Prisca.
Por Elisa Juárez Popoca.
¿Qué tiene que sentirse para ser mexicana? Desde que tengo memoria, desde que me di cuenta de que existo y estoy en este mundo, me siento mexicana; es horrible que cuestionen mi identidad, no es algo artificial, lo traigo en el alma.
Así es como entro en un estado de shock cuando empezaron a cuestionarme sobre mi identidad a partir de que tomé la decisión de representar a México en los juegos Olímpicos.
—¿Pero en qué estás pensando? Si naciste en Inglaterra, no puedes comparar los apoyos que tendrás, hay una gran diferencia económica de un país y otro.— Me dijo Rouss, mi compañera de entrenamiento.
¿Es que uno va a definir ser de una nación u otra en base a la economía? Amo ser mexicana. Esta nacionalidad de la que solía opinar la gente, quedó aún más fortalecida con lo que viví posteriormente al representar a México.
Apenas tenía tres meses de vida, cuando ya tenía mi pasaporte mexicano para estar con la familia por parte de mi mamá, mis tíos se peleaban por cargarme, me veían con admiración, y se sentían muy especiales y orgullosos porque en la familia había integrantes de origen africano.
La característica de la familia de mi mamá es ser amorosa, en un punto del estado de Guanajuato, mi querido León, fueron mis primeros acercamientos a mi País. ¿Sabes? el estar entre Naciones, me hace muy especial, mi padre Keniano, y yo nacida en Londres me da el privilegio de tener tres nacionalidades, ¿Será que soy un ejemplo de la nacionalidad del futuro? ¿Habrá algún día en que no haya fronteras? ¿Será que me convertí en una escuela de diversidad cultural?
Con mis primos y vecinos no nos cansábamos de jugar cada vacación, aunque nos gustaban los juegos electrónicos donde podíamos competir en equipos de manera virtual como los de Mario Bros en sus diferentes versiones, Profesor Layton, Nintendo, Minecraft, entre otros de mi niñez, por otro lado en el trompo, era una campeona. ¡Ay! cómo nos gustaba brincar en las camas. Había momentos de jugar en los patios, o en la cancha de la colonia de mis abuelos, esos son los recuerdos más gratos. No era buena para el béisbol pero me defendía. Todavía no me imaginaba cuál iba a ser mi deporte favorito, ni tampoco, que iba a ser el causante del por qué estoy haciendo esta narración y del por qué entré en conflicto sobre quién soy.
—Vamos Prisca, ¡te toca!— Me tenían que gritar por lo fácil que me distraía y me quedaba viendo cómo estaba el cielo o el movimiento de los árboles como alegres gigantes cuando estaba a punto de entrar el otoño, en ese entonces no entendía lo importante que era la concentración, tener los sentidos en juego, y por supuesto no perder de vista el objetivo del reto enfrente.
Las calles, los mercados, las frutas cubiertas de piloncillo, no se diga las tradicionales “Guacamayas” el chistoso chicharrón dentro de un bolillo con su aguacate y salsa a la mexicana, que truena de manera divertida al dar la mordida, ah, ¡y el pozole! Y qué tal complementar con la cebadina preparada con cebada y frutas y un toque de bicarbonato. Uy, los recorridos al Cerro del gigante, cuentan la leyenda que en realidad es un gigante dormido y, al pasar del tiempo se llenó de árboles y se convirtió en una montaña. Eso es parte de mis mejores recuerdos de infancia en México.
Cada vez que regresaba a Londres, extrañaba esos momentos, también tenía amigos queridos, pero la forma de convivir marcaba la diferencia. Mi mamá siempre ocupada tenía que correr para asistir a su trabajo.
—Apúrate Prisca que se hace tarde— Tocaba el claxon para que me apresurara mientras yo guardaba mi libro de literatura de ese momento, siempre con prisa, y desconectaba la música que siempre me ha gustado escuchar, por ejemplo a The Strokes con mi favorita “Eternal summer». Mi mamá, una mujer inquieta implacable, así como a ella todo le gustaba hacer, dejaba que eligiéramos las actividades que nos gustaran en relación al deporte y el arte, mi papá la secundaba avalando con complicidad nuestras elecciones, que para mi caso fueron el Judo y tocar el piano. No puedo negar la gran influencia de mis hermanos mayores, pues hasta se convirtieron en compositores de música.
