantes que casi cegaban. Nos dieron una breve introducción, explicándonos la magnitud del proyecto. No podíamos imaginar entonces en qué se convertiría nuestra vida. La emoción inicial se desvaneció rápidamente, reemplazada por una rutina extenuante y monótona de pruebas y más pruebas.

Cada miembro del equipo aportaba su propia perspectiva y habilidades. Algunos eran científicos, otros ingenieros, y otros más filósofos y eticistas que intentaban mantener un equilibrio moral en nuestras acciones. Pero a medida que los fracasos se acumulaban, las diferencias entre nosotros se hicieron más pronunciadas. Las discusiones se volvieron más acaloradas y las soluciones propuestas, más radicales.

Había noches en las que no podíamos dormir, atormentados por la incertidumbre y el miedo al fracaso. Nos preguntábamos si todo esto valía la pena, si alguna vez encontraríamos la solución. Pero cada mañana nos levantamos impulsados por una mezcla de esperanza y desesperación.

Finalmente, cuando nos dijeron que todo había terminado, hubo una sensación de alivio y confusión en todos. El ciclo interminable de pruebas y fracasos había llegado a su fin. Nos quedamos mirando los restos de nuestros intentos, sintiendo el peso de nuestros fracasos.

Fue entonces cuando nos revelaron la verdad. No solo nuestro trabajo había fallado, sino que nuestro propio mundo, aquel en el que vivíamos y experimentábamos, también era una creación. Las personas que nos dieron la misión eran, al igual que nosotros, parte de un experimento mayor. Ellos también fueron creados para cumplir un propósito, y al no alcanzar el éxito, su existencia, como la nuestra, se volvía irrelevante.

Nos dimos cuenta de que éramos piezas en un juego más grande de lo que habíamos imaginado. No solo fracasamos en nuestra tarea, sino que también lo hizo el mundo entero que habitábamos. Todo lo que conocíamos, nuestras vidas, nuestras luchas, eran parte de una simulación diseñada para probar algo más allá de nuestra comprensión. Y ahora, al fallar, todo llegaba a su fin.

Mientras observábamos cómo todo se desvanecía a nuestro alrededor, una última pregunta resonaba en nuestras mentes: si nosotros y nuestro mundo éramos creaciones fallidas, ¿qué esperaba encontrar quien nos creó? ¿Y si su propio creador se enfrentaba a las mismas preguntas y fracasos?

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