Mi papá tenía una jornada extensa en su trabajo, entonces era mi mamá la que estaba más tiempo en casa, pero no le quedaba otra que cuando se requería también por su empleo, me dejaba a cargo de mis hermanos, Philip el mayor, es el que estuvo más al pendiente, él también ocupado, pensó que la mejor manera de cuidarme era llevarme con él a sus clases de Judo, en realidad era parte de su ilusión, tenía yo seis años, en el fondo, quería él contagiarme, ahí entré a este nuevo mundo, la maravilla de sentir el silencio, con movimientos, sentir la calma y entrar en contacto con el otro, en una atmósfera mágica de este enigmático ritual. Incluso me gustó más que cuando iba a las clases de gimnasia.
—Mamá, hubieras de ver a Prisca, ya empezó con el judo, ¿Le puedes comprar su judogi?— Comentó Philip en el desayuno.
—¿Están seguros? ¿Qué opinas Prisca, si te gusta chiquilla?
Yo sólo me reí, pues no sabía cómo responder, en realidad el deporte ya formaba parte de mi vida igual que ir a la escuela, jugar a la hora del recreo, sólo moví la cabeza de arriba hacia abajo, con una sonrisa al mismo tiempo que terminaba mi vaso de leche.
—No se diga más, tendremos una integrante nueva en el equipo de Judo en la familia, nada más falta que tu papá y yo entremos, ¿Cómo ves Xavier? iré buscando un judogi también de mi talla— Afirmó mi mamá soltando una carcajada.
—¡Hagámoslo!— dijo entusiasmado mi papá levantando la mano derecha empuñada, dando señales de ánimo.
Así empecé el judo a los siete años, fue algo sui géneris, pues yo nacida en Londres, mi mamá nacida en León Guanajuato, mi papá keniano, toda una conjugación no sólo de países, sino de continentes, de historias y tradiciones; mis padres amantes de su propia cultura, no tardaron en crear un fenómeno intercultural en la casa donde los nacidos en Londres también formamos parte. Además de la cultura de otros países, ¡por ejemplo Japón! donde surge este arte marcial. De no haber sido judoca hubiera hecho una tesis para hacer el doctorado en sociología poniendo este fenómeno, a partir de lo que se estaba generando en mi familia.
Es por eso que me siento orgullosa de ser quien soy, ¿Sabes? Estoy muy consciente de dónde vengo y sé que mis orígenes definen mucho de lo que soy.
No ha sido fácil; similar a cuando se aprende a caminar, en mi vida, desde que tengo uso de razón he aprendido a lidiar con obstáculos y contradicciones, hay una merma que rebota en mí por la forma que tienen los demás de ver las cosas. Cómo olvidar en la escuela, en la preparatoria, cuando era el momento de trabajar en equipos.
—¿Otra vez nos tocó con Prisca? Mira cómo se viste. Es rara, le gusta el judo y no le gusta maquillarse— Esa expresión de Susan es un ejemplo de muchas otras. De repente me vino un “Deja vu” ¡pero de la historia del judo! por este tipo de opiniones, las mujeres lo empezaron a ejercer setenta años después. Siempre lo comentaba en la casa y me servía para entenderlo mejor.
—¿Se dan cuenta? ¿Tengo que escuchar esto?
— Creo que eso ha sucedido en muchos deportes, igual en oficios y carreras— Me lo dijo mi mamá con una expresión solidaria— Que eso no obstaculice lo que quieras hacer, sé tú misma, una persona libre.
—Mira, si hasta hace poco se incluyó el fútbol femenil en las olimpiadas. Fueron casi cien años después que los hombres, antes era impensable— dijo mi papá moviendo la cabeza dando una expresión de lo inaceptable que es este acontecimiento.
Ah, qué gente, uno no tiene la culpa de lo que pasa por la cabeza de los demás, bien decía mi compatriota Virginia Wolf, “Los ojos de los demás son nuestras prisiones; sus pensamientos, nuestras jaulas” ¿por qué uno tiene que pagar las consecuencias? ¿Será que soy una “elegida para abrir caminos”? Bueno. “seré una de las elegidas, pues hay muchas otras que pasan día a día cosas similares” me dije a mi misma.
Sin embargo, cuando empecé a representar a México en 2017, sentí en automático una calidez que ningún país ofrece, esto es muy característico de México, ver al otro como un humano y no como un número, me recibieron con los brazos abiertos. Óscar estaba ahí, mi gran aliado y ser importante que supo acompañarme, ¡Qué locura! con el antecedente de haber estado cada uno, al principio en diferente espacio, esta “y griega” de cabeza estaba trazada para también esta historia de amor.
Decidida a dar lo mejor de mí en Tokio, viví la experiencia más aleccionante en mi vida, sólo yo lo supe.
—Vamos Prisca, con Gankhaich Bold pon atención, esta judoca de Mongolia hace poco obtuvo la medalla de oro en el Campeonato Asiático de Judo—Me advirtió mi querido entrenador.
—Puedo con eso Jorge, lo más difícil se va a poner después — Le expresé hablando con seguridad, con el recuerdo de haber sido galardonada en los Panamericanos. En ese momento no me pasaba por la mente el estado de depresión, tristeza e impotencia que tuve después de ese combate.
“La judoca mexicana Prisca Alcaraz cayó en la primera ronda en Tokio” fue el titular del periódico The San Diego Unión Tribune, porque en los medios de México casi no se mencionó, quizá porque se consideró una intrascendencia incluso antes del combate. “La judoca mexicana, quinta posición de los Juegos Panamericanos de Lima 2019 y plata este año en el Campeonato Panamericano en la modalidad 63 kg, ha visto esfumarse su avance a octavos de final a las primeras de cambio” era otra parte de la noticia.
—Prisca ¿Qué, de lo sucedido en Tokio debes considerar para una nueva pelea?— Fueron las palabras de Philip, cuando me vio tirada en mi habitación los primeros días después de lo de Tokio, sin ganas de querer salir.
—Pero Philip, todos creyeron en mí, me sentía segura, no sé si en verdad lo que quiero sea continuar, ¿puedo hacer judo sin estar en competencias?— Le dije ya con más serenidad y estoicismo tratando de ver hacia adelante.
—¿No crees que es momento de salir a entrenar? ¿No decías que el Judo era para vivirlo? Qué ¿Ya no vives? ¡Después piensas en competencias!— Me dijo abrazándome sentado a un lado de mí en la cama y poniendo su cabeza frente a la mía impactando su mirada con un mensaje que no hay forma de traducirlo, pero que para mí quedó entendido.
Antes de París 2024, al principio me sentí fatal, cuando por accidente escuché que Lina le decía a Tony, sobre mi participación y el criterio que usaría para asistir. Sí, claramente lo oí, no tengo duda de ello. Ambos formaban parte del equipo de organización, ya los conocía desde las Olimpiadas de Tokio.
Fui la primera en llegar a su oficina esa mañana, era jueves, había ido temprano al tianguis en busca de música que es difícil de conseguir, y decidí aprovechar e ir a resolver dudas sobre unas pruebas que me solicitaron hacer, y ¡Estaban hablando de mí!
—Entiende Tony, no estuvo mal la idea de que Prisca participe, sabemos que no va a obtener medalla, no es de las favoritas, en Tokio obtuvo el doceavo lugar, pero cuando menos estará alguien representando a México.
—Tienes razón, no lo tenemos contemplado, pero veremos qué se puede hacer, le servirá de experiencia, conocerá más sobre las rivales y sus estrategias.
De repente algo sucedió dentro de mí, sentí un golpe repentino en el estómago. Cuando le platiqué a mi mejor amiga, o sea a mi mamá, me hizo una pregunta.
—¿Se requiere ser el favorito para ganar? Piénsalo bien Prisca— Me lo dijo dejando la pregunta con espacio indefinido para mi reflexión, no me dio respuestas, pero me ayudó a pensar.
Fue otra lección para mí, después de pensarlo bien, me sentí privilegiada, que no era considerada una máquina con una misión de ganar, sino de hacer lo que sé hacer, vivir la pasión de mi deporte, su filosofía es mi guía, sabía que con el hecho de estar ahí en contacto con otra judoca, entrar en una dimensión espacial, utilizar el mismo lenguaje y con ello, sentir la esencia de este poderoso deporte, eso me bastaba.
Anteriormente había pensado que a las olimpiadas se iba a ganar, no a perder y con esa forma de verlo, tenía en mi contra las expectativas que tenían de mí, ¿A quién debo recurrir para convencer que no voy a trasladarme a París para ver si consigo un buen lugar? Al no tener antecedentes de triunfos en olimpiadas, ¿Cómo explicar sobre un poder que tengo que no se puede representar pero me da la seguridad de que voy a triunfar? Pero cuando digo triunfar no me refiero literalmente a una medalla, el “buen lugar” es hacer lo que tengo que hacer, ejercer el judo como los ancestros lo trazaron y conectarme con ello.
Un día estoy corriendo en el campo y me roza el pasto acariciándome suavemente, disfruto el aire provocado por la velocidad con que corro cada vez más fuerte cuando de repente sin darme cuenta empiezo a volar, fue una sensación increíble estaba adquiriendo más altura; sorpresivamente sonó mi despertador retro que compré en el tianguis del Chopo, de esos que suenan ¡riiing! y recuerdo… ¡Es hoy! Estaba en París, tenía una cita con la judoca Andreja Leski de Eslovenia, ya antes había vencido a Katarina Kristo de Croacia, sucedió algo especial con la croata, sin proponerme lo hice igual que cuando nos enfrentamos en México a torneos estatales, o encuentros amistosos con diferentes equipos, no me caía muy bien el veinte de la dimensión de evento, pero, a partir del sonido de ese despertador, fue diferente; mi cerebro dio un giro de 180 grados en poner atención a lo que me enfrentaba, nadie me lo tuvo que explicar, solita lo fui sintiendo. Sabía que tenía que estar concentrada y poner en juego todo para lo que seguía.
Tuve en mi pensamiento las palabras de Óscar, de Philip y mis entrenadores que me daban aliento, su trabajo no estaba echado por la borda, puedo testificar que la filosofía no sólo se pregona; sino se vive, se hace, claramente sentí, mi cuerpo, mi mente, mi ser, lo que soy, todos sus elementos conectados, saliendo de mí una inexplicable fortaleza.
Ya en la Arena Campo de Marte de París, al entrar por ese pasillo, que parece un túnel que conecta a dos mundos, me concentré en Prisca la gran judoca, la Prisca completa conocedora de la forma de expresar los valores envueltos en la filosofía propia a través del contacto en una especie de danza sobre el tatami. Una Prisca que reconoce a la otra persona que está ahí con una gran dotación de expectativas a través del “camino de la suavidad y gentileza”. Los cuatro minutos de cada combate se convirtieron en horas, no veía el momento de poner la espalda de mi rival en el tatami, mientras se construía un ritmo de contacto y entendimiento.
Con el principio de la “no resistencia”, al fin logré que Andreja entrara al asterisco del desequilibrio infinito, perdiendo así la posibilidad de servirse de su potencia. ¡Lo había logrado! Parecía terminar un hechizo, volteé a todos lados, buscaba en los rostros de los demás para saber qué había pasado. ¿En realidad estaba obteniendo una medalla? ¡Era verdad! Ya no eran largos los minutos, era poco el tiempo que tenía para asimilar, grité de emoción con toda mi fuerza, de repente me vi llorando, no sé de dónde salieron esos caudales de agua de mis ojos, son las lágrimas más sabrosas de mi vida, estas mismas me revelaron toda esa magia, de lo que era sólo el principio.
Todavía tengo presente cuando me enfrenté a las cámaras ante tantas preguntas y fotografías, como si se fuera a hacer una representación teatral y yo no hubiera ensayado, me justifiqué ante ellos.
—Una disculpa a todos, esto es nuevo para mí, no estoy acostumbrada a todo esto. Y pues poco a poco nos vamos acostumbrando.
Mientras unos medios resaltaban la parte humana y esencia de este acontecimiento, había otros con preguntas que no lo hacían.
—Bienvenida Prisca a este programa, cuéntanos. ¿Cómo fue que ganaste una medalla de plata cuando nadie se lo esperaba? ¿Tampoco tú no te lo esperabas verdad? ¿Cómo es que representas a México si eres de Londres?
Fueron las primeras preguntas de La “Televisión Tlaxteca”, además de poner en duda mi nacionalidad, cuestionar sobre cómo me trataba la gente por el color de mi piel, o por qué la “pobre” de mi mamá no tuvo apoyo para obtener el boleto de la competencia (cuando ella misma había decidido no estar para no ponerse tan nerviosa), que mi papá era un refugiado, entre otras falsedades, tratando de provocar sensacionalismo.
Los primeros recuerdos que tenía de niña ante tanto cuestionamiento por mi color de piel, por la forma de vestirme, por el deporte que me gusta, por ser de qué país, lo que había vivido en años de repente se viene concentrado en un torbellino; en las redes sociales sobresalían esos cuestionamientos, creía que eso ya había pasado. Cómo me hubiera gustado que los comentarios se situaran en lo que se ha convertido mi pasión, podría ser la pregunta por ejemplo ¿Qué es el judo? ¿Qué significa para ti? ¿Qué enseñanzas te dejó la experiencia? ¿Por qué la pasión por este deporte? ¿Cómo te surgió el interés por practicar este deporte?
Para mí, lo más importante era decirle a los medios que a México sólo le faltaba creer en los judocas para subir al podio olímpico. Mi historia es de enseñanza, que si crees en ti misma y tienes un equipo que también lo cree, todo es posible. Mientras más gente vea este deporte, habrá más oportunidad de desarrollarlo.
Y cómo olvidar a la también mexicana Vanessa Zambotti quien ya había participado en cuatro Juegos Olímpicos anteriormente. Yo era su fan. No creí que termináramos siendo tan amigas después de mi primera medalla.
—¡Prisca! eres una representante de Latinoamérica: No sólo en México estamos contentos por ti, sino que toda América está celebrando la medalla. Enfrentarse a las europeas es muy difícil y tú lo lograste.
Todavía tengo muy presente sus palabras en los medios, apenas lo estaba asimilando, no entendía muy bien en ese momento a qué se refería.
Cuando eso sucedió no me hubiera imaginado que después de la medalla de plata todavía pude ganar oro en los dos juegos olímpicos siguientes, pero ahora que lo veo no es lo importante, lo primordial fue que se definió quién soy a partir ese momento.
—Cuéntame más Prisca, de cuando ganaste tu primera medalla en los Olímpicos— Así me decía Samantha a los seis años, una de mis primeras alumnas que tuve nueve años después de que obtuve esa afamada medalla de plata que marcó un antes y un después en mi vida.
Mis primeros aprendices de Judo, me trajeron aún más enseñanzas, no sabía que al ser sensei hay una conexión de emociones con el alumno, que se vive al mismo tiempo el recorrido que lleva a construirse como ser humano, ¿Te imaginas cuántos recorridos he hecho?
Quién iba a pensar que después iba a ser costumbre ver a países latinoamericanos y africanos encabezar el medallero, en los tiempos en los que les platico, ningún país africano había sido sede de juegos Olímpicos, ahora lo veo más extraño e inconcebible, y en estos tiempos es más común tener diversas nacionalidades.
Hoy en día en México hay clubs de Judo en las escuelas, es una más de tantas opciones deportivas. Puesto que el deporte, las artes, la filosofía se han convertido en una prioridad esencial. Es otra mirada, con decirte que hasta en los medios, los reporteros han cambiado sus preguntas. El país lo entendió, nos hemos transformado, después de cuarenta y dos años de ese día especial en que gané mi primera medalla olímpica, estoy presente, aquí en las olimpiadas de Nairobi 2068, por eso esta sensación especial de remitirme a los recuerdos, estoy en un presidium, en la ceremonia de premiación, donde me invitaron a la entrega de medallas, y en esta ocasión, me voy a acercar a felicitar a una ganadora, quién crees que es, ¡Jatziri! la hija de quien fue mi pequeña primera aprendiz, ni más ni menos que de la querida Samantha.
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